El presidente Mauricio Macri es una suerte de sportsman moderno, una versión actualizada de las clases dirigentes que gobernaron el país a fines del siglo XIX y principios del XX. Así se los denominó en ese entonces a los gentleman que saltaron la barrera popular hacia el deporte. La diferencia es que a Macri, además del golf, el fútbol, el tenis y los autos, lo apasiona un deporte que ni siquiera se había inventado en la época de Jorge Newbery, Carlos Pellegrini o Marcelo T. de Alvear: el pádel. Socio fundador en 1987 de la Asociación de Pádel Argentina (APA), el mandatario insiste con entusiasmo en una disciplina que tuvo su cuna en la Argentina durante los 90 y que muchos creían olvidada. Pese a su rodilla maltrecha, Macri sigue pasando sus tardes paleta en mano en las canchas que tiene en la Residencia de Olivos, en su quinta de Los Abrojos, en los retiros espirituales en Chapadmalal o durante sus vacaciones en Villa La Angostura.
El mito dice que a principios de los 90 había unos 4 millones de argentinos que jugaban al pádel, que en aquel momento aún se lo denominaba como «paddle». Fue un boom de la era menemista, como el parripollo o el videoclub: un deporte sencillo, económico, fácil de jugar y en el que sólo se necesitan cuatro personas para que se arme un partido. A grandes rasgos, es un derivado del tenis: los puntos se cuentan igual, hay que pasar la pelota del otro lado de la red y meterla en el campo rival, aunque se cuenta con la ayuda de la pared, lo que hace más entretenido cada punto. «Captó gente que había intentado con el tenis después de Guillermo Vilas y encontró en el pádel un deporte con más satisfacción de juego. Otros deportes, a partir de los 30, te van abandonando. Es sencillo y entretenido», explica Oscar Nicastro, presidente de la APA.
El pádel, sin embargo, se inventó en México, a finales de la década del 60, pero su Big Bang explotó aquí. «El pádel nunca se murió -señala Nicastro-, está vigente. Es un deporte social que no pasa por una moda. No hay muchos deportes que integren tanto: no hace falta tener la mejor condición física, y lo puede jugar gente de diferentes edades». Entre 1987 y 1995 fue una verdadera fiebre: se tiraban abajo estacionamientos para construir canchas. Todos jugaban. «En ese momento se ganaba mucho dinero. Salíamos en la televisión, en las revistas. Aún ahora hay gente que me reconoce por la calle», cuenta Roberto Gattiker, histórico número uno del ranking, que todavía sigue compitiendo a los 50 años y su medio de vida es la paleta. Hoy, el alquiler de una hora vale entre 300 y 400 pesos. Ya no hay tanta demanda, aunque según la APA quedan unas 25 mil canchas y hay unos 5000 deportistas federados.
Gattiker recuerda que jugó con el presidente argentino pero también con el exmandatario español José María Aznar. El líder del Partido Popular, padrino político del PRO, fue un pionero del pádel en España a mediados de los 90. En ese entonces se lo consideraba como un deporte elitista: ahora lo practican unos cinco millones de españoles. Muchos extenistas como Carlos Moyá o Juan Carlos Ferrero, o futbolistas como Carles Puyol, Xavi o Piqué, practican pádel. Y en el ranking femenino, manda España. El fanatismo español explica el cambio de nombre: se lo castellanizó. Los mejores jugadores argentinos viven allí, donde se creó el ProTour, en el que invierten grandes empresas, como la cervecera Estrella Damm. El pehuajense Fernando Belasteguín es el número uno del mundo hace ya 16 años, pero en su país es casi un desconocido. En España, en cambio, es una celebridad con contratos altísimos. En el Top 100, seis de cada diez son argentinos. El resto, españoles o brasileños.
Hubo dos causas que llevaron a que la burbuja del pádel se fuera desinflando. Primero, la recesión económica que obligó a que las canchas empezaran a cerrar. La otra, el mito de que era un deporte que causaba lesiones, que el rebote del cemento generaba dolores en las articulaciones y no favorecía al cuerpo. Javier Maquirriain es jefe de Traumatología del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, traumatólogo, investigador del Conicet, médico oficial del equipo argentino de Copa Davis y jugador de pádel. Lo desmiente: «No es un deporte peligroso. Eso es un mito que se debe desterrar, ya que se trata de una disciplina con baja tasa de lesiones». Lo que ocurrió fue que una porción de gente que no solía hacer deporte encontró en el pádel un entretenimiento y se largó a jugar muchas horas por semana sin estar preparada, explica Maquirriain. En el mundillo del pádel cuentan que ese rumor lo echó a correr el Grupo Clarín, luego de que los derechos del Mundial de Mar del Plata 1998 se cedieron a ESPN y no a TyC Sports, de Clarín. De todos modos, como ocurrió con la cancha que se construyó durante el menemismo en Olivos, el pádel cambió su superficie: ya no se juega en cemento sino que se usa una alfombra de césped sintético que agiliza el juego y aliviana el rebote.
«Juego parado, como Román (Riquelme)», contesta Macri cuando su entorno le pide precaución por su rodilla, que ya fue operada en 2016 luego de un mal movimiento durante un partido. Por la lesión, cada vez practica menos fútbol y tenis. El presidente tiene un grupo histórico de amistades con las que comparte la pasión por la paleta y también cargos en el gobierno: uno de los habituales es Gustavo Arribas, el director general de la AFI. «Es un entusiasta. Es muy competitivo y tiene cabeza para jugar», lo define alguien que lo enfrentó en varias oportunidades en Los Abrojos. A esta altura esos partidos ya son una costumbre. La tarde previa al ballotage de 2015 del que salió como presidente electo, Macri liberó tensiones en una cancha con Martín Palermo. Ni siquiera el disgusto que sufrió a fines de 2015, cuando su amigo Juan Carlos Siminari se murió tras descompensarse durante un partido en Los Abrojos, pudo frenar su pasión. El 18 de diciembre, cuando el año llegaba a su punto de ebullición por la masiva movilización contra la ley de reforma previsional, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, no podía dar con el presidente. Macri no atendía porque estaba jugando al pádel.