Cuando Ricardo Roberto Barreto da Rocha llegó a Ñubels y lo vimos trotar al tranquito, creímos que una vez más habían estafado al club trayendo un «paquete».
Saludó a todos por igual. A los que teníamos un partido en Primera División y a los que le sobraban pergaminos.
Tardó como 20 minutos en dar dos vueltas a la cancha y se puso a estirar los músculos.
«Este viejo está en el horno», le alcancé a decir a un compañero.
Yo no sabía quién era, ni su trayectoria, pero verlo correr daba un poco de bronca. Fútbol de alta competencia y traían a un hombre que se arrastraba.
Al otro día dio tres vueltas a la cancha casi caminando y se puso a estirar. Al final de la práctica nos juntó a todos en la mitad de la cancha y con un español abrasilerado se largó: «Me informaron que mañana se cobra el sueldo. Yo quisiera que los más chicos entren a cobrar antes que los más grandes. Si llega a haber algún problema y a alguno no le pagan, nos vamos del lugar todos. ¿Se entendió?»
Mi carretilla golpeó contra el suelo. Ricardo Rocha era el capitán que estábamos esperando.
Mi carretilla volvió a golpear contra el suelo cuando a la tercer práctica se largó a hacer fútbol. Su plasticidad era la de una gacela negra.
El muy hijo de puta nos engañó y luego nos mostró de qué manera un marcador central debe habitar la cancha.
Ricardao dio cátedra de como, los de mayor espalda, le deben cuidar el sueldo a los más chicos.
Dentro de la cancha nos daba órdenes amables y trataba de igual a igual a todos.
Ya había sido campeón mundial en el ’94 y con el Real Madrid y estaba ahí, enseñándonos a caminar.
A su lado pudieron aprender Walter Samuel y el gran Facundo Quiroga.
Les regaló a los pibes de la pensión banda de pares de botines. Nos regaló banda de pavas de mates horribles cebados por él.
Nos enseñó a discutir contratos y sueldos.
Una de las tantas cosas que aprendimos de él es que a los compañeros se los defiende.
Es por eso que amo Brasil y los países vecinos y no olvido cuando todos fuimos uno. Latinoamérica.
Hoy, ante tanta desazón, yo brindo por los que me enseñaron a caminar en la cancha chica como previa a aprender a caminar la cancha grande.
***
«Estoy triste pero contento», dijo una vez el «Chaqueño» Uliambre luego de que su equipo perdió pero él pudo hacer un gol.
Me pareció una frase contradictoria y pintoresca. ¿Podemos como humanos en un mismo segundo tener esas dos sensaciones alojadas en el cuerpo?
En el año 2000 con algunxs compañerxs atravesamos una experiencia maravillosa llamada «Centro a la olla».
Consistía en la multiplicidad de talleres de fútbol en algunos barrios populares de Rosario.
Como el contexto a nivel estatal era desfavorable, ya que el menemismo y De la Rúa venían saqueando a punta de pistola todo, nos la ingeniábamos para armar peñas y rifas y juntar guita para los encuentros. Nadar a contracorriente.
Encuentros que se realizaban una vez en cada barrio para que los pibes jueguen, se conozcan y empiecen a tejer lazos.
Debido a la falta de guita y solvencia de las organizaciones que sostenían dicho espacio se nos ocurrió manguear a algún futbolista que entienda lo valioso del asunto.
Así llegamos a quedar cara a cara con Gustavo «el Tom» Arriola, que en esa época empezaba a jugar y a deleitar a la gente de Central.
Yo lo admiraba en secreto como a casi todos los jugadores que salen de los barrios más desprotegidos y saltan el tapial más alto para salirse del lugar y ser sostén de familia.
Él me conocía de nombre por mi paso por Ñubels.
Mantuvimos la siguiente charla:
-Hola Tom, como te conté por teléfono, la idea es poder, aparte de jugar al fútbol, que los pibes y las pibas puedan hacer una merienda pero no tenemos un mango…
-¿ Por qué una merienda? Algo para comer habría que llevar.
-Sí, lo que pasa es que no tenemos un mango y…
-Vos tranquilo, Kur, yo me encargo, ¿cuántos pibes son?
-Y, cerca de 300 por ahora. Así que con un mate cocido y galletitas zafamos la jornada.
-Na, má’ que galletitas, algo de comida. Los pibes tiene que comer comida. Hamburguesas, no hay nada más lindo que juntarse y morfar hamburguesas.
–Uh, sería fantástico. Si llegás a comprar 300 hamburguesas nos caemos de orto.
-Na, que 300, ¿vos te comés una hamburguesa sola cuando podés comer gratis? Como se ve que nunca tuviste hambre y te invitaron a morfar gratis. Pasate el jueves por casa a buscar mil hamburguesas y mil panes. Te dejo porque me voy a entrenar. Cuidate.
El Tom jugó en Central desde el 2000 al 2002.
Nunca grité ni voy a gritar un gol de Central, pero en esos dos años cada domingo a la noche me vi relojeando la síntesis de los goles de Primera y deseando que ese morocho con el cuerpo todo escrachado mojara, se colgara del alambrado y se alejara un paso más del hambre.
Del 2000 al 2002, cada vez que Central ganaba con un gol del Tom, la frase de Uliambre se hacía mía.
* Kurt Lutman fue futbolista de la Primera de Newell’s, Godoy Cruz y Huracán Corrientes entre 1994 y 2000. También jugó en la selección juvenil. Aunque no tenía familiares desaparecidos, militó en HIJOS. «