Hay más gente haciendo fila para ingresar al desfinanciado Cine Gaumont, que bancando al presidente Javier Milei en la previa a la apertura de sesiones parlamentarias. Jorge se arrimó al barrio de Congreso para ver el film Un dolor real: “Es un dramón, con algo de comedia. Parecido al presente de nuestro país. Me meto en el cine antes que la motosierra lo cierre”, dice el muchacho frente a la desolada avenida Rivadavia. Si la noche fuera una película, se titularía “Hipotermia de sábado por la noche”.
Rejas por aquí, rejas por allá. El barrio está enjaulado. ¡Sin libertad, carajo! Una postal cotidiana de la Argentina libertaria. “Hay más policía que gente”, sincera un vendedor de banderas. El balance del comerciante es negativo: “Ni una, hermano. Ni las celestes y blancas ni las del León”. No hay plata.
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En la pompa y circunstancia oratoria del discurso del estado de la Nación, el presidente se dirigirá al pueblo. Adentro de la pajarera parlamentaria se amuchan los aplaudidores de turno. Afuera, desperdigadas patrullas perdidas de las Fuerzas del Cielo.
Riguroso amarillo patito es el color del traje de Alejandro. En la solapa, el joven hace gala de un pin que reza Ministerio de Trolls. Mileísta hecho y derecho: “El mejor presidente de la historia de la humanidad”. Alejandro cuenta que está desocupado. Vive con su abuela, que cobra la mínima: “Ella se queja, pero la realidad es que no se puede aumentar las pensiones, tendrá que esperar. Yo le manejo la plata, llegamos a fin de mes, justos, pero llegamos. Si no ganaba Javier, íbamos a estar peor. Íbamos a ser Venezuela”. Alejandro mira el Parlamento, infla el pecho y se esperanza: “Este año va a ser mejor, tiene que ser mejor”.
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La hinchada libertaria es flaquita. No serán más de 15 freaks que agitan unas banderitas con la imagen del león peinado por la mano invisible del mercado. También flamea la amarillenta serpiente cascabel de Gadsden. “Hay que saltar, hay que saltar, que de la nuestra, no viven más”, canta Miriam. La vecina se acercó al ágape derechista desde el vecino Once. Licenciada en Educación Física, sin traspirar enumera los logros de la gestión ultraderechista: “La inflación no existe más, ahora lleno el changuito”. Nostálgica del uno a uno, pide la dolarización: “La mejor época fue con Menem, y Milei lo admira. No nos va a defraudar”.
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Al ritmo de las cacerolas
A unos pasitos se escuchan el estruendo de unas pocas cacerolas. Hay contrapunto de hinchadas, pero no llega a mayores. Delgada también es la convocatoria para protestar contra el gobierno de los juegos del hambre. “Si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, es Milei metiendo el perro”, dice el cartel que levanta un señor frente a las vallas de Callao. Melisa es laburante del vaciado Hospital Bonaparte: “Tenía que estar, como estuve el jueves en la Marcha Federal de la Salud. Es un gobierno que daña, que nos deja sin salud, sin educación, con miseria. La motosierra mata”.
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Sin pantallas ni parlante, las diezmadas Fuerzas del Cielo siguieron el discurso desde el celular. Como si fuera un gol, festejan cada anuncio de ajuste, despido, derecho que se pierde. Oscar, portero de oficio, los observa atónito: “Son sádicos, disfrutan que el pueblo se cague de hambre, la desgracia ajena”.
Cuando Milei cierra su discurso terrorífico en el Parlamento, la pequeña multitud se bate en retirada. Algunos enfilan para la boletería del Gaumont. Se proyecta otro clásico de terror: Nosferatu.