Uno de los primeros mantras que aprendí en 2009 cuando comencé con mi activismo VIH fue: “Necesitamos llegar vivos a la cura”. Lo leí en una pancarta cuando en 2016 los faltantes de medicación eran graves.

La frase se levantaba en brazos al cielo de otre activista que rezaba a ningún dios ni Estado. La pedagogía de los carteles en las marchas entra por la retina y se graba en la piel. Las frases que vemos y escuchamos juegan un rol muy importante en nuestra salud. Con el tiempo aprendí a parar de pecho los “vos que sos enfermo”, bajarla y gambetearla por toda la cancha hasta meter un gol al grito de: “Yo no estoy enfermo. Yo soy una persona viviendo con VIH. Enfermo está el sistema que nos odia”. Mis defensas a veces se cansan de luchar contra un virus, no las forcemos a combatir también tanto prejuicio y estigma.

Mientras en Argentina el proyecto para una nueva ley de VIH finalmente parece avanzar, en México se lucha para derogar leyes que criminalizan a las personas positivas y estos sin lugar a duda son logros a celebrar. Todos estos avances son posibles gracias a los activismos que constantemente alzan la voz, tejen estrategias y acercan información, visibilizan urgencia.

Pero también recordemos que nuestros activismos nacen en respuesta a los ataques, crímenes, invisibilizaciones y derechos negados. Y que en el camino a la aprobación de leyes y derechos obtenidos son muchas, muchos y muches les activistas y amigues que han perdido la vida. En cada marcha hay un espacio vacío, están presentes las ausencias. Faltan en la mesa de casa, en el escritorio del trabajo, en el abrazo cotidiano.

Que esta memoria nunca nos falte al momento de reclamar y gritar por todes.

Doble pandemia

Las personas positivas vivimos en pandemia hace 40 años. En 1981 surgió la primera alerta sobre casos de una rara enfermedad, se la conoció como el “cáncer de los gays”. Si moríamos los no heterosexuales, importaba nada. Si en ese momento el mundo hubiese respondido con toda su fuerza quizás el virus se hubiese podido controlar, se hubiesen evitado tantísimas muertes y se hubiese comenzado mucho antes un camino a la mejor calidad de vida. 

Cuatro décadas después una nueva pandemia arrasa. Y es muy evidente cómo una reacción rápida y global marca la diferencia. No es que hayamos aprendido algo, reaccionamos al miedo. Ni con este terror la solidaridad termina de afianzarse. Las vacunas se siguen mezquinando, la gente prefiere una pandemia antes que una respuesta global.

El VIH durante el aislamiento preventivo evidenció aún más la vulnerabilidad de las personas positivas. Con la doble pandemia debimos ingeniárnosla para armar las redes que nos ayuden a llegar a los hospitales para retirar la medicación, no pudimos realizarnos estudios y controles por mucho tiempo. Hoy en esta “casi” post pandemia seguimos sin poder acceder a los servicios de salud. Tuvimos que aprender nuevamente que nuestro derecho a la confidencialidad no podía ser violentado, y mucho menos en los vacunatorios de covid-19. 

A fines del año pasado desde la Organización Panamericana de la Salud (OPS) informaban que los casos de VIH en América Latina entre 2010 y 2019 habían aumentado un 21%. Y esas cifras no contemplan los años de Covid. Y más allá de las cifras y porcentajes me pregunto por los diagnósticos obligados a vivir en un clóset. ¿Qué pasa con esas personas positivas que deben llevar en silencio su vida porque la sociedad se planta como amenaza ante ellas? Mi infancia de barrio de años 80 a veces se empata con el año 2021 cuando escucho que “se murió de un cáncer raro” o “bueno viste como era”. El tiempo y el estigma se muerden la cola en un bucle infinito que día a día ayudamos a terminar cuando militamos con amor e información.

El camino a la cura

Cada cierto tiempo un nuevo hallazgo promete acercarnos más a la cura del VIH. El paciente de algún lugar con su trasplante, la medicación nueva en formato más sencillo, un estudio tal que ata cabos, etc. 

Hace poco supimos que en Argentina está la “paciente Esperanza”, una de las dos únicas personas conocidas en el mundo que pudieron combatir al virus sin necesidad de medicación. Y vive en la ciudad de Esperanza, Santa Fe. Pero esto no pasa por fe ni esperar a la providencia, esto sucede cuando hay investigación y un sistema de salud presente. El camino a la cura se hace con presupuesto, profesionales y Estados que acompañen. Y cada día que se va sin alcanzar esa cura es otro obituario. Pero como las metáforas no existen, acá seguimos construyendo estrategias, redes, abrazos, y claro, esperanza.

No tengo duda que la respuesta va a llegar. Pero será el resultado del trabajo colectivo. Y el mientras tanto no puede ser excusa para no atender la calidad de vida de las personas que vivimos con el virus. Porque los ojos que se pulverizan mirando fijo a ese horizonte que es la cura, no podemos negar lo que pasa con las vidas positivas hoy. Si no tenemos trabajo, si no podemos tomar la medicación, si no tenemos acceso al mejor esquema para la salud, si no podemos vivir una vida sexoafectiva y social en libertad, si se nos sigue criminalizando, si no tenemos todo esto, la cura vendrá a ser una flor más sobre nuestras tumbas. 

Nuestra militancia consiste en llegar con vida y de la mejor manera al día que el virus ya no exista.