El jueves 25 de abril el gran bandoneonista y compositor Rodolfo Mederos se subirá al escenario del Centro Cultural Torquato Tasso en formato trío, junto al guitarrista Armando De la Vega y el contrabajista Sergio Rivas, para compartir un repertorio de clásicos y novedades que coquetea con no revelar. «Con Armando y Sergio nos conocemos desde hace añares y nos pasa algo singular. Cuando tocamos, respiro, siento la respiración de ellos y eso me da más aire. Nos movemos juntos en una dirección y eso se adquiere con el tiempo, pero también gracias a cualidades personales», comenta Mederos para encender esta charla con Tiempo que transcurre en su sala de ensayo, con los postigos entornados de un primer piso de casona centenaria en el corazón de Constitución. Empieza a hablar con sus brazos echados hacia atrás de la cabeza, en un gesto de absoluta vitalidad.

–¿Qué repertorio prepararon para el Tasso?

–El público que sigue a nuestro trío es de 50 para arriba y quiere «Sur», «El día que me quieras»… Vamos a tocar tangos. Y esto podría ser motivo de alguna objeción: «¿Pero cómo, Mederos, usted toca tango cuando dice que ha muerto?». «Bueno, depende de qué tango». Algunos me gusta rescatar. El tango es un libro que se ha cerrado con todos sus secretos y sabiduría adentro.

–¿Cuándo se murió este género para usted?

–En los ’50. Curiosamente no ha tenido una vida muy larga, si pensamos que nació al principio del siglo XX y en cinco décadas logró un recorrido monumental. No creo que haya otro género en el mundo que, en tan poco tiempo, alcanzara semejante sofisticación partiendo de una música híbrida: el Río de la Plata combinado con toda Europa, desde turcos y judíos hasta italianos y españoles. Pienso en los temas del 1900 y después en Horacio Salgán: el anverso y el reverso. ¡Qué increíble! Pero esa naranja dio todo lo que tenía.

Rivas, Mederos, De la Vega.

–¿No deberíamos aceptar que nuestra realidad es distinta y contarla de otra forma? Desde hace un par de décadas hay una movida muy interesante de tango contemporáneo con un número creciente de agrupaciones, discos, milongas… ¿Qué es lo que se perdió en el camino? 

–¿El mundo del 1900 que vos no has conocido por tu edad y yo casi tampoco, aunque soy más grande, era igual al de ahora? Claro que no. ¡Ah! Ahí está la respuesta.

–¿Por qué no pensar que los tangos actuales están interpretando lo que nos pasa ahora?

–No lo sé, por algún motivo no somos capaces de manifestarlo. Esta es una época de absoluta inmediatez, frivolidad e inmaterialidad. ¿Qué lugar puede tener el tango? La globalización ha traído la licuación de las fronteras y la pérdida de la identidad. Esa desregionalización genera un escenario indiferente. ¿Desde dónde manifestar esto si no sé de dónde vengo? Y no hablo de la Argentina sino de la humanidad. El filósofo Bauman hablaba de la sociedad líquida. Estamos en una latencia viendo quiénes somos. El tango quedó atrapado en esta crisis. Pronto serán los robots los que harán la música.

–¿Cómo podría una máquina experimentar esa chispa emocional que desencadena el hecho artístico?

–Es la gran pregunta. La música, como la comida, no es una cuestión solitaria: ambas son en comunidad. Los ñoquis se comen los 29 porque son cultura. Por lo mismo que se bailaba «El Choclo» cuando se escribió. Por eso el tango es una pintura terminada: queremos agregarle colorcitos, pero al lado tenemos una tela en blanco y no sabemos qué pintar porque nos perdemos en el celular y la inmediatez. Entonces traemos a la rastra aquel tango y le inyectamos una endovenosa de acordes modernos o algún instrumento exógeno como para decir: ¡Está más joven! ¡Revivió! Y ahí aparecen los pasos de Piazzolla, con su modernidad, dándonos la esperanza de que todo seguirá.

Mederos y el bandoneón, y una relación sin fisuras.
Foto: Tiempo Argentino

–Pero si el tango expiró, ¿qué supuso entonces la exploración que llevó usted adelante en los ’80 con Generación Cero, donde el género dialogaba con el jazz y el rock?

–Creo que pensaba lo mismo que ahora, pero era menos maduro. Ya empezaba a sentir que un camino melancólico aferrado al pasado no era saludable. Yo soy tanguero pero adentro mío están Frank Zappa, Emerson, Lake & Palmer, Chet Baker, Beethoven, Bach, Chopin. Generación Cero fue un grupo disruptivo acuñado a fines de los ’70, predictadura militar, y duró trece años. Pero pasó un tiempo y volví a armar una orquesta típica. ¡Gata flora, Mederos! Disfruté como un cerdo. Pero se acabó y volví a salir. Un músico tiene que tener el oído hacia atrás y la mirada para adelante. A los 83 años estoy con otro experimento. Hay que buscar ese sonido incierto que aún no está.

–¿Algo así como intentar atrapar un misterio?

–Respondo con un ejemplo que por ahí da gracia. Estoy formando con músicos muy jóvenes un nuevo cuarteto que se va a llamar Pulso: el bajista tiene 20, el pianista 21 y el baterista 24. Estamos ensayando desde hace seis meses y a punto de cortar el cordón.

El bandoneonista en el Tasso.

–¿Y cómo es esta experiencia de hacer música con artistas tan jóvenes?

–Maravilloso. Me maltratan como a cualquiera (se ríe). Hace poco tuvimos una presentación con el trío y me traje a estos chicos de invitados sin presentarlos oficialmente. Solo dije: «Hola, les presento a tres jóvenes músicos con los que quiero tocar». Hicimos tres temas y el público los aplaudió de pie. Yo toqué parado, lo cual me generó en el escenario una sensación de mundo distinto. Fui muy feliz. Y creo que los chicos también porque probaron esta energía increíble de tocar para alguien.

–¿Qué lo conmueve a la hora de la escucha?

–Acá entramos en algo más riesgoso, que es la cuestión ideológica, aunque en realidad nunca escapamos de ella. Yo soy un humanista. Prefiero un tango de mirada humilde. Mi visión del mundo no tiene que ver con el anarquismo, pero soy un insatisfecho. El ser humano está buceando en una especie de adolescencia donde no encuentra maneras para ser mejor, más feliz, equilibrado y equitativo. Ahora tenemos penicilina, celulares, ¿pero la gente es más feliz? ¿Nos hace falta vivir más o vivir mejor?

Mederos con los ojos en el futuro.
Foto: Tiempo Argentino

–Usted conoció a Piazzolla de jovencito. ¿Cómo fue ese cruce del destino?

–Tenía 20 años y estaba en el servicio militar. 1960. Piazzolla iba a estar en Córdoba, donde yo estudiaba Biología, para grabar en la Radio LV2. Agarré una bicicleta y me escapé del cuartel. Cuando entré al auditorio vacío vi a Piazzolla en el fondo con sus músicos: Oscar López Ruiz, Kicho Díaz, Jaime Gosis, Elvino Vardaro. Fue como ver a San Martín. Estaban escuchando música de un grupo mío, que un técnico había grabado poco antes en un sistema muy primitivo. Me quedé paralizado hasta que me lo presentaron. «¿Por qué no te venís a Buenos Aires?», me dijo. Ese día Astor iba a grabar un anuncio porque a los dos meses se venía una presentación en el Gran Teatro de Córdoba. Al final, la gente del teatro me invitó para tocar un par de temas antes que él, porque yo tenía un grupo medio modernoso, Guardia Nueva.

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–¿Y qué tal ser telonero de Piazzolla, a los veinte años?

–Una fiesta del espíritu. Fue un concierto de puta madre. Tocamos con el teatro lleno porque la pendejada estaba con Astor. Él escuchaba desde un palco y estaban mis viejos, mi novia, mis compañeros de facultad. Cuando salgo del teatro me topo a Piazzolla: «¿Y cuándo te venís a Buenos Aires?». Yo no quería desilusionar a mi familia. Mi viejo ferroviario había hecho hasta tercer grado. Mi vieja, ama de casa. No sabían lo que era la Biología pero yo iba a ser el doctor Mederos. Me paralicé. Pero a las dos semanas fui a hablar con mi viejo. Nos sentamos en el patio y le dije que no quería perderme esto. Me emociona contarlo porque un hombre experimentado sabe que su hijo se está despidiendo. «Bueno, si es tu gusto…». Se fue a la habitación y me trajo del ropero un sobre. Sus ahorros de jubilado, 8 mil pesos de aquella época que me alcanzaron para el pasaje y quince días de pensión.

–¿Cómo fue la llegada a Buenos Aires? ¿Ahí empezó a tocar con Astor?

-No, ahí empecé a morirme de hambre. Vivía en una pensión por Abasto. Comía un día sí y dos no sé. Entonces alguien me dio un trabajo, que era acompañar a cantores en una cantina de Lugano. ¡Lo que aprendí ahí! Esa verdad y humildad me reveló el tango. Es bueno pensar en la verdad de las cosas.

–¿Qué significa Piazzolla en lo personal?

–Es otro de mis padres. El primero fue mi viejo ferroviario. Después los Salganes, los Troilos, los Puglieses. Piazzolla fue muy generoso. A los pocos meses de llegar acá me quedé dormido en el tren y me robaron el bandoneón. Algo trágico. Él me prestó uno suyo, que todavía tengo porque nunca dejó que se lo devolviera. Su música me parece formidable aunque yo prefiera otras. Pero bueno, la Biología me enseñó a separar los tantos y que la música es una cosa, la persona otra y algunas actitudes personales otra. Pienso en Piazzolla y me invade la gratitud, pero no puedo aceptar que haya comido con Videla, y se lo dije.    «


Rodolfo Mederos Trío en vivo

El bandoneonista se presentará junto a Armando De la Vega (guitarra) y Sergio Rivas (contrabajo) el jueves 25 de abril a las 22 en el Torquato Tasso, Defensa 1575.

Cuarteto Pulso, lo que viene

El próximo concierto de Rodolfo Mederos Trío en el Tasso es la excusa para esta nota con Tiempo, pero este gran bandoneonista y compositor no para de hablar de otro proyecto, un nuevo cuarteto llamado Pulso, conformando con tres músicos jovencísimos, de 20, 21 y 24 años, cuyos nombres aún no revela. Se le nota el entusiasmo por este «experimento» que viene sazonado con la picardía y luminosidad de las primeras veces. «Va a ser un grupo de brazos abiertos, no coto cerrado como una ‘típica’ –asegura–. Acá van a poder caernos invitados. ¿Vos tocás el violín? Venite y hacés un tema. ¿Tocás la trompeta? Vení. ¿Bailás flamenco? Vení. Si todo lo que vamos a hacer es razonable y artístico, ¿por qué no experimentar? ¿Cuál es el límite? Cuando estaba con la orquesta de Pugliese me rechazaban cualquier arreglo ligeramente picante. Está bien: el gusto de alguien es respetable y lo digo con toda admiración por él. Pero antes la ideología y las conductas eran muy herméticas. Y un día un músico muy inteligente me dijo: ‘Rodolfo, las fronteras que impiden entrar también impiden salir’. Fue revelador».



El encargo de Piazzolla y un permiso de padre

«Algunos años después de venir a Buenos Aires, en los ’60, Astor me encarga unos arreglos para una cantante que iba a presentarse con su quinteto en una gira. Él sabía que necesitaba plata y me los dio a mí. Supongo que sabía que iba a escribir razonablemente porque conocía bien su estilo», recuerda Rodolfo Mederos. «Al final hago los arreglos con gran dedicación, seis, siete cosas. Se los llevo a la casa y lo mira con ceño fruncido. Y de pronto dice: ‘¡Pero esto es Piazzolla! No, no, para Piazzolla ya está Piazzolla. ¡Vos tenés que vivir como vos!’. Fue un sopapo que no me lo olvido más. Salí de esa casa y empecé a caminar, ni sé para dónde… Yo tengo que vivir como yo. Hay que aprender de otros pero no para imitar. Hay que abrir. Hoy siento que fue un permiso de padre, como cuando tu viejo de dice, ‘bueno, loco, ya no vivas más con nosotros. No te estoy echando, pero… vos podés’. Ese día empezás a hacer tu propia vida. Me acuerdo hasta el tono de su voz».