Escribir es siempre un desafío. Pero escribir una novela detectivesca cuyo final conoce casi todo el mundo es un desafío doble. El lingüista, dramaturgo y narrador peruano Rafael Dumett lo aceptó y escribió una novela monumental, la primera en su historial de escritor de teatro. Se trata de El espía del Inca (Alfaguara) y en ella relata el fallido intento de rescatar al Inca Atahualpa secuestrado  por los españoles y su trágico final.

Fanático lector de John Le Carré, Dumett mantiene el interés del lector a lo largo de casi 1000 páginas y lo conduce hacia un desenlace que ya conoce. ¿Cómo lo logra? Dándole al lenguaje un espesor que lo convierte en un protagonista más de la novela en la que resuenan ecos de José María Arguedas. Escribir esta novela realizó una investigación que le insumió casi una década. No solo consultó fuentes históricas, sino que estudió también el quechua y el español del siglo XVI. ¿Sin embargo, se trata de una novela histórica? La respuesta es no, si consideramos que esta clasificación supone «novelar» una historia aceptada como cierta, es decir, imprimirle desde afuera forma de novela a una materia preexistente, generalmente maniquea, y aceptar el resultado como una verdad que se transmite a través de la ficción. Pero Dumett actúa a contrapelo de esta actitud. Se sumerge en la historia no para encontrar una verdad incontrovertible que adquirirá forma de novela, sino para construir un mundo habitable para el lector utilizando los datos históricos como materia prima de la ficción.

La portada del libro de Dumett.

La publicación de El espía del Inca tiene, además, su propia historia. Dumett le puso el punto final el 31 de diciembre de 2010 y a partir de ese momento, comenzó un largo camino de rechazos editoriales. En 2012 la novela tuvo una edición virtual convirtiéndose en el primer libro digital de Perú, pero la repercusión fue poca porque ese tipo de lectura no estaba muy difundido. En 2018, el editor de una pequeña editorial independiente pero con mucha llegada al interior de Perú, Esteban Quirós, de Lluvia Ediciones, decidió publicarla. La novela fue la más leída de Perú durante 2018, 2019 y 2020. Las ediciones se agotaban, pero no trascendía las fronteras del país. Concluido el contrato con esa editorial, fue publicada por el sello Alfaguara del grupo Penguin Random House. La crítica la consideró la novela más importante de lo que va del siglo XXI y el bestseller peruano comenzó su camino internacional.

Próximamente, una plataforma de Estados Unidos, Dínamo, la convertirá en una serie con gran despliegue de producción. Los contratos están firmados, pero el escritor dice que no lo creerá del todo hasta que no se concrete.

Dumett vivía en la ciudad de San Francisco. Durante la pandemia se refugió con su esposa en una casa ubicada en un bosque a varios kilómetros de la ciudad y se quedó allí. Dice no extrañar nada, ni siquiera el teatro. Come lo que produce en ese espacio y solo establece contacto con otras personas cuando viaja o debe buscar algunas provisiones que no genera en su propia tierra. Allí convive con seis alpacas solo «porque son una presencia absolutamente blanda y dulce». Contrariamente a lo que podría creerse, no las llevó desde la región andina. Hay muchas alpacas en ese lugar, donde algunos aspiran a montar una industria a partir de su lana y organizan concursos de belleza y las exponen como si fueran perros o gatos de raza. Este dato es cierto, aunque parezca una ficción.

En tu novela hay algo que recuerda a José María Arguedas. ¿Es un homenaje?

–La influencia de Arguedas es profunda, no solo en la materia literaria que narra, sino en la cuestión de la sensibilidad andina, el lirismo, la relación con el lenguaje. Incluso las estructuras sintácticas, que tratan de evocar la manera de hablar de los peruanos. En este sentido, la novela es muy cercana a Arguedas. De hecho hay algunos capítulos que son pequeños homenajes a él, claro que el lector no tiene por qué saberlo.

¿Cómo definirías la sensibilidad andina?

–Tiene que ver con la naturaleza, que de alguna manera es animista, que también es tierna, es torturada, es doliente y es hermosa, todo al mismo tiempo. No puede disociarse de cierta manera de hablar que cambia las frases preposicionales, pone la frase verbal al final, una serie de cosas que ocurren en la manera de hablar de la gente andina y que la singularizan. Mi padre es de allí. Yo soy sensible a esas cosas y soy lingüista por formación.

Se nota en la preocupación por la lengua. Además, la novela tiene dos glosarios, uno de palabras indígenas y otro de español del siglo XVI. Todo eso supuso un enorme trabajo de investigación. ¿Cómo fue ese proceso?

–Yo funciono fundamentalmente como un actor. Mi formación es teatral. Entonces cuando me di cuenta de que lo que quería contar era el infructuoso intento de rescatar al Inca Atahualpa, comprendí que para narrar esa historia tenía que ponerme en la perspectiva de los personajes cuya visión fuera privilegiada para captar los fenómenos de la Conquista.

–Y resultó una novela coral.

–Exactamente, coral o polifónica porque las voces no suenan juntas, sino una por una. Lo que he tratado de hacer es poner todos los recursos disponibles, la investigación incluida, para poder meterme en la piel de cada uno de los personajes más allá del género, la edad y el horizonte cultural. Por supuesto, es un esfuerzo destinado a fracasar, pero esa es la actitud que he tenido. Yo reconozco de dónde he venido, que soy limeño con padres de Ayacucho, un limeño con formación occidental que nació y creció en la segunda mitad del siglo XX y que leyó todo lo que estaba a su disposición en esos tiempos. He tratado de superar esas limitaciones para convertirme, por lo menos en la ficción, en personajes como la princesa Quispe Sisa, el general Challco-chima, Atahualpa y el propio protagonista, Salango, el espía que tiene a su cargo la organización de la conspiración para liberar a Atahualpa. Yo quise instalar lo incaico en la literatura universal.

Es una novela detectivesca cuyo final conocemos, por lo que es atípica. Lo importante de la historia es cómo se la cuenta. Creo que por eso el lenguaje es protagonista.

–Exacto. Además, durante toda la novela hay una pregunta latente que es por qué fracasó la conspiración para liberar a Atahualpa. Una vez que uno se familiariza con esta conspiración, con la forma en que surgió, con sus protagonistas, se va enterando de quién es ese espía, Salango, de dónde viene, cuáles fueron sus misiones anteriores, quién es su papá, quién es su mamá, cuál es su grupo étnico. También uno se entera de cómo ha llegado al poder Atahualpa aunque todos los signos indicaban que no era la persona apropiada. La idea es mantener la acción principal de este intento infructuoso e ir dosificando el resto de la información para que el lector se familiarice con los personajes y tenga un background del mundo incaico. No es más complicado que eso. Estudiar el lenguaje del siglo XVI es solo un intento de imaginar el lenguaje que hablaba el traductor indígena Felipillo, que no sabía quechua. Por eso anda todo el tiempo inventando traducciones, como decimos en Perú, para «recursearse», es decir, para tratar de sobrevivir, para dar la apariencia de que sigue siendo útil. Cuando regresa a su pueblo destruido, se da cuenta de que es casi el único sobreviviente, el último hablante de su lengua. ¿Qué lengua habla? Ese castellano trufado –perdona el anacronismo– de «peruanismos» que aprendió durante los cuatro o cinco años que estuvo en España. Para reconstruir ese lenguaje tuve que recurrir al historial español y hacer un diccionario sobre la base de documentos de los inicios del siglo XVI.

¿Hubo una voluntad de hacer que la lengua indígena sonara dentro de la lengua castellana?

–Sí, exactamente. Para eso tuve que hacer  un análisis muy profundo. Estudié La Celestina, el Amadís de Gaula, copié literalmente los documentos dictados por Pizarro a sus dos secretarios y traté de extraer frases, palabras de Crónica del Perú de Cieza de León y del documento de Agustín de Zárate. Lo hice con ojos de lingüista y sin olvidar que el personaje de Felipillo tuvo una relación muy cercana con el piloto Bartolomé Ruiz que era moro.

–¿Tu novela juega en paralelo con las crónicas de Indias escritas por los españoles?

–Claro, no tenemos otro tipo de fuentes. Si quieres averiguar las creencias indígenas recurres a don Cristóbal de Molina. Si quieres averiguar las conquistas del Inca Hayna Capac, te tienes que dirigir a otro cronista que ha hablado de ello. Si quieres hablar del viaje del Inca Tupac Yupanqui a la Polinesia, tienes que consultar a Sarmiento de Gamboa. Cada aspecto requiere un cronista diferente  que supuestamente es el que «sabe», aunque quizá mentía. La noción de verdad histórica era muy relativa y cada crónica obedece a diferentes intereses. Mi trabajo es inventado, de creación. Nadie sabe ni sabrá nunca cómo hablaban los incas ni cómo era Atahualpa. Lo que dice la novela debe ser tomado con pinzas. No quiero engañar a nadie. Más allá de todas estas limitaciones, felizmente, he logrado tener una llegada al público peruano y también allende fronteras, porque la novela ha sido construida sobre la base del respeto a las fuentes, a los lectores y a cada uno de los pueblos sometidos. No es solamente un libro sobre los incas, también alude a esos pueblos.

–¿Vos hablás quechua?

–No, mi padre sí, pero decidió no enseñárnoslo.

–¿Por qué?

–Para protegernos de la discriminación. Eso era algo normal en la época en que era niño.

–¿Por qué un grupo relativamente pequeño de españoles logró vencer?

–En la Conquista hubo mucho más que un opresor y un oprimido y mucho más que un conquistador y un conquistado. Creo que no hay que edulcorar nada, que la gente está lista para tener una visión adulta y realista de su propia historia, lo que no significa que sea denigratoria.

–¿Te referís a los pueblos sojuzgados por los incas?

–Claro, sobre todo en esa época en que habían sido sometidos a una guerra de conquista de once años y a una guerra civil en los últimos cuatro o cinco años. La gente estaba harta de ese poder. ¿Quiénes eran los guerreros de los ejércitos? ¿Quiénes proporcionaban los pertrechos de guerra y la comida? Los grupos étnicos sometidos. Hay que ponerse en la perspectiva de esos líderes y tratar de ver qué era lo que ellos pensaban que les convenía. No hay que acusarlos de traidores y condenarlos por no haber tenido solidaridad con el Inca. Creo que muchos de ellos ni siquiera sospechaban la existencia del imperio de Tahuantinsuyo. Hay que tratar de comprender a esas personas que son nuestros ancestros. Supongo que tenían un acuerdo o varios con los invasores, que les proporcionaban una serie de cosas a cambio de las cuales ellos tenían que dar, a su vez, otra serie de cosas. En algunas oportunidades este acuerdo era favorable y en otras, no tanto, hasta que en un momento comenzó a ser demasiado opresivo. Considerar a estas personas traidoras me parece injusto y anacrónico. Creo que hay que considerar los elementos de juicio que tenían para tomar decisiones. Felizmente, la gente lo entiende. Yo decidí ofrecer este retrato colectivo que es la novela y sentí miedo de que no fuera aceptado. Pero lo interesante ha sido la serie de gratas sorpresas que he tenido cuando estuve viajando por el país y dialogando con los descendientes de esas personas. He tratado de mostrarlos de la manera más justa y verdadera. Es una paradoja que la ficción haya aspirado a este tipo de trabajo, pero ha sido así.   «

De la dramaturgia a la narración

¿Por qué siendo un dramaturgo elegiste escribir una primera novela tan monumental?

–Por razones de producción. Originalmente, pensaba escribir con este material una serie de seis obras de teatro, cada una con 20 personajes y poner 200 actores en escena. Estudié teatro en París y tenía como referente a una directora que admiro muchísimo. Es de origen ruso, pero está establecida en París. Trabaja en el Théâtre du Soleil:Ariane Mnouchckine. Ella disponede hangares enormes. Presentaallí una serie de obras que tienen una relación temática o comparten personajes y las monta todas al mismo tiempo. Puedes ver una cada día, los sábados y domingos las muestra de la mañana a la noche. Tú te compras tu ticket, tu refrigerio y te instalas a ver teatro todo el día. Modestamente, yo quería hacer algo así, pero implica una enorme producción.

Tanto Mnouchkine como tu novela, por su extensión, tienen algo de la tradición oriental, en que hay obras que pueden durar seis horas. Además, los nombres orientales suelen ser muy metafóricos, como también lo son los de los pueblos originarios.

–Tienes razón. Muchos nombres en lengua quechua son así: El señor de las Argucias, el Señor del Principio. Es válida la asociación porque, además, yo he estudiado teatro Noh de Japón y también teatro de Bali. Al lado están Shakespeare y los griegos. Este background ayuda a comprender el bagaje cultural de los Andes.

 

Atahualpa y John le Carré

–¿Quién es tu referente en este campo de la novela de espías?

–Por supuesto, John le Carré. Para mí es un maestro. Realmente,aspiro a escribir como él.

Si uno leyera tu novela con cierta liviandad podría pensar que es la fórmula perfecta del bestseller: una intriga con muchísima información. Sin embargo, hay una gran diferencia. Tus personajes tienen carnadura, no son un simple vehículo de acciones. ¿Lo ves así?

–Sí. Es curioso que hoy se vea en mi novela una fórmula de éxito, porque cuando empecé a escribirla todo el mundo me decía que estaba loco. Luego de un trabajo de tantos años, nadie la quería publicar. Yo procedí como un lector, escribí la novela que me hubiera gustado leer y no me considero un lector muy sofisticado. Me gustan las buenas historias,los personajes complejos,las idas y vueltas,los cambios de fortuna, el amor y el sexo, lo social. Pensé que los editores lo verían, pero no fue así al principio. Yo había probado la novela con diversos lectores de diferentes lugares con éxito y por eso me sorprendió que me dijeran que no era comercial.