Si todos los perros van al cielo, para esa plaza eterna en las alturas partió este martes Rucio Capucha. Puro perro, callejero por derecho propio, al rubio –rucio para los vecinos trasandinos- se lo recuerda moviendo su larga cola en el centro histórico de Santiago de Chile, mientas acompañaba al pueblo en el estallido social de 2019, durante la pesadilla neoliberal del segundo reinado del derechoso Sebastián Piñera.
Perrito libertario. El can no llevaba ataduras ni correas, esa independencia que mide metro y medio. A lo sumo, en su peludo cuello color trigo llevaba un pañuelo rojo –la capucha a la que debe su apodo- que le anudaban los luchadores de la primera línea. Trabajadores, estudiantes, poetas de la protesta, revolucionarios que peleaban por un pedacito de cielo rojo. Chile, como escribió en su Manifiesto el escritor Pedro Lemebel, esa tierra donde “hay tantos niños que van a nacer / Con una alita rota / Y yo quiero que vuelen compañero / Que su revolución / Les dé un pedazo de cielo rojo / Para que puedan volar”.
Las crónicas cuentan que allá por finales de 2019, Rucio Capucha daba vueltas por las manifestaciones en la Alameda, las puertas de La Moneda y la tórrida Plaza Dignidad. Cero faldero. Les mostraba los dientes a los fieros carabineros y ladraba contra los guanacos, los camiones hidrantes que cargaban contra los marchistas cerca del amorronado río Mapocho.
En esos tiempos de tórridas protestas, las fotos del bravo Capucha ilustraron los diarios trasandinos y su historia de perro comprometido con las luchas plebeyas recordaban las andanzas y desandanzas del Matapacos, callejero morocho como los desclasados, símbolo de la lucha de los estudiantes en las protestas del 2011. No le busquemos la quinta pata al perro, por su coraje y nobleza, esa primavera el Capucha se transformó en el mejor amigo del pueblo. Su cuenta de Instagram cosechó miles de seguidores, muchos más que algunos políticos traidores que se llaman de izquierda.
Una tarde de aquel noviembre prepandémico, el chorro asesino que escupió un guanaco milico le pegó de lleno en el loma al indefenso Capuchita. Los pacos tiraban a matar contra humanos. Imagínense lo que hacían con el resto. A Capucha quisieron matarlo como a un perro. Fue rescatado por los pibes de la primera línea. ¿Parte médico? Varios cortes, muchos moretones y una contusión en el pulmón izquierdo. Un grupo de veterinarios voluntarios y proteccionistas se encargaron de cuidarlo. Cuando salió del hospital, fue adoptado por una familia. Fue muy cuidado. Dicen, feliz como perro con dos colas.
Pasaron los años y este martes llegó la mala noticia desde Santiago. “Rucio Capucha comenzó con problemas renales severos, ya no se alimentaba, estaba muy decaído y sus exámenes sanguíneos indicaron muy mal pronóstico. Esperamos que donde esté siga corriendo como le gustaba detrás de las mangueras con agua», escribió en su cuenta de Instagram VetSOS, la organización proteccionista que le había salvado la vida en 2019.
La mala nueva llega justo ahora, cuando Boric no da pie con bola y la jauría de la derecha marca el territorio en Chile. Vuelven los dinosaurios que se niegan a desaparecer; los guardianes de la injusticia social instalada hace décadas por el dictador Augusto Pinochet.
Las redes sociales se llenaron de mensajes despidiendo al valiente Capuchita esta tarde. Su legado de lucha sigue vivo. Se equivocaba el Pinocho. Muerto el perro, no se acaba la rabia. El pueblo chileno está harto del huesito que le tira la élite política rancia. No va a ser extraño que salga nuevamente a las calles. Dé pelea frente a los pacos represores. Grite, se saque la rabia y, una vez más, demuestre cómo perrea.