La revolución mexicana fue uno de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XX. Iniciada por Francisco Madero como insurrección pacífica de masas, derivó después, por el asesinato de Madero, en una de las insurrecciones más violentas de la historia que se prolongó durante siete años.

En combates murieron un millón y medio de personas, cuando México tenía 15 millones de habitantes. Es decir, el 10% de la población total del país. Durante 80 años el estado post-revolucionario liderado por el PRI garantizó soberanía nacional, desarrollo económico y progreso social, dentro de un sistema político de partido hegemónico, con rasgos autoritarios.

Hubo momentos particularmente destacados, como el gobierno de Lázaro Cárdenas en los años cuarenta con la expropiación petrolera, la profundización de la reforma agraria, el impulso a la propiedad ejidal en el campo y una política exterior comprometida con causas humanistas como la de la República española, cuyos miles de refugiados fueron recibidos en México. En la misma línea está el asilo a León Trotsky, perseguido por el stalinismo.

Otro momento estelar fue el sexenio de López Mateos con la nacionalización de la industria eléctrica y el impulso a la presencia de México en el mundo, que el presidente encarnó con varias visitas internacionales de alto nivel.

Reforma judicial: la revolución mexicana del Siglo XXI

Esa vibrante política exterior también se expresó en los años setenta en la fraterna relación del gobierno del PRI con el gobierno de Salvador Allende y con los miles de exiliados que huyeron de los países del Cono Sur, perseguidos por las dictaduras de Pinochet, en Chile, Videla, en Argentina, y los militares uruguayos y brasileños.

En las décadas de 1980 y 1990 el modelo nacionalista-revolucionario mexicano con una economía poco abierta al exterior sufrió la presión de la globalización de la economía mundial. México negoció el Tratado de Libre Comercio (TLC)-hoy TMEC- con Estados Unidos y Canadá. También hizo acuerdos de libre comercio con Europa y con algunos países de Latinoamérica.

Simultáneamente, la oleada democratizadora que recorría el mundo cimbró al sistema político paternalista-autoritario que gobernaba en México y este con la flexibilidad inteligente que lo caracterizó creó las instituciones político-electorales necesarias para abrir camino a la práctica democrática con elecciones libres y competitivas, que posibilitaran una alternancia partidaria pacífica y ordenada en el gobierno del Estado.

A partir de 2018, el modelo neoliberal de conducción de la economía fue oficialmente abandonado y pacíficamente México entró en un proceso de cambio denominado por quien lo lideró, Andrés Manuel López Obrador, como la Cuarta Transformación. Su objetivo principal fue la separación del poder político del poder económico, recuperando plenamente el carácter público de las áreas estratégicas de la economía; la recuperación de los derechos sociales que estaban consagrados en la Constitución de 1917 y aumentar nuevos derechos para grupos históricamente vulnerables: mujeres, jóvenes y viejos. Todo bajo la consigna de “Por el bien de todos, primero los pobres”

En el proceso de modernización democrática, en la segunda década del siglo XXI, había germinado y se había desarrollado un antihistórico pacto entre el sistema judicial y ciertos grupos empresariales carentes de cultura tributaria y acostumbrados a burlarse del Estado recurriendo a mil trampas seudolegales.

Para que México siga siendo ejemplo mundial de progreso con paz y justicia era necesario una audaz reforma del poder judicial corroído por prácticas corruptas. Así surgió la idea de una reforma judicial, consistente en que todos los impartidores de justicia sean elegidos en las urnas electorales por los ciudadanos.

Un pueblo que ha sabido transitar 108 años de historia con agresiones internacionales y clivajes políticos internos sin rupturas del orden constitucional, por supuesto que sabrá sabiamente elegir impartidores de justicia en los años 2025 y 2027.

Este año además se celebrarán 700 años de Tenotchitlan, la capital de la civilización Azteca, que a la llegada de los españoles liderados por Hernán Cortes era la ciudad más poblada del hemisferio occidental con más de un millón de habitantes y sistemas de drenaje que Europa desconocía.

Por ello su nombre, que traducido al español significa la región más transparente del aire, inspiró la bella novela de Carlos Fuentes, apasionado amante de la vida en esta adorable megalópolis de diversidad, tolerancia y riqueza cultural, que es la Ciudad de México.