Justo cuando los productores creían reponerse del impacto de la sequía de 2022-2023, esta vez es una plaga, la “chicharrita del maíz”, la que les está arruinando la cosecha.

Se trata del Dalbulus maidis, conocido como “chicharrita”, un pequeño insecto (menos de 4 milímetros), que es vector de patógenos que atacan al maíz, reduciendo los rindes en un 70% o más. 

“Es un verdadero “cisne negro” que está afectando la producción maicera, al punto de que la Bolsa de Cereales de Buenos Aires redujo la previsión de la cosecha gruesa en 2,5 millones de toneladas”, describe Néstor Urretabizkaya, decano de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (FCA-UNLZ) y Magíster en control de plagas y su impacto ambiental.

“La chicharrita está asociada a los cultivos de gramíneas, pero donde mayor impacto causa es en el maíz, no sólo porque come las hojas, sino porque le transmite patógenos que debilitan los granos y las plantas”, explica el experto.

Las alertas sobre esta plaga, que es endémica en el nordeste del país, comenzaron a expandirse hacia la zona central, a raíz de los fuertes calores del último verano. Hoy, en las provincias de Santa Fe y Córdoba -las más afectadas-, el panorama es desolador.

Muchos productores decidieron picar el maíz y usarlo como forraje para los animales. Pero la pérdida económica es grande, porque el mayor valor lo tiene siempre el grano para cereal.

Según Urretabizkaya, el desarrollo de la plaga este año no solo se vió favorecido por las altas temperaturas y abundantes lluvias, sino que también influyó la siembra escalonada del cereal, lo que posibilitó una oferta “ampliada” de alimento para las chicharritas.

“El escalonamiento de las cosechas permite que los insectos vayan migrando y siempre encuentren dónde alimentarse”, apunta.

Precauciones para la próxima campaña

Actualmente no existen insecticidas aprobados que puedan frenar a la chicharrita. Una vez instalada la plaga, y sin posibilidades de controlarla en la actual campaña, el desafío es comenzar a pensar en la próxima

Urretabizkaya recomienda a los productores “estar atentos y monitorear durante los meses de frío  la presencia de la chicharrita en las plantas hospederas”.

La Dalbulus maidis desarrolla su ciclo entre la primavera y el verano. Cuando llega el invierno sobrevive en plantas silvestres y en cultivos invernales (avenas, cebada, trigo, centeno), para volcarse al maíz en cuanto surgen los primeros brotes.

En segundo lugar, “hay que hacer tratamiento de las semillas que se van a sembrar el año próximo, usando insecticidas sistémicos, que permiten la movilidad en la plántula desde la semilla, y dan cierta residualidad. Entre ese tipo de productos figuran los neonicotinoides para asegurar protección en los primeros 15 a 30 días”, detalla el decano de la UNLZ. “Al no haber productos registrados para el control de la enfermedad, hay que trabajar sobre el control del insecto vector, haciendo monitoreo y aplicaciones de fitosanitarios cada vez que sea necesario”, sostiene, e insiste: “No hay que dejar de monitorear el cultivo de maíz en las primeras etapas, hasta la cuarta hoja por lo menos, para descartar la presencia de Dalbulus. Esta campaña ya está muy comprometida, pero estamos a tiempo de salvar la próxima”, apunta.