Para todo escritor latinoamericano el destierro es una de sus posibilidades más certeras y, con alarmante frecuencia, un destino inexorable. La afirmación se podría ejemplificar con una inmensa lista de nombres, pero en este caso basta con el de Roberto Bolaño que, chileno de origen, pasó gran parte de su destierro en España.
Por esta razón y porque gran parte de su obra fue escrita en suelo español, la Biblioteca Nacional de ese ha comprado las cartas que desde el exilio le escribiera a su amigo, el escritor chileno Bruno Montané que aparece retratado en Los detectives salvajes como un tipo muy alto, rubio, que casi nunca abría la boca.
Quizá por la nostalgia del exilio, escribir cartas se convirtió para Bolaño en un acto tanto o más compulsivo que el de fumar. Las escribía a cualquier hora, sobre todo a la madrugada, cuando se sentaba a escribir y estaba solo consigo mismo: Bruno, querido, hermano, son las tres de la madrugada y necesito hablar con alguien ( ) y ganas, más bien dicho, pierdes tú. Son las cinco menos cuarto (de la madrugada, claro) y me voy a tomar un café. ¡Adoro este silencio!.
Tonio Angulo Daneri, autor de la nota aparecida en Babelia donde aparece la noticia de la compra declara: Bajo un criterio meramente espaciotemporal, las cartas y postales que Bolaño le envió a Montané podrían dividirse en tres grupos: siete escritas en Ciudad de México el último medio año que pasó allí, tres en la villa turística francesa de Port-Vendres, adonde fue a trabajar a poco de pisar Europa en enero de 1977, y 34 en su larga estadía en Cataluña, primero en Barcelona, luego en Girona y finalmente en Blanes, ese pueblo a orillas del Mediterráneo dijo alguna vez donde hay gente de todo el mundo y que ya existía antes de que naciera Cristo: allí donde vivió hasta su muerte, en 2003.» El lote está integrado por por 44 carta originales, 18 tarjetas postales y 3 piezas manuscritas autógrafas del escritor.
Entre las cartas figura una que Bolaño denominó el relato del horror, fechada en 1995. En ella cuenta que estando en la cama sintió que se le acalambraba todo el cuerpo y que se iba a desmayar. Intentó salir de la cama para salir a pedir ayuda, pero se desvaneció antes de lograrlo. Como se sabe, el autor chileno murió el 15 de julio de 2003 víctima de un mal hepático que lo mortificó durante mucho tiempo y del que sólo podría haberlo salvado un trasplante.
Enrique Vila-Matas definió al escritor chileno como un ermitaño lunático o mejor dicho, a un escritor de antes, esa clase de personajes que consideraba ya inencontrables porque creía que pertenecían a un mundo que había entrevisto en mi juventud pero que se había perdido ya para siempre; ese tipo de escritores que jamás olvida que la literatura, por encima de todo, es un ejercicio peligroso; alguien que no solo es valiente y no pacta ni un ápice con la vulgaridad reinante, sino que muestra una contundente autenticidad y que une vida y literatura con una naturalidad absoluta; un increíble supertoviviente de una especie en extinción; ese tipo de escritor sorprendente que pertenece con orgullo a una casta de gente zumbada, obsesiva, maníaca, trastornada en el buen sentido de la palabra: tipos obstinados, muy obstinados, que saben ya que todo es falso y que, además, todo absolutamente todo acabó
Este «escritor de antes» amó la escritura en todas sus manifestaciones. Por eso, cultivó el género epistolar con la misma pasión y talento con el que cultivó el relato.