A falta de los ya abandonados torneos amistosos en Mar del Plata o Mendoza, las selecciones juveniles suelen ser un clásico y fiel animador de enero, el mes en el que los hinchas surfean su abstinencia de fútbol oficial. Dirigida por Javier Mascherano y con chicos como Claudio Echeverri y Valentín Barco, la Sub 23 debutará hoy a las 20 ante Paraguay en el Preolímpico de Venezuela que entregará dos plazas para los Juegos de París 2024. Pero más allá de la coyuntura y del objetivo por cumplir, en contexto se tratatá también de una continuidad de los seleccionados menores como foco de atención en los veranos, ya sea en Preolímpicos Sub 23 o Sudamericanos Sub 20 o Sub 17: un carrete de jóvenes cracks presentándose en sociedad, equipos instalados en la memoria y, aunque haya quedado en el olvido, del caso más insólito alrededor de una selección nacional, una historia inverosímil que cumple 50 años.

En marzo de 1974, Argentina viajó a Chile para jugar un Sudamericano Sub 20 y, ya a pocas horas de jugar, incluso luego de la ceremonia de presentación, se supo que 14 de 19 jugadores estaban pasados de la edad reglamentaria. Le siguió, contrarreloj, un enroque: regresaron al país los «viejos» –como los denominó la prensa de la época– y viajaron los «verdaderos juveniles», entre ellos dos futuros técnicos de la selección mayor, Marcelo Bielsa y Alejandro Sabella. Para darle tiempo a la nueva selección, el debut argentino debió ser aplazado dos días, todo bajo la sombra del entonces flamante régimen de Augusto Pinochet. «Fuimos al fracaso. Fue el error más grande que hicieron los dirigentes y nos costó no ganar ese Sudamericano«, recuerda, medio siglo después, uno de los integantes de la selección más bizarra, Juan Ramón Rocha.

Parece una de esas historias de juveniles africanos cuya edad –por evidencia o por prejuicio– suele ser puesta bajo sospecha, pero en este caso no se trató de mala fe sino de un malentendido o de una mala interpretación, un punto muy alto en el competitivo ranking de desorganización que históricamente caracterizó a la AFA. Lo que en diarios de la época fue llamado «error imperdonable», «rídiculo» y «soberano papelón» pero luego quedaría en el olvido remite a la sexta edición del Sudamericano Sub 20, un torneo iniciado en 1954 que en 1974, cuando fue organizado por Chile, todavía se llamaba Juventudes de América. No era, vale aclararlo, clasificatorio a ningún torneo posterior: el Mundial Sub 20 recién nacería en 1977.

Tras un par de entrenamientos informales en la cancha de Ferro, donde la AFA sacó la foto oficial del equipo, el plantel viajaría el viernes 1 de marzo hacia Santiago, previa escala a Arica, la subsede que Argentina compartiría con Paraguay, Perú y Ecuador. Ya en Buenos Aires hubo señales de que AFA y la organización no eran (o no son) palabras que rimen: los jugadores debieron vestirse con trajes de invierno y no tenían claro en qué hotel de la capital chilena se alojarían .»No sé, allá vemos», respondió el presidente de la delegación, Rodolfo Regirozzi, secretario de River, en el aeropuerto de Ezeiza.

El sábado 2, mientras los jugadores desfilaban junto a las otras delegaciones en Arica, los dirigentes se reunieron en Santiago para ultimar detalles. Aunque Argentina debía debutar el miércoles 6 contra Ecuador, el torneo comenzaba al día siguiente, el domingo 3. Regirozzi les entregó a los presentes un prolijo folleto en el que, además de la foto del plantel en la cancha de Ferro, se informaban datos de los jugadores argentinos. También había una pomposa referencia a la Argentina como sede del Mundial 1978. Pero el motivo de orgullo sería el origen del problema: los dirigentes de las otras delegaciones detectaron enseguida que 14 de los 19 jugadores (René Houseman era el vigésimo que completaba la lista pero estaba afectado a Huracán para la Copa Libertadores) tenían una edad superior a la permitida.

Papelón

En concreto, el Juventudes de América era un torneo para menores de 20 años pero Argentina entendió que podían ser convocados los futbolistas que cumplieran 20 años a lo largo de todo ese año, 1974. Al menos, nuestra delegación no fue la única: también Paraguay lo había hecho. Los dirigentes de casi todas las delegaciones se reunieron durante tres horas. Chile, que se jugaba la reputación del torneo, les pidió a los otros rivales que aceptaran lo que había sido un error involuntario de Argentina. La Conmebol (entonces Confederación Sudamericana de Fútbol, a cargo del peruano Teófilo Salinas) también pidió comprensión para el momento y Regirozzi, que antes de viajar a Chile había concurrido junto al plantel a la secretaría de Deportes de la tercera presidencia peronista, lanzó un par de frases que parecieron tensar la cuerda contra el pinochetismo: habló de la situación política y económica de Chile y y afirmó que «Argentina está presente por solidaridad».

Pero, a la hora de votar, salvo un «sí» conmiserativo de Colombia, el resto rechazó ese indulto: Uruguay («no voy a dar ventajas, Argentina trajo jugadores que pueden ir al Mundial de Alemania», dijo su representante), Venezuela, Ecuador y Perú sostuvieron que Argentina y Paraguay no podían jugar con futbolistas más grandes –el delegado de Brasil no acudió y Bolivia no participó en el torneo–. Al menos, a las selecciones en falta se les permitió traer nuevos jugadores y retrasar dos días el debut.

En medio del escándalo, los diarios chilenos se burlaban –«a Argentina sólo le faltaba incluir al ‘Nene’ Sarnari (futbolista de entonces 34 años) y a los paraguayos, a los Combatientes del Chaco», publicó El Mercurio– y los dirigentes de otros países ponían en duda la capacidad de Argentina para organizar el Mundial 78 –»no son capaces de leer un reglamento y quieren hacer una Copa del Mundo–. En Argentina, mientras tanto, el desconcierto era tal que había que había confusión en la cantidad de chicos fuera de la ley: «Un juvenil insólito: 15 jugadores sobrepasan el limite de edad tope, Argentina sin equipo«, publicó Clarín el domingo 3 de marzo, al tiempo que Crónica titulaba: «Uh, era un juvenil viejo».

Como la ley era clara –»No podrán integrar los equipos los jugadores que hubiesen cumplidos los 20 años antes de que comience el torneo»–, 14 de los 19 jugadores de Argentina quedaban fuera de competencia, todos ellos de la clase 53 salvo uno, Daniel Vassolo, nacido el 2 de marzo de 1954, que por un día quedó afuera del Mundial. Por el contrario, Rocha, nacido el 8 de marzo de ese mismo año –menos de una semana después que Vassolo–, pudo jugar el Mundial por un margen de cinco días. Los únicos cinco «sobrevivientes» fueron, además de Rocha, Osvaldo Barreiro (3-1-55), Jorge Tripicchio (30-4-54) y dos futuros campeones del mundo en Argentina 1978, Alberto Tarantini (3-12-55) y Daniel Bertoni (14-3-55).

Entre los 14 que debieron volverse algunos apellidos son sencillos de reconocer para los futboleros más veteranos, como Oscar Ortiz (también campeón en 1978), Enzo Trossero, Julio Asad, Víctor Bottaniz, José Delménico, Néstor Chirdo o José Sanabria. «Volvemos del desfile y el preparador físico nos junta y nos dice que hay un inconveniente con las edades. Nos mirábamos entre nosotros y no podíamos creerlo. La mayoría teníamos que volvernos. A mí se me cayó el alma al piso, estábamos ahí, a horas de debutar en el Sudamericano«, dijo Chirdo en una de las pocas notas que recuerda este hecho, del periodista Walter Epíscopo en el diario El Día, en 2020. «Fui abanderado en la apertura y estábamos muy ilusionados pero nos tuvimos que volver a horas de jugar el primer partido. Viajaron otros muchachos», agregó Delménico.

El encargado de realizar la lista, Ernesto Duchini –aunque el técnico que viajó fue Florencio Doval–, hizo su descargo inmediato: «Los dirigentes me habían dicho en diciembre (de 1973) que tenía que elegir jugadores que cumplieran 20 años en 1974». Pero, contrarreloj, las responsables ya no importaban: era hora de elegir a los 14 reemplazantes. Según puntualizó Ricardo Gorosito, socio del CIHF (Centro de Investigación e Historia del Fútbol) en un artítulo de 2022, «se comenzaron a llamar a los nuevos futbolistas a través de los distintos programas deportivos radiales, en especial La oral deportiva, de José María Muñoz. Los dos más conocidos fueron los ya mencionados Sabella, entonces en River (de 19 años), y Bielsa, defensor de Newell’s (de 18) que no había debutado en Primera y que tampoco sumaría minutos en el Sudamericano.

«Con Marcelo éramos compañeros en Newell’s y todavía seguimos en relación, somos amigos, pero no recordaba que él había viajado a Chile. Sí me acuerdo la desorganización. Los dirigentes se mandaron la macana, habían interpretado mal el reglamento. Habían viajado el Turco Asad y Delménico, entre otros, pero quedamos muy poquitos y tuvieron que venir los nuevos» recuerda Rocha a Tiempo desde Grecia, donde vive tras haber hecho casi toda su carrera en ese país.

Aún más curioso fue que, mientras los cinco «sobrevivientes» esperaban en Arica, los dos grupos, los que volvían y los que iban, se encontraron en el aropuerto de Ezeiza el martes 5 de marzo. El torneo ya había empezado el domingo. Según recuerda Chirdo, «era una situación muy rara. Nosotros nos íbamos destrozados y ellos sabían que en pocas horas tenían que jugar». Bajo el título «Los que se fueron, contentos, pero los otros ¡qué mufa!», la edición de Crónica del día siguiente retrata esa rareza: «Por la puerta 33 se fueron a Chile. Por la puerta 27 volvieron de Chile». También se destacan frases de los «nuevos» –»Esta puede ser una gran oportuidad para ganar popularidad», dijo Sabella– y quejas de los «viejos» contra el periodismo por tildarlos de «ancianos».

En Chile los esperaba un clima hostil, el de la dictadura. «Fue una época jodida, después del asesinato de (Salvador) Allende. Era un quilombo, con toque de queda: nuestro hotel estaba cerca de la playa pero ya a las 7 de la tarde no se podía salir», recuerda Rocha. Argentina, finalmente, debutó el viernes 8 y, pese a la desorganización, ganó el primer partido, 1-0 ante Ecuador. Sería, sin embargo, el único triunfo: siguieron dos empates y dos derrotas para terminar en el cuarto puesto, un final con sabor a poco pero acorde a una situación insólita que ganaría el Mundial de desorganizaciones alrededor de la selección argentina, a mitad de camino entre el ridículo y el papelón. «