“Las personas se convierten en experiencias (…) toda la sociedad es frágil”, escribía en 1968 la presidenta del centro de estudiantes del Wellesley College en Cambridge, Massachusetts. Tres días antes Martin Luther King jr. Había sido asesinado, en un contexto donde la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos iba a la par con las protestas contra la guerra de Viet-Nam. Es que la televisión de la época mostraba los estragos de la guerra en vivo, en directo y en primetime, desde los arrozales hasta cada hogar estadunidense. Las secuencias despertaron indignación, las tomas de los campus en las universidades norteamericanas quedaron para la historia por la cantidad de universidades afectadas y la magnitud de las protestas. En Ohio, la Guardia Nacional disparó contra los estudiantes, con un saldo de cuatro muertos. La guerra de Viet-Nam ya estaba en casa.
Ahora asistimos a un acontecimiento semejante, pero en un contexto muy diferente. Los Estados Unidos no tienen soldados en Israel, pero el abastecimiento de material bélico y ayuda financiera con destino a Tel-Aviv no cesa. Si bien la comunicación de guerra ha cambiado –al menos desde la primer guerra del golfo, los corresponsales transmiten lo que las autoridades militares permiten- la famosa Internet se ha encargado de difundir las imágenes de las atrocidades cometidas en la guerra de Gaza, que llegan a la palma de cada mano que sostiene un Smartphone. Hasta el muy moderado diario “Le Monde” reconoce la masacre de civiles en Gaza, aunque no apoya la toma de universidades por estudiantes que reclaman un cese el fuego y la independencia de Palestina. Es que, de nuevo, el movimiento estudiantil ocupa campus, ya sea en campamentos o en sentadas. ¿Cómo antes?
“Todos nosotros somos niños de Gaza” cantan los estudiantes franceses del Instituto de Estudios Políticos de París, conocido como Sciences-Po, en eco al “Todos somos judíos alemanes”, popularizado en apoyo a Cohn-Bendit, uno de los líderes del mayo francés. Son desalojados por la gendarmería y los CRS (suerte de guaria de infantería). Con cerca de cien campus tomados, y más de dos mil estudiantes arrestados –más algunos profesores- Estados Unidos aparece como epicentro de las protestas. Columbia empezó a mediados de abril, le siguió Yale, UCLA, la George Washington University, la de Arizona, la de Wisconsin, y tantas otras. Además de la paz en Gaza, reclaman que las universidades donde estudian corten relaciones con empresas que participan del esfuerzo de guerra israelí. Lo que sucede es que muchas de esas empresas contribuyen con financiamiento o donaciones a las universidades, por lo que amenazan retirar esas ayudas si las protestas continúan. Otras firmas han declarado que no tomarán egresados que hayan participado en las manifestaciones, tanto y tan bien que en varias universidades proponen la expulsión de los revoltosos. ¿Y la Primer Enmienda, esa que asegura la libertad de expresión?
Veamos el caso del Gobernador de Florida, el republicano Ron DeSantis, que decidió proscribir las actividades de la NSJP en todas las universidades del Estado. ¿Qué es eso? La NSJP es la “National Students for Justice in Palestine”, una agrupación pro-palestina con presencia en más de 200 universidades entre Estados Unidos y Canadá. No es un asunto de la Primera Enmienda, afirma DeSantis, habida cuenta de los lazos de la NSJP con Hamas. Eso es lo que argumenta el ISGAP, el “Institute for the Study of Global Antisemitism and Policy”, basado tanto en Miami como en Nueva York. Con el compromiso de “combatir el antisemitismo en el campo de batalla de las ideas”, el ISGAP ha publicado en estos días un informe sobre la agitación en las universidades de Norteamérica. Para ellos está todo claro: las manifestaciones en los campus son la iniciativa de Hamas, con el financiamiento de Qatar, que además provee ayuda legal a los estudiantes arrestados. Los manifestantes en los campus apoyan a los terroristas islámicos, niegan el derecho a la existencia de Israel, representan la alianza entre la extrema izquierda, la extrema derecha y la Hermandad Musulmana. Según el ISGAP, estos elementos han infiltrado las universidades, desde donde destilan “el vitriol” del antisemitismo y del antisionismo (que son lo mismo) sobre las futuros dirigentes de la democracia occidental. Eso dicen.
Esta explicación recuerda demasiado el “reductio ad hitlerum”, una falacia retórica analizada por Leo Strauss, que es apta para terminar un debate aunque poco explique. En efecto, la “reductio ad hamasum” de las protestas pro-palestinas en el mundo logra combinar varios errores, en especial en las manifestaciones estudiantiles que se desarrollan en los campus de Estados Unidos. Desde el punto de vista político, la represión a los estudiantes es una mala decisión táctica, puesto que la violencia recibida legitima la protesta. Además, deja al descubierto una peor visión estratégica. La educación superior estadounidense es paga y cara. En Estados Unidos, quienes asisten serán la élite del mañana, así como los extranjeros que allí estudian serán los referentes en el país de origen. Tienen los medios materiales para reprimir las formas–que veremos por las redes, otra vez Smartphone- pero no tienen los conceptos para solucionar el fondo. Y si uno reprime sin solucionar… el problema es cada vez más grande, más grave. Pregúntenle a Lyndon B. Johnson.
Con elecciones en puerta, Biden trata de retener a la vez el voto pro-israelí y el voto joven, universitario (mientras Trump pide más pochoclo). Lo que sin duda demuestra la rebelión de los campus es que a fuerza de querer incrustar la realidad en moldes de conceptos prefabricados, es necesario mucha violencia simbólica y concreta para que estos encajen en aquellos, con el resultado previsible de mutilar la realidad y de romper los moldes. Nada más desubicado que un concepto que ya no sirve para explicar. Tenía razón quien sería Hillary Clinton cuando escribió que “la sociedad es frágil”.