Esta semana nos acordamos de usted acá en Buenos Aires gracias a la visita que hizo Mariano Rajoy. Su presidente vino para confirmar el buen estado de una relación que supera lo meramente político o económico. Como bien lo dijo Mauricio Macri: España y Argentina son como dos amantes que se reencuentran. Qué bonito es el amor, ¿verdad? En la conferencia de prensa que dieron los amantes, perdón, los presidentes, hicieron gala del carisma y la simpatía que los caracteriza (y que los ha hecho mundialmente famosos) para bromear sobre el 6-1 que la selección de Lopetegui le hizo a la de Sampaoli porque, ante todo, hablemos de lo importante.
Las risitas se le borraron a Rajoy cuando una colega le pidió un balance sobre la legalización del aborto en España, ahora que es uno de los temas del año en Argentina. Prefirió no decir nada. Se entiende. Todavía debe acordarse de la vez que quiso echar abajo la reforma a la ley del aborto aprobada bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero y que representó un avance en la lucha feminista. Fueron tantas las protestas que, al final, Rajoy se quedó con las ganas de quitar derechos. Pobre, pero bueno, seguro que ya eliminará otras conquistas sociales, para eso siempre hay tiempo (y ganas).
Menos risas tuvo su presidente en otro acto. Fíjese que a Rajoy se le ocurrió ir al Parque de la Memoria para, según él, rendir homenaje a las víctimas de la dictadura argentina. No contaba con que un colega de la Revista Cítrica le iba a preguntar cuándo va a hacer algo con los crímenes del franquismo o si habrá algún día un monumento para las víctimas españolas como el que hay acá para las víctimas argentinas. Rajoy, quien como el resto de sus antecesores se ha negado a investigar los crímenes de la larga dictadura española, no dijo nada. El salvataje vino del público, cuando un hombre le gritó al periodista: «Vete a la mierda, coño». Español era, sin duda, pero no de la comitiva diplomática (o eso esperamos).
Habrá que resignarse, querido Rey, son gajes de la falta de coherencia política que recorre el mundo. ¿A quién se le ocurre homenajear a desaparecidos de otro país y despreciar a los desaparecidos propios? A veces no entiendo por qué los políticos creen que se pueden manejar con tanta impunidad, que nadie les dirá nada, que nadie les hará ver su doble estándar.
Ah, porque lo mismito pasó estos días en la Cumbre de las Américas, en donde Venezuela volvió a ser el villano favorito de la región. Si no hubiera tantas víctimas de por medio, sería hasta gracioso que el gobierno mexicano, que tiene récord de desaparecidos y asesinados, o el brasileño, que se impuso a través de un golpe institucional y cuya Justicia condena sin pruebas al principal candidato opositor, denuncien con el dedito levantado las violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela (que las hay y son muchas). Mire que Nicolás Maduro merece las críticas, las tiene muy bien ganadas, pero hay que ver qué país tiene autoridad ética para condenarlo. ¿Se le ocurre alguno? México y Brasil, seguro que no. Y el resto de los países que callan ante la tragedia humanitaria mexicana y la tragedia política brasileña, menos.
Y no olvidemos que tampoco nadie se atreve a criticar abiertamente a Donald Trump, el presidente que acaba de concretar su sueño (más bien amenaza) de jugar a la guerra en Siria. La mayoría de los gobiernos se amparan en la estrategia: «El populismo de izquierda es malo, malo, pero del populismo de derecha mejor no digamos nada» porque, claro, siempre será más fácil criticar a Venezuela que a Estados Unidos. Tanta fue la hipocresía de esta Cumbre de las Américas, que se hizo en Perú, un país en el que Fujimori, el expresidente condenado por genocidio, acaba de ser indultado en un proceso totalmente anómalo sin mayor reacción de la comunidad internacional.
El que me da un poco de pena (bueno, la verdad no tanta) es Pedro Pablo Kuczynski. Se esmeró tanto en preparar la Cumbre, encargar las flores de los salones y revisar los menús de las comidas oficiales y no alcanzó a ser el anfitrión. La culpa la tuvo la investigación del caso Odebrecht, que descubrió la corrupción del presidente peruano. Ni modo, tuvo que renunciar. Me lo imagino viendo (y envidiando) por televisión a sus excolegas que fueron a la Cumbre y siguen en sus cargos a pesar de que varios de ellos también están acusados de recibir sobornos, lavar dinero o evadir impuestos. La vida es injusta, y la política, más.
Bueno, querido Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, no le quito más su tiempo porque es domingo y debe andar ocupado con temitas familiares. ¿Cómo anda su madre, la Reina Sofía? ¿Y la Letizia? ¿Se juntan todos a comer una paella dominguera en Palacio? Espero que la disfrute y que nadie termine revoleando los langostinos.
Seguimos. «
* Periodista-corresponsal mexicana