El sueño olímpico de Santiago Lange (San Isidro, 1961) comenzó hace más de 40 años, cuando buscó la clasificación para los Juegos de Moscú 1980. Acaso haya comenzado incluso antes de nacer, como una herencia. Su padre, Enrique Jorge Lange, marino de la Armada, compitió en Helsinki 1952. Como sea, en una vida dedicada al agua y al olimpismo, Lange nunca imaginó lo que comenzará este viernes: junto con su compañera Cecilia Carranza, llevará la bandera del equipo argentino en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos 2020, los de la pandemia, en un Estadio Olímpico de Tokio con apenas mil invitados. El regatista argentino ya estuvo en seis citas (Seúl 1988, Atlanta 1996, Sidney 2000, Atenas 2004, Beijing 2008, Río de Janeiro 2016). Esta será distinta a todas. No solo porque llega con el antecedente dorado de Río 2016 o porque será el abanderado nacional. También por los imprevistos y la poca preparación con la que navegará. “Nos adaptaremos. No se puede predecir qué es lo que vamos a vivir. Será un Juego Olímpico muy especial. La pandemia cambió al mundo de una manera impresionante. Y a nosotros, también”, resume Lange, que ya está en Tokio desde el pasado fin de semana.
–¿Cómo fue el viaje y con qué te encontraste al llegar a Tokio?
–El viaje fue supercomplejo y toda la estadía también va a ser muy compleja. Hay que descargar aplicaciones, llenarlas, hacerse testeos periódicos en lugares específicos. El material del barco lo estuvimos probando hasta último momento, no se pudo enviar en containers con anticipación, como solemos hacer. Lo llevamos como equipaje. Para mandar velas, timones, orzas, es complejo hacerlo por avión, lleva un trabajo enorme. La pandemia nos cambió todo. Los últimos dos torneos los hicimos el año pasado, en julio y en septiembre. Es todo lo que pudimos hacer como preparación. Desde que llegamos a Tokio serán ocho días de navegación antes de la competencia. Para nuestro deporte eso es una locura.
–¿Cómo transitan estos días previos?
–Normalmente, nosotros alquilamos una casa, que para nosotros como equipo es un espacio muy importante. Ahora no podremos hacer eso, no está permitido. Estamos en un hotel, cada uno en su cuarto y sin lugares comunes. Solo podemos ir del hotel a la marina olímpica, con un test diario de Covid a las 9 de la mañana y otro a las 18. No podemos conectarnos con el mundo exterior. Tenemos una bicicleta fija en cada cuarto del hotel para poder entrenar y un pequeño gimnasio en el container de la federación.
–¿Qué significa ser abanderado?
–Un honor, una alegría increíble. La verdad es que tenemos un agradecimiento enorme a quienes nos eligieron y a quienes nos trajeron hasta acá, deportivamente hablando. Es lo máximo. Llevar la bandera del equipo argentino en una ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos es lo máximo. Me enteré por Ceci, yo ni sabía que se elegía. Me lo contó ella por la mañana ese mismo día. Tardé en darme cuenta porque estaba muy dormido. Pero desde entonces estoy agradecido y emocionado. Y esperando que llegue el momento.
–Es la tercera vez que habrá un abanderado que sale de vela, que suele sumar al medallero nacional. ¿Por qué Argentina tiene buena performance en esa disciplina?
–Argentina tiene una gran tradición náutica tanto en su industria como en el deporte. Hay mucha gente trabajando muy bien, muchos locos deportistas trabajando muy bien, entregando su vida y con una filosofía de entrega absoluta. Creo que ese es el secreto. Y ojalá haya un nuevo capítulo en Tokio.
Diez meses antes de colgarse la medalla dorada en 2016 junto con Cecilia Carranza, en la primera categoría olímpica mixta de yachting, a Lange le habían extirpado tres cuartas partes de un pulmón después de detectarle un cáncer. “La zanahoria de hacer un gran Juego Olímpico y por fin ganar la medalla de oro fue el centro de mi fuerza”, explicó luego de aquel logro en Río. Desde entonces, su historia de superación se multiplicó: sacó un libro (Viento: la travesía de mi vida) y es invitado continuamente a charlas. “Me gusta ser una persona sencilla, humilde y con los pies en la tierra. Trabajo para ser así y reviso mis actitudes para ser así. Puede haber gente que sienta que mis vivencias son inspiradoras. Y me lo digan. Pero lo importante es conectar de igual a igual”, afirma Lange.
–Cuando ganaste el oro en 2016 dijiste que era un sueño por el que peleabas hacía casi cuatro décadas. Ahora que ya lo lograste, ¿de dónde sale el hambre necesario para ganar?
–Amo lo que hago. Amo mucho lo que hago. Me encanta competir, trabajar duro para navegar cada día mejor y me gusta la vida que llevo. Acepto los compromisos y las realidades de esta vida de deportista, con lo que uno deja de lado. Mientras me siga dando el físico lo seguiré haciendo. La motivación viene del amor por lo que hago. Me sale naturalmente, no es que tengo que buscarla, me viene de adentro. Ganar es una consecuencia del proceso, y el proceso me gusta mucho.
–Los Juegos Olímpicos son citas que atraen a aquellos que no son especialistas en algunos deportes. Si tuvieras que marcar virtudes que son clave para ser un buen regatista, ¿cuáles dirías?
–La vela es un deporte muy complejo de explicar. Es una carrera con un vehículo, que en este caso es un barco y no un auto, por decir algo que suene más cercano. Ayuda tener un barco rápido, ya sea porque lo llevás rápido como equipo o porque acertaste en la preparación de las velas para ese día. Andar rápido es un factor importante. Después viene la lectura del viento, que eso ya es un arte y hay meteorólogos de por medio, un estudio muy profundo del lugar. Entender el viento, que siempre oscila y cambia continuamente, no es sencillo. Podemos optar por dónde ir en el recorrido. Leer bien el viento y agarrar la dirección más favorable es fundamental. Y después está la estrategia con los rivales durante la regata. A veces no acertás lo que leés del viento, y entonces tenés que optar por momentos en minimizar pérdidas o aumentar las ganancias de tiempo.