“Pasión por la ignorancia” es el cuarto libro que Renata Salecl publica en la Argentina a través de Ediciones Godot. Lo precedieron El placer de la transgresión, Angustia y La tiranía de la excepción.
El psicoanalista Jacques Lacan usó la expresión “pasión por la ignorancia” que tomó de la literatura budista para explicitar de qué modo sus pacientes hacían lo posible para ignorar el motivo de su sufrimiento a pesar de afirmar que querían conocerlo.
Salecl habla de cómo, efectivamente, de manera inconsciente elegimos la ignorancia para sobrevivir a hechos traumáticos y también de cómo la ignorancia consciente por parte del poder puede ser utilizada a su favor. La ignorancia, ya sea inconsciente o inconsciente adopta diversas formas. A veces se manifiesta de manera sutil y otra de forma más burda, pero, se dio en todas las épocas. Hoy, sin embargo, tiene una relevancia particular porque el cambio climático es una amenaza cierta que se viene negando desde hace tiempo. La posibilidad de una guerra nuclear, por otra parte, no es solo una fantasía.
El desarrollo tecnológico y el avance de la tecnología también ponen sobre la mesa la cuestión de la ignorancia. Ignoramos la utilización de los datos que dejamos en Internet y la posibilidad de saber más sobre más nuestros genes puede tener un carácter sentencioso que limite nuestra existencia. Hasta el conocimiento mismo produce un tipo específico de ignorancia.
–Usted dice que cada época produce su propia ignorancia y que la pandemia produjo la mayor ignorancia que se ha dado en 100 años por parte de dirigentes políticos como Trump y Bolsonaro que desestimaron su importancia, por lo menos en un principio. ¿Qué otros casos de este tipo de actitud hubo en el pasado?
– Por ejemplo, en la Edad Media, cuando hubo que lidiar con las pestes, las personas al principio preferían ignorar que se estaba produciendo una enfermedad de esa envergadura. Lo mismo sucedió con grandes conflictos como la primera y la segunda guerras mundiales, en Ruanda y la guerra en Bosnia. Cada conflicto tiene su tipo de ignorancia. Lo que hacemos, por un lado, es ignorar la violencia de lo que estamos viendo y, por otro, el peligro que eso supone en el futuro. Por ejemplo, en este momento tenemos una gran ignorancia respecto del cambio climático. Durante décadas supimos que existía ese peligro, sin embargo, hoy se cubren los hechos y se interpreta todo de modo que se siga produciendo un ingreso de capital. En los últimos 40 años, las grandes corporaciones nos han mentido en relación a los combustibles fósiles, por ejemplo, y han desarrollado sus propias estrategias y su propia propaganda para generar ignorancia con respecto al peligro del cambio climático. Es lo mismo que hacía antes la industria del tabaco que invertía grandes sumas de dinero para que la gente fuera ignorante respecto del peligro que implica fumar. De esa manera, creaban dudas sobre el conocimiento científico que señalaba ese peligro.
-¿La ignorancia es siempre funcional a determinado tipo de interés, ya sea consciente o inconsciente?
-Existen muchos tipos de ignorancia. Por ejemplo, existe la ignorancia estratégica en la sociedad que muchas veces está ligada a lo político, a las corporaciones que la utilizan para mantenerla en la oscuridad sobre lo que está sucediendo. Ésa es una ignorancia intencional. A veces muchas personas saben que algo no es cierto, pero hacen de cuenta que sí lo es. Los políticos se aprovechan de este tipo de ignorancia. A nivel personal, existe una ignorancia inconsciente que se produce cuando una persona hace lo posible para no acercarse a un conocimiento traumático o a algo demasiado doloroso. De esta manera no lidia con un trauma pasado o con una enfermedad que pone en riesgo la vida.
-¿A nivel personal, entonces, la ignorancia está ligada a la negación?
-Puede ser que se relacione con la negación, por ejemplo, cuando no queremos revelar alguna verdad a la que no queremos enfrentarnos. Entonces decimos “esto no es así”, cuando deseamos que algo permanezca oculto.
-Usted afirma que el amor o el enamoramiento no existirían sin la ignorancia. ¿La ignorancia puede tener entonces algunos efectos positivos?
-Sí, sin duda. Para que una persona se enamore es necesario ignorar ciertas cosas, idealizar. Por eso no debemos concebir la ignorancia solo desde un punto de vista negativo, porque tiene algunos aspectos que son positivos. El enamoramiento es una especie de ceguera que permite fantasear sobre lo que uno ve en la otra persona. Por eso desarrollamos sentimientos románticos. Cuando sabemos demasiado sobre el otro, es posible que ese enamoramiento se pierda. Lo que sucede con quienes se enamoran a través de internet es que, al no estar en contacto directo con la otra persona, el enamoramiento se vuelve muy fuerte. El mundo online produce un tipo particular de ceguera. Lacan decía que tenemos una pasión por la ignorancia, no por el conocimiento. En ciertas ocasiones hacemos todo lo posible para no saber algo. Como dijimos antes, la ignorancia nos permite también sobrevivir a algo demasiado doloroso.
–Los argentinos solemos decir que un optimista es un pesimista mal informado. ¿El optimismo es también una forma de la ignorancia?
-(Risas) Creo que en principio sí. El optimista ve el mundo color de rosa, por así decirlo, y es probable que tenga menos información sobre él que el pesimista. Pero el optimismo no es un impedimento para el cambio. Los seres humanos tenemos la posibilidad de elegir y de cambiar las cosas. No creo que todo esté predeterminado, que no se pueda impedir una futura catástrofe, por ejemplo. Como digo en mi libro La tiranía de la elección, podemos elegir, a veces, de manera inconsciente y otras, gracias a la noción de libertad y de cambio. Esto es algo que sostenía Freud respecto del ser humano y de la sociedad. Lo que ocurre hoy es que nos estamos quedando sin tiempo, si tenemos en cuenta el cambio climático o la posibilidad de que se produzcan guerras nucleares.
–En su libro se refiere al desarrollo tecnológico y al avance de la genética. Dice que, por ejemplo, que si dos personas son elegidas para formar una pareja debido a su compatibilidad genética, eso hace que se reduzcan las posibilidades de conocer a alguien con quien quizá no haya una compatibilidad de este tipo, pero que podría ser una buena pareja. ¿Paradójicamente, el conocimiento mismo produce su propia ignorancia?
-El desarrollo de la genética ha creado una nueva fantasía que nos hacer buscar certezas donde no existen. Generó la idea de que podemos dominar la muerte. Esperamos que el desarrollo de la tecnología pueda, por ejemplo, cambiar ciertos genes que producen enfermedades. No niego el poder de la genética y creo que su desarrollo en el futuro hará que la medicina sea mucho más específica y pueda resolver problemas de los genes. Pero no debemos exagerar sobre el conocimiento que existe. La genética está desarrollando nuevos conocimientos sobre nosotros mismos, pero necesitamos comprender que la duda también es parte de la ciencia. Le voy a contar una anécdota. El año pasado me pidieron donar sangre para una investigación genética, porque en Eslovenia se está armando una base de datos con el material genético de toda la población. Lo pensé mucho, porque la información podía revelar si tenía una predisposición a padecer determinada enfermedad como Alzheimer o cáncer. Muchos de mis amigos no quisieron donar sangre porque no querían vivir con la angustia de saber. Yo, en cambio, decidí que quería saber. Sin embargo, luego de la donación de sangre, los científicos dijeron que no iban a revelar información de ese tipo sobre los genes, pero que si en el futuro alguien se enfermaba y esa información era útil para encarar un tratamiento, sí iban a revelarla. Los científicos mismos fueron cuidadosos en la administración de este conocimiento que se podía tomar como una especie de sentencia.
–El libro argentino por antonomasia, Martín Fierro, dice que saber olvidar lo malo también es tener memoria. ¿Cierta ignorancia podría ser, entonces, una forma ciega del saber?
-Sí, absolutamente. Freud hablaba de la negación. Se niega aquello con lo que no se puede lidiar conscientemente. La negación también es revelación. Al negar, revelamos algo. Freud era bastante optimista respecto de esto porque, dado que la negación revela algo, abre el espacio para pensar de una nueva manera, posibilita una nueva interpretación de aquello que es traumático, por ejemplo, cuando hay que lidiar con alguna atrocidad y negamos algo que sucedió. Somos capaces de la negación para lidiar de manera constructiva con lo traumático.
-¿También las ideologías generan su propia ignorancia? Se lo pregunto pensando en los artículos de Giorgio Agamben que aquí fueron reunidos en un libro. El veía el encierro obligatorio debido a la pandemia como una muestra evidente del “estado de excepción”, como una forma de control social. Lo cierto es que mientras escribía eso, en Italia, los ataúdes se apilaban porque no había tiempo suficiente para enterrar a las víctimas fatales del Covid.
-He sido crítica al principio de la pandemia con ese análisis del virus porque creo que niega el peligro que implica. Pero creo, sin embargo, que la pandemia fue utilizada por distintos gobiernos para fortalecer su poder. Muchos regímenes autoritarios comenzaron a gobernar por decreto ignorando la cuestión de los Derechos Humanos y las leyes que limitaban el poder gubernamental. En China utilizaron el estado de emergencia para limitar el movimiento de las personas. Se han desarrollado nuevas maneras de vigilancia y de control de la población. Ignorar la pandemia como hizo Bolsonaro en Brasil también habla del papel político que tuvo el virus.
–Usted dice que el desarrollo de la tecnología nos hace vivir en una sociedad absolutamente vigilada. Cada vez que queremos visitar un sitio en Internet, nos piden nuestros datos como condición sine qua non para acceder, y nosotros los damos sin saber qué uso se va a hacer de ellos. ¿Qué futuro se puede prever para esta sociedad de la máxima vigilancia?
-Tengo un gran miedo respecto del futuro de la sociedad porque tres cuartas partes del mundo están gobernadas por líderes autoritarios. Esto lo demostró una investigación en ciencia política de una empresa sueca. Reveló que en la última década hubo un incremento significativo de países con regímenes autoritarios que utilizan la tecnología en su propio beneficio. La tecnología no solo permite que nos controlemos entre nosotros, sino que les permite a los gobiernos y a las empresas controlarnos. Por ejemplo, la utilización de la tecnología Pegasus en Israel es capaz de vigilar a las personas de manera remota y posibilitó el control de quienes se oponen al régimen como abogados y activistas de los Derechos Humanos. Permite, por ejemplo, realizar crímenes que no sean llevados a la Justicia porque hace posible matar a alguien que está en otro país por medio de un drone. Incluso se habla de una ideología pre delito. Antes de que una persona determinada cometa un delito ya figura en una lista como persona potencialmente peligrosa y eso puede impedir, por ejemplo, que se la deje subir a un avión. Además, con esa tecnología se pueden cometer muchos errores. Alguien puede tener un homónimo y ser calificado como peligroso. Creo que en el futuro este tipo de vigilancia va a ser extrema y, lamentablemente, vamos a ser ignorantes al respecto, porque sabemos muy poco sobre los algoritmos y cómo se utilizan nuestros datos.