Asesinado en 1977, Rodolfo Walsh no ha dejado nunca de enseñar qué es el buen periodismo. “Nunca le van a perdonar a Walsh eso: que ha quedado siempre joven –dijo acertadamente Osvaldo Bayer- en el prólogo de Operación Masacre-. Se les escapa de los moldes y las escuelas. Supo ver y desnudó a toda la sociedad argentina cuando dejó de jugar al ajedrez y se asomó a ver qué pasaba”.

Su obra periodística reunida da cuenta precisamente de eso, de una forma de hacer periodismo que, a la inversa de lo que suele suceder en muchos casos, sigue señalando contra viento y marea, contra las fake news,  las operaciones de prensa y el corporativismo mediático, qué es ser un periodista.

El violento oficio de escribir (Planeta) reúne casi todos los artículos periodísticos de Walsh, desde sus primeras colaboraciones en Leoplan que datan del año 1953 hasta la “Carta abierta a la Junta Militar”, su último y arrojado “acto periodístico”.

Incluye, además, trabajos suyos para  proyectos como las agencias Prensa Latina, en Cuba, de cuya fundación participó, y ANCLA, la agencia clandestina de noticias que organizó él mismo en 1976, además  el semanario CGT, donde escribió desde 1968 hasta 1970.

Rodolfo Walsh, periodismo, literatura y el juego de las diferencias

En el prólogo Rogelio García Lupo (1931- 2016) da una de las claves de la vigencia del autor de Operación masacre: “La explicación de que Walsh fue un gran escritor puede llegar a confundir. Grandes escritores no pudieron superar la muerte de su prosa periodística una vez que perdieron actualidad”.

Y agrega: “Tal vez la clave se encuentra en que Walsh jamás renunció al a regla del periodismo, y la información sigue siendo uno de los resortes que despiertan el interés del público. La información de Walsh vuelve a atrapar a pesar de que los protagonistas estén muertos, que los conflictos son diferentes y han caído naciones y sistemas políticos”.

En la era de la posverdad, un eufemismo elegante para cubrir a los que mienten en nombre de intereses inconfesables, el periodismo  de Walsh vuelve a poner sobre la mesa la importancia de los hechos.

Es cierto que el hecho desnudo, el hecho “en sí” no existe si no es a través de la interpretación, pero no es menos cierto que hoy, y tal vez siempre pero de manera menos ostentosa,  las interpretaciones están predeterminadas por una ideología que ciertos sectores niegan.

Hasta la tan denostada Real Academia Española condena en su definición la noción de posverdad a la que define como “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.

Lo que distingue a la información de hoy es la capacidad de fuego mediático que tienen las corporaciones periodísticas que, a fuerza de repetición por distintos medios, logran imponer un sentido común, naturalizar ideas aberrantes como si no fueran formas infames de mirar el mundo, sino visiones casi “biológicas”, tan definitorias del ser humano como el hecho de ser bípedo.

Es casi seguro que, de vivir hoy, Walsh seguiría siendo quien fue: el encargado de mostrar aquello que está oculto o, como en el cuento La carta robada de Edgar Allan Poe, tan a la vista que no se ve. Lo obvio, lamentablemente, suele volverse invisible.

Hasta 1955, es decir, hasta el año de la autodenominada Revolución Libertadora, Walsh publica en Leoplan notas sobre literatura que ponen en evidencia su conocimiento sobre el tema.

Un buen ejemplo de su dominio en el campo literario es «La misteriosa desaparición de un creador de misterios” que lleva como subtítulo “Un famoso escritor desconocido” en el que se refiere al escritor nacido en Estados Unidos  Ambrose Bierce, curiosamente, también periodista, autor del hoy célebre Diccionario del diablo.

Es posible que Walsh se haya identificado con él y con su rebeldía. “Había comenzado su carrera `literaria`en San Francisco –cuenta-, estampando inscripciones terroristas en la Casa de la Moneda. Allí mismo ejerció durante más de veinte años el periodismo, provocando descomunales polémicas, sin que nadie escapara a su látigo de sátira”.

En este artículo se evidencia la misma prosa contundente y cuidada que en los artículos germinales de lo que luego sería Operación Masacre como “Yo también fui fusilado”, donde transcribe lo que vivió Juan Carlos Livraga durante los fusilamientos de José León Suárez, de los que logró salvarse.

Dice en la bajada de la nota: “La odisea de un obrero argentino víctima de criminal vesania evidencia la corrupción, el desorden y la irresponsabilidad del aparato represivo del Estado”.

La obra periodística de Walsh, a quien Osvaldo Bayer llamó “el Agustín Tosco de las redacciones”,  es imprescindible no sólo para periodistas interesados por su oficio, sino también para todo aquel lector que se interese por la historia del país y que sepa disfrutar de una prosa en la que se pone de manifiesto que los hechos en sí mismos suelen ser mudos, por lo que es necesario narrarlos con el mismo cuidado que una novela y un cuento. Los hechos cobran relevancia y perduran a través de las palabras.