Los medios, que de ser sepultureros de un sujeto público pueden pasar a ser sus aduladores, revisaron archivos –la tumba de tantos– y descubrieron que Elon Musk es el titular de un prontuario que no provoca envidia. El hombre más rico del planeta, y hoy el más poderoso de Estados Unidos por obra y gracia de los dones dados por el presidente Donald Trump, es un viejo violador de preceptos partidarios. Es un delincuente, en el lenguaje tan ligero como corrosivo de su jefe político. Es un convicto, mucho le debe a la moral y a la ética a la que suelen invocar los libertinos, los republicanos, que tanto distan de los libertarios, aquellos  que enriquecieron la historia social de fines del siglo XIX en Estados Unidos y los inicios del XX en América, en el Río de la Plata, más precisamente.

Revisando archivos propios, ajenos y oficiales, el The Washington Post (TWP), uno de los emblemas mediáticos del establishment, encontró que el personaje al que Trump le pidió que destruyera el Estado desde adentro, “inició su carrera (la que lo llevó a ser el personaje más rico del planeta) trabajando ilegalmente” y así lo hizo durante buen tiempo.

El amparo llegó gracias a la vista gorda del sistema de inmigración bajo cuyas garras caen hoy los millones de inmigrantes que, cada día, echan a andar el aparato económico del imperio.  No es que se haya desatado una campaña contra Musk, pero por las dudas los bots, los programas automatizados que en las redes sociales simulan una interacción humana, se prendieron en la jugada y multiplican el hallazgo del TWP.

En 1995, a sus 24 años, Musk y sus hermanos crearon Zip2, versión Internet de las páginas amarillas de la antigua guía telefónica. Cuatro años después hizo su primer gran negocio, al vender su creación por 307 millones de dólares. Pero esa operación fue la semilla de sus contratiempos de hoy. Los compradores de Zip2 hallaron que Musk era un ilegal y le dieron 45 días para que se regularizara. Optó por borrarse, de la empresa y de California, pero eso de la ilegalidad quedó en algún lado. El 7 de febrero un juez de Nueva York dictó una orden que le impide contar con una «visa de seguridad» (permiso para acceder a información calificada) y, con ella, a la ficha de los millones que trabajan en el Tesoro, la Defensa (el Pentágono) y la Educación. Que espiaran ahí, era la orden de Trump. La tarea quedará demorada, pero ya vendrán los carcamanes de la Corte a sacar las castañas del fuego y rendirse a los deseos del presidente.

Nada le impidió, sin embargo, que como nativo de Sudáfrica, aunque con su ciudadanía en desuso, incidiera ante Trump para que, sobre la base de falsa información, le aplicara sanciones al gigante del extremo sur continental. Aprovechando que el gobierno de Pretoria inició una acción por genocidio contra el Estado de Israel –el ahijado de Trump en Medio Oriente–, y que desde el grupo BRICS el presidente Cyril Ramaphosa es un impulsor de la idea de prescindir del dólar como moneda de intercambio, Musk mostró todo lo que pesa en este gobierno de milmillonarios presidido por Trump. Redactó el decreto por el cual se le retiró a su país un subsidio de 500 millones de dólares destinado al programa de VIH/SIDA más grande del mundo.

«Esa es una decisión criminal», dijo Ramaphosa. Sudáfrica tiene el mayor número de personas en todo el mundo viviendo con VIH. Son más de 8 millones de personas de las cuales 5 millones requieren medicación antirretroviral. Hasta la firma de la orden dictada  por Trump, pero aconsejada por Musk, Estados Unidos financiaba el 17% del programa sanitario VIH/SIDA. El gobierno de Pretoria insinuó que las presiones de Musk son una represalia a la negativa oficial a autorizar la operatoria en el mercado sudafricano de la servidora de internet satelital Starlink. La empresa, que pertenece a Musk, recibió el No por negarse a cumplir con las «políticas de acción afirmativa», que entre otras cosas requieren la propiedad parcialmente negra en algunas empresas y plantillas de personal equitativas.

Desde que, antes de jurar, Trump revelara los nombres de sus elegidos para gobernar, Musk surgió como el súper poderoso entre los 16 milmillonarios que lo acompañarían. Ya entonces, el TWP lo definió como el verdadero presidente (“el hombre detrás del trono”).

Ahora, por segunda vez en dos meses, la revista Time, la preferida de Trump, le dedicó su tapa al magnate de la informática, el espacio y los automóviles eléctricos. Pero esta vez fue más que insinuante. Lo mostró en el Salón Oval de la Casa Blanca, sentado en la silla destinada a los presidentes, y lo llamó el Citizen Musk, en una obvia referencia al Citizen Kane con el que Orson Welles tituló uno de los films más notables de la historia del cine.  

La película es de 1941 y durante décadas estuvo prohibida en buena parte de Occidente. Usando a un ficticio Foster Kane explora la vida de un personaje que no es otro que el magnate de la prensa William Randolph Hearst. El editor, el verdadero, un tirano dueño de 28 diarios, era un activo anglicano volcado, decía, a las tareas de promoción social pero que mutó rápidamente en una enfermiza búsqueda del poder que no le daban ni sus diarios ni su banca de diputado. Foster Kane, oh casualidad, y de allí que Hearst haya prohibido escribir sobre la película y hasta citar a Orson Welles, era mostrado como un magnate enormemente rico, como Hearst, que vivía solitario en Xanadú, una suntuosa finca de Florida que ha sido comparada con la Mar-a-Lago, el club privado de Florida donde mora y recibe Donald Trump a sus visitantes más ilustres.

Según el diario de Washington, hace 30 años, cuando con Zip2 Musk inició ilegalmente su carrera en el mundo de los negocios, el sistema represivo de inmigración, el que hoy caza y deporta latinoamericanos, poco o nada se ocupó del muchachito emprendedor, bien blanquito, que entró desde Canadá pero es de Sudáfrica. Aún hoy, y contra toda evidencia, sigue negando que haya hecho algo mal en su vida de inmigrante. Dice que tenía una visa de extranjero de la categoría J-1. O sea, una tarjeta que le permite a su titular movilizarse libremente, y más siendo blanco bien blanco. El portador es un “visitante en intercambio”. Como tal está habilitado para “realizar tareas domésticas o cuidados infantiles como au pair (niñera o niñero) a cambio de casa y comida”.

No fue el caso de Musk.