El sector porcino enfrenta una realidad preocupante por factores internos y externos, que trae consecuencias distintas dentro de la cadena. Por el aumento de las importaciones de carne de cerdo, los ganaderos tienen topeado el precio interno de sus capones. Además, enfrentan un aumento promedio de costos productivos del 10,4% en lo que va del año.
En un sentido inverso a lo que ocurre con la carne bovina, el consumo interno de cerdo aumenta (supera los 17 kg/año) y las exportaciones se desplomaron, pero como la producción local crece (4,7% en el primer bimestre) y se liberaron las importaciones de cortes congelados, el valor del kilo vivo local se estanca.
El precio promedio del capón se congeló en los $1.663 por kilo en la última semana según el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, y casi no ha variado en gran medida por influencia de la importación de carne. La Bolsa de Comercio de Rosario precisa que la relación capón/maíz se mantiene estable y la ecuación insumo/producto favorable.
Así, el margen bruto se mantiene positivo tras la recuperación del valor real desde mediados del año pasado (+39%), porque no saltaron los precios de los granos, si bien aumentaron tras la quita de retenciones, pero los productores enfrentan una alta carga impositiva y el tipo de cambio desfavorable.
Puesto en números el panorama se puede ver más claro. Las exportaciones de carne de cerdo pasaron de 703 toneladas en enero a 913 toneladas en febrero de este año, con una suba en volumen interanual similar, pero con baja rentabilidad porque sólo el 14% fueron cortes con un valor promedio cercano a US$1.000/tonelada, el resto fueron despojos con precios por debajo de US$350/ton, según el informe mensual de JLU Consultora.
El problema es que, al mismo tiempo, en febrero de 2025 las importaciones saltaron un 420% en comparación con el mismo mes del año pasado (4.796 versus 1.137 toneladas), de acuerdo con la estadística aduanera. Esto deja a los productores locales con una materia prima sin valor competitivo, frente al ingreso del producto importado listo para el consumo y con ventaja cambiaria.
En un año se pasó de 6 a 43 importadoras de cerdo
Aunque la cadena porcina sea robusta, fruto del nivel de inversiones y desarrollo alcanzado en los últimos años –y gracias al fuerte aumento del consumo interno junto al pollo en detrimento de la carne bovina– el aumento progresivo de las importaciones deja a gran parte de la industria transformadora local fuera de juego.
La incidencia de una medida gubernamental local puede significar un avance o un retroceso total, y el apoyo estatal a la industria en la década pasada demuestra el salto: de 2010 a 2020, las exportaciones de carne porcina pasaron de 3.900 a 41.000 toneladas, y con un consumo interno siempre en ascenso.
Hoy el productor de cerdos, más aún el de pequeña a mediana escala, se encuentra con su rodeo con costos altos y con una industria de carne porcina que pierde competitividad frente a los precios internacionales, pese al retiro de las retenciones el año pasado. El resultado es inexorable: bajan las exportaciones y suben las importaciones, bajo pretexto de abastecer el consumo interno a precios razonables.
Con el ingreso habilitado por el Gobierno nacional, desde agosto del año pasado las importaciones de carne de cerdo fueron trepando, con 956 toneladas ese mes, 2.206 en septiembre, 3.305 en octubre, 3.402 en noviembre y el récord de 4.804 en diciembre, según datos de ARCA/Aduana. En enero de 2025 se sumaron 4.169 toneladas.
Brasil sigue siendo el principal proveedor, aunque también se importó desde Chile y Dinamarca, pero el dato que demuestra la rotunda apertura de fronteras es que hoy están habilitadas 43 firmas importadoras, casi sin uso de mano de obra local, cuando eran sólo 6 hace un año atrás, según el consultor Juan Luis Uccelli.
Hace pocas semanas se declaró un rebrote de la Enfermedad de Aujeszky, conocida como pseudorrabia y producida por el herpesvirus porcino 1, lo que produjo la inmediata alarma en el sector, ya que es endémica en el país y proviene de un virus muy contagioso en varios animales, pero con particular sensibilidad en los cerdos.
El foco se detectó a mediados de febrero en uno de los criaderos más grandes del país, Pacuca, de la británica PIC y Cabaña Argentina de la familia Blaquier en Roque Pérez, y aunque la carne se puede consumir porque no hay evidencia que el virus se traslade al humano, su aparición genera un atraso productivo y pérdidas millonarias por la muerte de animales y el posible cierre de mercados de exportación.
Desde la Federación Porcina Argentina, los productores responsabilizan al Senasa y exigen que la autoridad sanitaria controle y vacune al ganado para frenar los brotes, ya que sostienen que hay barreras administrativas para importar dosis y falta de laboratorios acreditados para producir o distribuir la vacuna aprobada en el país.