A un costado de la puerta de su oficina del Juzgado Contencioso Administrativo y Tributario Nº 2 de la Ciudad de Buenos Aires, Roberto Andrés Gallardo tiene un retrato de Rodolfo Ortega Peña. Entre figuras públicas y de su círculo personal, como sus tres hijas, su despacho exhibe otras muchas imágenes. Pero la pintura del rostro del reconocido abogado laboralista -un regalo de una trabajadora del juzgado- es la primera. A 50 años del asesinato de Ortega Peña, Gallardo repasa el legado académico, su ejemplo de militancia y su vigencia en el debate del actual sistema judicial.

-¿Cómo lo considera a Ortega Peña?

-Como un referente por sus principios, valores y coherencia. Gente que hace discursos hermosos hay un montón. El tema es cómo sos coherente con el discurso. Lo rescato como una figura como la de Salvador Allende. Con lo que a él le tocó vivir, me parece que hay un conjunto de circunstancias que lo posicionaron como un tipo que decía y hacía. Así vivió, y así murió.

-¿Qué representa?

-Muchas cosas, pero primero una época con su forma muy especial y para mi gusto muy rescatable de hacer política. Ortega Peña es un exponente de rigidez en el sentido ideológico. Una suerte de figura irreductible. De hecho así es como lo matan porque no cede, tiene una cosmovisión y es coherente con eso. Por eso digo que en términos de la forma de hacer política en esa época, es una figura homologable a Allende: alguien que resiste hasta el último momento.

-¿Y en términos académicos?

-Me interesa hacer foco en su invisibilización académica. De él y de todos los que de alguna manera representan algo distinto desde lo jurídico en la facultad. Siempre lo repito en mis cursos: Ortega Peña no tiene ni el nombre de un ascensor en la universidad. Nada, no existe. Y lo mismo pasa con muchos otros. De su rol en la facultad me interesó específicamente qué había hecho durante la gestión de Mario Kestelboim cuando lo nombraron director del departamento de historia del Derecho. En los archivos de la Facultad encontré que había desarrollado un programa de estudio que modificaba radicalmente el contenido de todas las materias de historia del Derecho. No es casual que sea invisible. Él representa una visión donde se critica un sistema jurídico que está pensado, estructurado y ejecutado para dominar y para expoliar. Lo denunciaba en su época y lo revisaba hacia el pasado, pero eso sigue con más vitalidad que nunca. Hoy esas ideas tienen absoluta vigencia.

-¿En qué se ve?

-En que las condiciones de nuestro país tal vez son las peores, como nunca antes. Estamos en un marco de absoluta debilidad del campo popular, desarticulado, confundido y por ahora sin encontrar la forma de salir de esto. Por otro lado, hay una actividad de los sectores del neoliberalismo que está en su máximo esplendor. Hace 10 años no hubiésemos pensado jamás que íbamos a tener un presidente que dijera que el Estado es una organización criminal. Era una fantasía, un delirio o un libro de ciencia ficción. Cuando hablamos de la vigencia y el pensamiento de Ortega Peña es porque esa circularidad en nuestra historia sigue dándose. Esta vez, con un énfasis inédito.

-¿Cómo llegó a Ortega Peña?

-El primer acercamiento fue desde la lectura sobre la política argentina en los ‘60 y ‘70. Después se sucedieron una serie de hechos encadenados que me acercaron mucho más a su historia, como haber conocido a Eduardo Luis Duhalde, su compañero de militancia. Le fui a hacer una entrevista justamente. Lo que en principio iba a ser una reunión se transformó en más de 20 encuentros en los que charlamos sobre Ortega Peña, esa época y todo lo que habían hecho. Con Duhalde hicimos el primer -y creo que único -gran homenaje a Ortega Peña en la Facultad de Derecho.

-¿Lo estigmatizaron por su relación con los sindicatos?

-Él era un abogado militante. Para el establishment, agregar el mote de militante es denostativo, siempre para descalificar. Su vinculación con los gremios era parte de su cosmovisión jurídica: él entendía a la justicia desde el lugar de los oprimidos no desde el lugar del poder. El sistema judicial que rigió antes de su intervención histórica y el de hoy es un sistema del poder. Ahora ajustó su discurso de tal manera que pareciera que en algunas cosas estamos mejor. Es lo que llamamos proceso de nominalización: se generan muchas normas, tratados, convenciones y si uno las lee dice “qué bueno, hemos avanzado muchísimo”. Pero cuando uno ve el grado de concreción de los derechos, se da cuenta que es inversamente proporcional al crecimiento de las normas. Antes te decían todo que no y ahora te dicen todo que sí, pero no hacen nada.