En el último siglo los argentinos hemos sufrido varias crisis político-económico-sociales de enorme profundidad que sacudieron y afectan nuestra existencia no sin consecuencias en todos los ámbitos. En esos casos la cultura popular argentina no sólo ha logrado sobrevivir a los embates de los regímenes autoritarios de turno, sino que ha sabido expresarse valientemente con manifestaciones creativas referidas de forma directa o indirecta a los tiempos imperantes.

Dos personas esas personas dejaron huellas profundas en la cultura argentina. Me refiero a Ricardo Talento y a Jorge Pistocchi. Ambos permanecieron en el país y cuando durante dictadura redoblaron esfuerzos para construir creativamente junto a la comunidad local en condiciones de adversidad.

Ricardo Talento, uno de los padres fundadores del teatro comunitario, falleció hace pocos días. Artista y militante del arte como proyecto político transformador, afirmaba “No hay un mundo posible si no somos capaces de imaginarlo”. Su Teatro para Armar consistía en llevar a espacios públicos la dramatización de problemáticas colectivas e incluir al espectador dentro de la representación. Con esta idea, montaron sus obras en escuelas y hospitales para abordar, a través del humor y el grotesco, la violencia de género, el acoso escolar o las adicciones. El objetivo era hacer extensiva esa tarea a toda la comunidad.

Talento hizo posible la utopía de un proyecto colectivo, y junto a cientos de vecinos y vecinas del barrio, construyó un arte en contextos dominados por la competencia individual y la “meritocracia”. Frente al “sálvese quien pueda”, inspiró un hacer grupal donde todas las voces y miradas eran bienvenidas. ” No hay un mundo posible si no somos capaces de imaginarlo. De otra manera, siempre vamos a pelear contra algo que imagina otro. Uno tiene que construir ese mundo alternativo y eso es hacer política”, decía.

Para Jorge Pistocchi –cuya descollante actividad transcurrió como agitador cultural- la vida pasaba por plantearse un mundo más hermoso, pleno de libre expresión, vinculado al arte y al amor a la vida con esa fuerza que tenía para vincular a la gente, de ayudar a músicos, de sacar adelante proyectos periodísticos y sociales comunitarios. Esto, sin claudicar de sis ideas liberadoras, poniendo por delante al ser humano, a la comunidad y no a la tecnología; teniendo al rock-and-roll como mantra permanente y convocante de jóvenes entre 12 y 90 años. Ya desde adolescente, Jorge decía: “el rock alentó nuestro resentimiento contra una sociedad que nos resultaba cada vez más hostil e incomprensible (…) Fue un fenómeno mundial sin precedentes: por primera vez en la historia los adolescentes de todo el mundo se nutrían de la misma música”.

Jorge Pistocchi.

Pistocchi aprendió mucho de la vida en “Barracas, un barrio perdido en el tiempo que conservaba toda la magia del antiguo arrabal con sus intactos cafetines donde todavía encontrabas restos del malevaje porteño. Hombres ya viejos, de rostro achinados y sombreros reclinados, con las narices rojas por el alcohol y las miradas frías de los samuráis.”

También disfrutó y aprendió de la vida en la calle Corrientes de fines de los cincuenta que “era el paraíso de los noctámbulos y por donde pululaban artistas, portuarios, colimbas, ladrones, feriantes del mercado, prostitutas, cafishos y una muchedumbre de cómicos, ventrílocuos, malabaristas, imitadores, bailarines, que se ganaban la vida como “números vivos” trabajando en los innumerables cines de la zona todavía amparados por una ley del peronismo que defendía a los artistas de varieté”.

Cuando tuvo dinero, se desprendió en poco tiempo de él, con gestos de inmensa generosidad y solidaridad incomprensibles para la mayoría de los mortales como comprarle vivienda a amigos que no tenían donde vivir. En esa misma época fue a EE.UU. a adquirir los primeros equipos de sonido para Luis Alberto Spinetta. Expreso Imaginario, tal vez su creación más conocida -considerada una revista contracultural icónica- fue fundada al comienzo la dictadura del ’76 bajo la clara convicción de que ése era el momento más apropiado ya que por entonces el oscurantismo se empezaba a apoderar del país.

En sus 78 números albergó a quienes no tenían lugar pero sí tanto para decir. En sus páginas brillaron notas sobre medio ambiente, poesía, políticas públicas no-partidarias, liberación femenina, invocaciones a encontrar caminos independientes de la familia, prevención de la salud integral, música de todo tipo, sexo, sustancias alucinógenas, corrientes de pensamiento oriental, pueblos originarios; todos temas que la dictadura militar no censuraba ya que no los consideraba subversivos y que tuvo lectores ávidos de un cúmulo de información única como Fito Paéz (quien luego llegó a ser su corresponsal en Rosario) y Charly García.

Ricardo Talento.

Esas páginas hechas a pulmón resultaron como un virus que se expandió rápidamente entre la juventud, que aguardaba ansiosa la salida de cada nuevo número, harta del gobierno todopoderoso que censuraba a diestra y siniestra y que a su vez, como un cíclope, tenía una mirada limitada y miope de aquello que lo rodeaba.

Su anteúltima aventura de vida a fines de la década del ’90 en una inmensa fábrica del conurbano bonaerense en quiebra donde una fracción de los obreros decidió tomar recuperar la empresa para intentar llevarla adelante. Colaboró organizando una cooperativa de laburantes y para construir –en una parte vacía del inmenso predio- una huerta que llegó a proveer abundante alimento a los obreros de la cooperativa.

En ese entonces fui convocado en mi calidad de economista experto en proyectos productivos para diseñar una propuesta económicamente viable a presentarle al juez de la quiebra. No obstante haber cumplido con todo lo necesario, el magistrado prefirió darle el espacio a un hipermercado. Luego del violento desalojo judicial, gracias al apoyo de referentes del mundo musical que reconocían a Jorge por todo lo que había hecho por ese mundo, consiguió mudarse a un conventillo muy pintoresco del barrio de La Boca donde junto a un grupo de jóvenes armaron la radio del Expreso Imaginario, desde donde continuó bregando por la construcción de aquel mundo alternativo que fuera su faro- guía por tantas décadas.

Pasó sus últimos días en el conventillo de la calle Olavarría, rodeado de jóvenes del barrio, quienes lo admiraban y ayudaban así como por integrantes de la comunidad afro del barrio que se habían acercado a él para obtener un espacio donde guardar sus tambores. Esos mismos tambores cuyo repique resonó incesantemente aquella última noche de vida de Jorge Pistocchi; una noche muy recordada por los candomberos de La Boca en que la luna al salir se tiñó de rojo al compás de la música, el 28 de septiembre de 2015, a los 75 años.

Este último mes se estrenó en el cine el largometraje Bajo el sol del rock-and-roll que evoca certeramente buena parte del universo creativo de Jorge Pistocchi, un ser humano ejemplar, tan desprendido de la importancia del dinero en este mundo en el que el dinero es dios y medida de todo valor.