Caminar por los senderos de un sitio arqueológico es sentir la historia en cada tramo. El viento parece contar detalles del pasado que hay que descubrir en cada piedra. Argentina ofrece un sinfín de estos lugares y su riqueza es tan inmensa que se logró desarrollar un proyecto entre siete provincias argentinas donde se encuentran unos 32 sitios. Todos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco que se comparte con otras cinco naciones (Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador). Tan solo un recorrido por Salta, en Santa Rosa de Tastil, permite disfrutar de su población, su museo de sitio. Son parte de este tesoro que continúa revelando datos del pasado.
El arqueólogo Christian Vitry es profesor de geografía y de biología, tuvo un primer trabajo como preceptor y luego como docente. Después, a los 27 años, decidió estudiar arqueología y sus primeros pasos profesionales fueron en el Museo de Antropología de Salta. Luego tuvo “la hermosa oportunidad y noble misión de crear el Museo de Arqueología de Alta Montaña. Hasta que después me aboqué de lleno al Qhapaq Ñan. Yo ya venía trabajando con los caminos inca, había hecho mi tesis sobre ellos y ya era casi un especialista en el tema”, le dice a Tiempo de Viajes en esta nota que recorre los pasos del arqueólogo en su vida y en la historia de hace más de 500 años.
-¿Qué sentís cuando caminás entre las piedras en un sitio arqueológico?
–La verdad que es un mix, entre emoción y vértigo. Emoción porque amo eso, me encanta. Y vértigo porque es un vértigo en el sentido de que de pronto estoy teniendo la posibilidad de descubrir algo. Y cuando digo descubrir algo no es un objeto, sino una idea, una hipótesis, algo que me llegue a conectar con esta gente del pasado. Entonces, de pronto, uno va por el sitio y ya se imagina los perros ladrando, los chicos jugando, algunos llorando, gritos, colores, humo. Me imagino la vida. Entonces esa es parte del vértigo y de la emoción que se dan cuando siempre estoy en un sitio arqueológico.
-¿Soñaste esta vida en tu niñez?
–Sí, con una vida de aventuras, porque mi padre todos los sábados a la noche, se sentaba en el sillón y me leía y todas las lecturas tenían que ver con la aventura, la expedición de (Ernest) Shackleton, al Polo Sur (1914-1917), las grandes travesías por la selva, por los desiertos, por las montañas. Entonces mi vida se fue nutriendo de todo eso y además las lecturas propias que yo hacía cuando era chico como Emilio Salgari ( Sandokan) y Julio Verne (20 mil Leguas de Viaje Submarino), así es que soñaba con eso. Estoy cumpliendo un sueño, estoy viviendo un sueño día a día.
-¿Qué significa ser arqueólogo?
–Significa tener pasión y responsabilidad. Una responsabilidad de descubrir, de develar ese pasado, de hacer hablar a las piedras si se quiere, porque no quedó registro escrito de las culturas del pasado, de esas personas. Uno se preparó, casi de manera forense podríamos decir, detectivesca, entonces cada sitio es como una escena del crimen, y uno tiene que ver cómo están dispuestas las cosas, las vasijas, el fogón, el enterramiento, la basura, los desechos, y en función de eso, como arqueólogo, tenemos la posibilidad de convertirlo en una historia, en palabras, a las piedras. Por eso decía de casi como hacer hablar a esas piedras.
-¿Somos todos Qhapa Ñan?
–El Qhapaq Ñan es uno de los grandes legados que tenemos a nivel de humanidad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de unos 40 mil kilómetros de caminos, que equivalen a la circunferencia terrestre. Los caminos ya existían porque el ser humano siempre estuvo comunicado, pero de hecho, los transformaron un poco, modernizaron esos caminos. Es como decirte, antes había camino de tierra y ahora hay pavimentados. Más o menos así sería la comparación, y dotarlo de infraestructura. Fue hecho por los incas, un trabajo que les llevó 150 o 200 años. Si comparamos, uno puede aludir a las calzadas romanas, a los caminos romanos, que llegaron a tener entre 80 y 100 mil kilómetros más o menos. Pero la diferencia es que eso fue construido en casi mil años. De ahí la proeza de los incas que en sólo dos siglos lograron intervenir en 40 mil o quizás un poco más de kilómetros de camino.
-El Qhapaq Ñam fue el gran conector…
–Fue el primer internet, podríamos decir, de Sudamérica, porque de pronto, por esas vías y con un estado centralizado que vinculaba a Colombia con Uspallata (Mendoza), por poner un ejemplo de punta a punta, y de Este a Oeste, todo lo que es la selva la amazonía o las yungas, y hacia el oeste, el océano. De pronto, con los chasquis, los corredores, los tributos, la gente que iba y venía, no solamente iba gente. También productos, semillas, abonos, especies,iban ideas, historias, y junto con ellas iban mundos desconocidos. Yo a veces me digo, ¿cómo explicarle a alguien mediterráneo cómo puede ser Salta? Alguien que vive en Salta hace siglos atrás, ¿cómo explicarle lo qué es el océano? Alguien que nunca vio un lago más grande que una hectárea. Y al revés: ¿Cómo explicarle a esa gente que vivía a orillas del mar? Todo eso debió haber pasado. Gentes distintas, textiles y objetos que empezaron a viajar. Así que el Qhapaq Ñan fue el conector de geografías, de mundos, de historias. Algo realmente apasionante para investigar toda una vida sobre las consecuencias y sobre la dinámica del Qhapaq Ñan en ese momento.
-¿Qué lugar ocupa Tastil?
–Un lugar muy importante en mi vida porque cuando era chico, como mi papá era del Club Amigos de la Montaña, una de las excursiones que hacíamos era justamente a Tastil. Tengo una foto al lado de él, yo tengo 7 ú 8 años. Así aprendí, íbamos todos los años y yo era casi el guía de los otros chicos. Y esas preguntas que me hacía de niño, de joven incluso, finalmente estoy intentando responderlas ahora como arqueólogo.
-¿Qué se sabe de Tastil?
–Tastil tiene dos momentos. Siempre fue ocupado porque el arte rupestre, por ejemplo, que nos remonta hacia el año 500 o 600 de la era, cuando en el noroeste argentino había una influencia del Tiahuanaco, del lago Titicaca, de toda la zona andina, pero fundamentalmente de la cultura Tiahuanaco, con las figuras de unos felinos humanizados que se conocen como uturuncos, que nos habla de esa instancia y quizás de algunos siglos antes. Podríamos, incluso, estar hablando al menos del arte rupestre, del principio de la Era, hace 2000 años.
-¿De cuándo es el pueblo?
–El poblado originalmente eran aldeas chiquitas, estaban ubicadas en la parte baja, porque ahí estaba el agua, los campos de cultivo y todo eso que hasta el día de hoy se sigue utilizando. Pero lo que nosotros conocemos en la parte urbana tiene dos momentos. Un primer momento del 1200 al 1300. Y un segundo momento, que es el que se produce como una explosión demográfica, entre 1300 y 1400.
-¿Cuánta gente habrá habitado el lugar?
–Para las fiestas importantes y para los mercadeos debió haber tenido unas tres mil personas pero no en forma permanente.
-¿Por qué quedó vacío?
–Toda esa gente, Tastil fue deshabitada por los incas. ¿En qué me baso? En que los incas no ocuparon directamente Tastil, sino todos los alrededores, especialmente las zonas productivas. Tastil como tal, era un centro urbano, pero no era una zona productiva. La zona productiva estaba en quebradas aledañas a Tastil, como la quebrada del Toro, como la quebrada de La Quesera, parte más alta de la quebrada de Las Cuevas y otras más. Entonces, los incas montan sus caminos y toda su infraestructura en esos lugares donde aparecen especies de obradores, les llamaríamos hoy, donde está la gente que trabaja, y curiosamente es la misma construcción y la misma cerámica que hay en Tastil. Ergo son los tastileños que están trabajando para el inca. El inca desarticuló toda esta sociedad, las desmembró y los puso a trabajar en el sector norte del Calchaquí, en toda la quebrada del Toro, seguramente los trasladaron hasta el Valle del Lerma. Hicieron toda una diáspora de tastileños, desarticulando un gran núcleo comercial y densamente poblado.
-¿Es gratis?
–Salvo los museos más grandes de la ciudad, el resto son todos gratuitos. Y están los guía en el lugar: Alberto Olmos, Juan Salazar, Antonio Cari, Marcela Salazar y Epifania Salazar. En el Museo de sitio de Tastil, hay toda una explicación, no solamente de lo que fue Tastil, sino también hay una sala nueva donde está la parte del Qhapaq Ñan e incluso donde hay cuestiones etnográficas sobre las fiestas patronales, la Danza del Sur y la Pachamama y cosas que pasan actualmente. Como los empleados del museo son personas de Tastil, eso tiene un valor extra muy importante, porque convierte a la institución como algo más propio. Al estar manejada, dirigida por personas locales, la sienten a la institución como propia.
-¿Por qué la gente tiene que conocer estos lugares?
–Porque son una maravilla de nuestra historia, de nuestro pasado, de nuestra identidad. Por supuesto que los sitios hay que prepararlos para que no se destruyan con las visitas, pero Tastil es un lugar súper preparado para eso y ojalá todos los sitios sean como este, o como Quilmes (Tucumán), como Tilcara (Jujuy), como todos estos sitios arqueológicos están preparados para el turismo. A veces está ese falso concepto de decir bueno, vamos a preservar los lugares y vamos a cerrarlo, que nadie vaya para que no lo depreden. Creo que es todo lo contrario: en la medida que la gente conozca estos lugares, más se va a sensibilizar y menos lo va a dañar.
-¿Qué sitio fue el que más te emocionó?-Llullaillaco. Yo lo subí cuando tenía 14 años, allá por el año 80. Y cargado de todas estas historias que me leía mi padre, después las que leía yo y luego, cuando ya era un aventurero, ya andaba subiendo montañas, andaba explorando, había sentido hablar sobre los restos arqueológicos del Llullaillaco. Se sabía, pero en mi casa se hablaba. Y por eso cuando llegué a la cumbre del LLullaillaco, me emocioné muchísimo. De hecho tengo una anécdota. Mi amigo Flavio tenía una cámara, esas Kodak Fiesta chiquititas, y le quedaban tres fotos nada más. Le pedí prestada esa cámara porque él no iba a seguir hasta la cumbre. Entonces me llevé la cámara y cuando llego a la cumbre, antes de hacer cumbre, donde está el sitio arqueológico, justamente como me emocionó tanto, como me impresionó tanto, decidí sacarle fotos. Así que quemé las tres fotos en el sitio arqueológico y me quedé sin la de cumbre.