Siguen activos los incendios forestales en La Patagonia, que desde fines de diciembre de 2024 arrasaron más de 37.000 hectáreas en las provincias de Río Negro, Chubut y Neuquén, y provocaron no solo una tragedia ambiental, sino también un duro golpe para la economía de las regiones afectadas.
Los gastos en la extinción del fuego, la reconstrucción de infraestructuras y la pérdida de tierras productivas son factores que impactan en la agricultura, la silvicultura y la ganadería de las comunidades del lugar.
En Neuquén, los incendios generaron una profunda crisis para los productores ganaderos y las comunidades mapuches afectadas. En diálogo con Tiempo Rural, Simón Cosentino, productor apícola y hortícola de San Martín de los Andes, relata la forma en que el fuego destruyó gran parte de los campos de invernada. A consecuencia de ello debieron realizar desplazamientos masivos de los animales de aproximadamente 50 crianceros de las comunidades mapuches Chiquilihuin, Linares y Painefilú. “Normalmente, el traslado hacia las veranadas ocurre en diciembre y el regreso a las invernadas en abril o mayo, pero debido al desastre, los animales tuvieron que ser movidos antes de tiempo a los campos de invernada, generando una sobrecarga en los pastizales”, señala.
Las veranadas, fundamentales para la alimentación del ganado en época estival, fueron completamente destruidas por el fuego. Esto supone una crisis inmediata, ya que la oferta de forraje se redujo drásticamente. En algunos casos, los productores perdieron hasta el 100% de sus veranadas y entre el 70 y 80% de sus invernadas, lo que significa que la superficie de pastoreo disponible para el año en curso es extremadamente limitada. Cosentino señala que “el panorama es desolador para quienes dependen del pastoreo como principal sustento económico”.
Ante este escenario, los crianceros, que son productores familiares que se dedican a la cría de ganado principalmente caprino y ovino, se vieron obligados a tomar decisiones difíciles: reducir la cantidad de animales o afrontar el alto costo de la compra de insumos forrajeros, como fardos de pasto, maíz o pellets de alfalfa, para suplir el déficit de alimento natural en los campos arrasados por el incendio.
Pero el problema no se limita al corto plazo. La regeneración de los ambientes quemados tomará varios años, lo que obligará a restringir el pastoreo en vastas zonas para permitir la recuperación del bosque y los pastizales. Esta situación agrava aún más la crisis para los pequeños productores, quienes dependen de estos territorios para la subsistencia de sus rebaños y, en consecuencia, para su estabilidad económica. Se estima que la pérdida de cabezas de ganado, tanto bovino como ovino y caprino, asciende a miles de animales, muchos de los cuales murieron atrapados por el fuego o por la falta de alimento en las zonas quemadas.
Cosentino, quien también es integrante de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), señala que «el avance del fuego sobre bosques milenarios, sobre las montañas, sobre las nacientes de las aguas, sobre los pastizales y los mallines, implica la destrucción de los sitios donde muchas familias pequeñas productoras desarrollan su actividad ganadera y agropecuaria». La restauración del ecosistema podría tardar décadas y las llamas consumieron zonas vitales donde las comunidades recolectan alimentos ancestrales como el piñón y plantas medicinales, amenazando especies endémicas únicas de la región.
Los recientes incendios en la Comarca Andina en la zona de Río Negro dejaron un saldo de más de 200 viviendas destruidas, daños de infraestructura y pérdidas económicas millonarias. En diálogo con Tiempo Rural, Agustín Mavar, productor ovino y militante de la UTT, denuncia la falta de inversión en prevención y el desfinanciamiento de los recursos para combatir incendios. «Sabíamos que esto podría llegar a pasar, pero el Estado prefirió no actuar. No prevenir algo que se sabe que va a pasar, es querer que pase».
Mavar advierte que el futuro inmediato será muy complejo, ya que hay personas que «con 20, 30 o 40 años de trabajo en su chacra lo perdieron todo». La reconstrucción no solo implica recuperar las viviendas, sino también la capacidad productiva de la región. «Se debe volver a un lugar donde el suelo quedó arrasado, lleno de árboles quemados, y donde la recuperación productiva puede tardar hasta dos años». En particular, la producción forestal sufrió un duro golpe ya que “mucha gente tenía algunas parcelas o alguna hectárea de 45 a 50 años listas para sacar, por lo que estamos hablando de una pérdida millonaria», señala el productor.
El desafío no solo es mitigar el fuego, sino también empezar “la reconstrucción, ya que en un mes y medio empezará el frío y la situación será difícil«, advierte Mavar, quien también resalta la necesidad de asistencia concreta. «Faltan mangueras, cables, chapas, madera, corrales, alambre y postes. No es solo ropa lo que se necesita, sino materiales para reconstruir la vida productiva y cotidiana», enfatiza.
La noticia irá perdiendo visibilidad, pero las consecuencias de los incendios forestales perdurarán por mucho tiempo. «El desafío es no olvidar por qué se quemó, exigir respuestas y garantizar que no vuelva a ocurrir», concluye Mavar.
En las zonas afectadas, la lucha no termina con el fuego. Ahora comienza una nueva batalla por la reconstrucción y la prevención de futuras catástrofes. Las comunidades enfrentan un futuro incierto, con la urgente necesidad de asistencia para poder sostenerse en el tiempo y evitar un éxodo rural que podría cambiar drásticamente la estructura social y económica de la región.