La primera puntada la dio Andrés Manuel López Obrador cuando se puso al frente de una campaña internacional de defensa de los diseños, pinturas y otras obras de arte propios de los pueblos americanos. Eso fue hace dos años, y el presidente mexicano lo reafirmó hace siete meses, al estampar su firma al pie de una ley que castiga con dureza a quienes usurpen el tesoro cultural aborigen para hacer negocios en beneficio propio. Hasta 20 años de prisión efectiva pueden corresponderles a los titulares de las más grandes fábricas europeas de indumentaria si recaen en sus prácticas rapaces. El ejemplo prendió fuerte y en los últimos días quienes tomaron la posta fueron los campesinos del altiplano peruano, que protegen a las vicuñas, y el gobierno rumano, que preserva su patrimonio cultural.

A pesar de las trabas que, sin razones declaradas, les impone el gobierno autoritario de Dina Boluarte para instalar una planta de procesamiento de la lana, dos comunidades campesinas peruanas del Cusco refrendaron un convenio para la conservación de la vicuña, un camélido originario de la cordillera andina del que se obtienen hilados de la más alta calidad mundial. Mientras toma forma esta iniciativa impulsada por la población aborigen, la Cooperativa Multicomunal Picotani denunció la semana pasada las formidables ganancias que obtienen las multinacionales que comercializan la lana. Los campesinos señalaron expresamente a la marca de lujo italiana Loro Piana, que según su página web vende por miles de dólares prendas que se obtienen a partir del trabajo mal pagado a las comunidades locales.

Los campesinos peruanos no apuntan en la misma dirección de sus pares mexicanos. En la cordillera, donde durante el hilado los artesanos desarrollan diseños exquisitos muchas veces espontáneos, que se dan directamente en el telar, el combate a la copia de los dibujos de tapices y prendas no es, por ahora, su prioridad. Junto con la planta de procesamiento, la cooperativa se propone en segunda instancia “confeccionar nuestras propias prendas para que la plusvalía no se vaya a Europa”. En la Multicomunal Picotani señalan que el mercado internacional paga no más de 310 dólares por cada kilogramo de lana, que es el producto de casi una semana de trabajo. Cada vicuña produce un vellón de 185 gramos en promedio, que es lo máximo que un trabajador puede procesar en una jornada laboral. En contraposición, Loro Piana ofrece sus prendas a valores que oscilan en los 10.000 dólares.

Depredadores

Contra la soledad en la que se debaten los campesinos peruanos, en Rumania la defensa de su cultura es, como en México, encarada directamente por el gobierno. El Ministerio de Cultura del país europeo no cuenta con una ley que le permita accionar sobre los depredadores, pero sí recibió el inestimable respaldo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que hace dos años incluyó las prendas con los tradicionales bordados rumanos entre el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. El excesivamente respetuoso pedido cursado por la ministra Raluca Turcan a Louis Vuitton, se relaciona con el diseño de una camisa tradicional, la Blouse Roumaine, propia de la región de Marginimea Sibiului. Por ahora, escribió Turcan a la firma francesa, “le pedimos que reconozca el patrimonio y valor cultural de la camisa con cintas bordadas”.

Ni el gobierno rumano ni la UNESCO ni la comunidad La Blouse Roumaine, que el 2 de junio pasado lanzó una campaña de denuncia contra Louis Vuitton, imaginaban que también iba a terciar el prestigioso Centro Cultural Pompidou de París. Allí, donde se exhibe buena parte de la exquisita obra de Hernri Matisse (1869-1954), el Centro dice que, “conmovido por la belleza gráfica de los motivos artesanales de la blusa, (Matisse) traduce su exaltación haciendo desaparecer detalles, simplificando las líneas y creando áreas coloreadas, como sugiere la estilización de los adornos centrales de hojas de roble. La Blouse Roumaine –concluye el centro francés– se hincha y se convierte en un espacio pictórico, además de metafórico”. La pintura de Matisse de los años ’40 del siglo pasado está orientada a exaltar el acervo cultural de Rumania.

Mano de obra esclava

Loro Piana y Louis Vuitton, que además están denunciadas por el empleo de mano de obra esclava en sus talleres, no están solas en el índex de la indecencia. Por uno u otro motivo –robo de los diseños o explotación de personas, o por los dos– están incluidas la española Zara, las francesas Sèzane, Paloma Picasso y Louis Vuitton, la sueca H&M, la belga C&A, la británica Marques & Spencer, las estadounidenses Carolina Herrera y GAP y las argentinas Sol Acuña Anchorena (Rapsodia), Cheeky (Juliana Awada de Macri), Claudia Larreta, Josefina Helguera y los dueños de Chocolate y Vitamina. Y las más afamadas marcas de ropa deportiva: Nike, Puma, Le Coq Sportif, Adidas, Topper, Montagne y Fila.

Por ahora, peruanos y rumanos apelaron a los buenos modales para recordarles a los grandes de la moda que tanto la técnica del hilado como las guardas y otros diseños tienen derechos de propiedad intelectual, y que para usar esas creaciones desarrolladas durante siglos se debe pagar derechos de autor. Cuando en 2022 los mexicanos lanzaron su primera piedra, las empresas señaladas se excusaron tímidamente. Más que tímidamente, hipócritamente. Casi a coro todas recitaron el mismo verso, la única creación auténtica de la española Zara, copiada por todos: “Reproducimos algún diseño indígena, pero lo hacemos para rendir tributo a la cultura aborigen mexicana”. Irene Pineda, delegada de los pueblos indígenas ante la ONU, respondió que “ese es un argumento falaz para justificar el robo”.