En Queen Cleopatra Daniel Tevini asume el desafío de seguir narrando viajes a pesar de que desde los orígenes mismos de la literatura, el viaje se ha convertido en un tópico en sí mismo.
Por castigo de Poesidón, Ulises, arquetipo del héroe épico, deberá recorrer pueblos, sortear hechizos, cantos de sirenas y monstruos, como el cíclope Polifemo, para regresar a su patria.
En la tragedia griega, Edipo abandonará su ciudad dos veces: primero, cuando el oráculo le vaticina que asesinará a su padre, luego, cuando descubre que ha consumado un matrimonio incestuoso y toda su progenie está maldita.
De igual manera, el Cid Campeador , deberá recorrer el territorio español para demostrarle al rey su lealtad y reconquistar reinos de la península ibérica caídos bajo el dominio de los moros.
Hamlet será enviado por su tío Claudio desde Dinamarca hacia Inglaterra, con el objetivo de ser asesinado en altamar, por lo que su viaje será una prueba de astucia. Las novelas de aventura jugarán con la verosimilitud del narrador que vuelve lleno de historias.
Ya, en el siglo XX, los viajes de la ci-fi serán espaciales, para colonizar planetas, sojuzgar poblaciones alienígenas, en una carrera de inteligencia y coraje.
Queen Cleopara, un riesgo asumido
Cabe entonces preguntarse, ¿tiene sentido seguir narrando viajes?, ¿hay, aún, lugar para novedades dentro de este tópico? Daniel Tevini asume el riesgo, coloca hábilmente los ingredientes necesarios, turistas argentinos a bordo de un crucero en un lugar recóndito, “choque cultural” como posible consecuencia, y un personaje principal, Tobar, que se vinculará con los demás desde el prejuicio, la desconfianza y la timidez.
El título de la novela, Queen Cleopatra, se debe al nombre del crucero que los llevará a recorrer el Nilo, el, sus sitios arqueológicos circundantes y ferias con objetos preparados especialmente para turistas. La mayor parte de la historia ocurre allí, en el barco.
En la descripción de los vínculos reside el mayor hallazgo de Tevini: el campo perceptivo incluye una mirada corrosiva al comportamiento de la clase media, el desciframiento de actitudes, simulaciones, pero no se trata de la mirada del antropólogo, etnocentrista, que observa las costumbres del grupo desde afuera, con superioridad moral.
Es una mirada desde adentro, plagada de sentido del humor, como cuando se digna a comprar una túnica y la paga 10 veces su valor real porque no quiso regatear, que era la práctica habitual para comprar y los comerciantes lo alzan en andas. También oscila con estados de furia y bajones anímicos.
En la selección de personajes de se aprecia un claro gesto de tensión, son todos esa clase de personas a quienes Tobar no les confesaría un secreto o entablaría una amistad: Martín Ayala y Delia Dávila, son un matrimonio evangelista, Dora Plipkin, una psicoanalista de Barrio Norte, Perla, una ex directora de escuela, con un bastón que le impide desplazarse, Elsa y Mercedes, dos hermanas cordobesas, consumidoras compulsivas de las ferias, Marucha, una tarotista y numeróloga que ve “malas vibras” en todos l
Queen Cleopatra, una comparación
A diferencia de Fuimos, novela narrada en primera persona por un protagonista adolescente, Queen Cleopatra no rompe el narrador omnisciente, hay menos fluir de la conciencia, es cierto, pero las descripciones resultan más frescas, más poéticas, siempre desde
Tobar, por ejemplo, traslada su tensión interna hacia lo que observa en el exterior: “las pirámides no estaban, acorde a la imaginación romántica, en medio de un páramo desierto, sino pegadas a los suburbios de El Cairo”.
O bien: “los rezos provenientes de las mezquitas se enredaban con las bocinas de los autos”. Ni el almuerzo se escapa a la mirada irónica de Tobar: “Cordero de Dios” y “pollo del desierto” bautiza al menú.
Al ver un lago artificial, busca la identificación occidental: “fue un proyecto de Nasser, una suerte de Perón árabe”. Pero no es un viaje para adquirir conocimiento, sino para contrastar el saber enciclopédico con la realidad exótica circundante, por tratarse de un bibliotecario que “solía husmear en los libros que le devolvían los otros”.
Así, al visitar el templo de Philae y ver a Sobek, un dios cocodrilo, piensa en “dioses vengativos y héroes de historieta, asexuados” o al mirar reliquias arqueológicas piense en “instrumentos salidos de un libro de historia escolar”.
Tobar se resiste a generar familiaridad con los compañeros de ruta, “deshacerse de la coraza era uno de los objetivos del viaje”; no quiere que lo juzguen porque sabe, intuye, que “cuando uno se siente toda la vida juzgado, a la menor oportunidad, adopta la postura del opresor”. Las voces de los otros se mezclan en pasado y presente, “Hágase machito, ¿quiere?”, recuerda, “ahora, escuchame, ¿vos sos puto o no sos puto?”, es interrogado.
Otra de las virtudes de Queen Cleopatra es sostener la trama con una fuerte impronta poética, donde Tevini explora un lenguaje lírico lleno de imágenes y reminiscencias. Es, también, una apuesta a la vitalidad y a la celebración de la diversidad.