Ciertos acontecimientos hablan por sí mismos, y lo que ocurrió en Reino Unido es uno de ellos. El 3 de marzo, el primer ministro británico, Boris Johnson afirmaba: “Estaba en un hospital la otra noche en el que había pacientes de coronavirus y les estrechaba la mano a todas las personas que encontraba. Sigo haciéndolo. Tenemos un fantástico NHS (servicio público de salud), un fantástico sistema de testeo y de seguimiento de la enfermedad. Quiero asegurarle a los británicos que seguiremos como siempre”. Pasados veinte días Johnson terminaba anunciando una cuarentena de por al menos tres semanas. Al momento de escribir estas líneas Reino Unido ya ocupaba el octavo lugar en el ranking de casos confirmados en el mundo.
El problema es que esa es la visión que comparten presidentes como Donald Trump y Jair Bolsonaro. En el fondo tratan de instalar la idea de que el virus y las muertes no dependen de la cuarentena, y que lo mejor es no afectar la economía. Mientras tanto se iría desarrollando inmunidad para una potencial segunda oleada de la epidemia. Todo un argumento armado para que no se paralicen la economía y los grandes negocios. Peligroso por donde se lo mire, ya que la economía sufrirá de una forma u otra los impactos.
La mayoría de los países está tomando otro camino. El de la intervención del Estado en la economía. Resulta paradójico que esta postura sea hoy sostenida también por muchos que solían argumentar en tiempos más normales que había que garantizar a toda costa los “equilibrios” de la economía, léase la reducción de los déficits fiscales por vía principal de la reducción del gasto público (e incluso con quitas impositivas a las grandes empresas). De esta forma, subordinaban la realidad del empleo o el combate a la pobreza a estos parámetros. Puro neoliberalismo basado en falsos dilemas que corren el eje de lo esencial.
Todo esto sirve de marco para analizar algunas cuestiones que comienzan a plantearse en nuestro país. En una nota del último jueves en un matutino se dice que “el Presidente decidió darle toda la prioridad al plan sanitario y, para eso, frenó la economía”. A esta mención cabe aclararle que, sin necesidad de entrar en detalles harto conocidos, lo cierto es que la economía ya estaba frenada a partir de las políticas de los últimos cuatro años. Pero también, hacia adelante, preocupa el impacto recesivo que tendría un eventual contexto de colapso sanitario. Por ello creo que el aislamiento constituye una decisión absolutamente necesaria y valiente, pese al costo que tendrá en la economía.
No tengo ninguna duda de que las vidas están en un primer lugar y eso es lo que el gobierno argentino está claramente privilegiando. Si no, ¿qué sentido tiene la economía si no hay vida? No está de más hacer esta clase de preguntas, ya que, aunque pueda sonar inverosímil, siempre están los que tratarán de construir posverdad a partir de la pandemia.
Nadie puede negar que la crisis sanitaria tendrá impacto sobre la economía mundial y nacional. Y que el tema se torna más complejo aún cuando el problema se plantea en países como la Argentina, que venían de una situación delicada.
Por eso hay que ver qué están haciendo los países centrales frente a la crisis. Están inyectando recursos en cantidades significativas. Estados Unidos, por ejemplo, decide destinar un monto equivalente al 10% del PBI del año 2019. Una buena parte serán pagos directos a las familias y trabajadores, 500 mil millones de dólares, más 250 mil millones de dólares para incrementar el seguro de desempleo, ya que el empleo está cayendo fuertemente. Esta última semana ha habido un récord de solicitudes de desempleo en dicho país, algo más de tres millones. Similares políticas están aplicando otros países centrales.
Esta pandemia debe ser el punto de partida de la discusión sobre un nuevo modelo de acumulación y distribución global. Si no, volveremos a la misma situación riesgosa para la salud y a otros grandes problemas de las mayorías a los que nos está llevando este capitalismo deshumanizado.
En Argentina la situación es más ardua. Los últimos datos del PIB mostraron una baja del 2,2% en 2019. A esto se le suma una deuda pública insostenible que succiona recursos necesarios —y que demanda una reestructuración urgente—. En 2019 se pagaron 12.400 millones de dólares de intereses netos por la deuda constituida en dicha moneda, según informó la Oficina de Presupuesto del Congreso. Dejaron un Estado desarticulado y desfinanciado, al que hoy le piden que intervenga decididamente en la economía con subsidios, con préstamos subsidiados, y otras medidas de similar tenor. En este marco hoy el sistema público de salud se encuentra realizando una labor notable, partiendo de que al área responsable se le había llegado a sacar la categoría de ministerio, con la falta de vacunas, reducción del presupuesto de salud y, para peor, subejecución del mismo. Es solo una muestra de lo que se hizo con todas las áreas, en especial con la salud, la ciencia y la tecnología. Y en esto la pandemia nos pone como nunca frente a lo que debe ser el rol del Estado.
Por ejemplo, en El Cronista (27/03/20) Daniel Artana, de FIEL, señala que “respecto de los asalariados, el Estado nacional podría coordinar alguna rebaja de ingresos al estilo de lo que se hace en las suspensiones (…). Los gastos salariales representan una parte importante del presupuesto de provincia y municipios (…). Una reducción modesta en los salarios de los empleados públicos que deban quedarse en sus casas permitiría financiar, al menos, una parte de los gastos adicionales que genera la pandemia”. No es el único en esgrimir estos argumentos. En medio de una crisis, aunque son voces minoritarias, no se deja pasar la oportunidad para hablar de recortes y flexibilización laboral. En última instancia, siempre se apunta a los trabajadores, y no, por ejemplo, a las grandes fortunas que evaden y eluden sus obligaciones impositivas.
En medio de esta crisis seguramente no haya muchas voces pidiendo la vuelta del Estado mínimo. Pero hay que aprovechar la experiencia pensando hacia adelante. Todo esto nos debe servir para construir una sociedad más justa y solidaria, que incluya a todos, a todas, y que no se base en la falsa idea de la meritocracia, sino en las necesidades, en cómo se atiende desde esas necesidades, y cómo se da a todos igualdad de oportunidades en serio.
Todo esto que se ve tan dramáticamente ahora no es más que una consecuencia del ideario del Estado mínimo que ha pasado por nuestro país.
Salvando las distancias, en una carta de médicos italianos (Página/12, 27/03/20) se habla del drama y el desborde sanitario de un hospital de Bérgamo. En un pasaje se sostiene: “Los sistemas de salud occidentales se han construido alrededor del concepto de atención centrada en el paciente. Pero una epidemia requiere un cambio de perspectiva hacia un enfoque de atención centrado en la comunidad. Estamos aprendiendo dolorosamente que existe la necesidad de expertos en salud pública y epidemias”. Una frase que lo dice todo.
Mientras se atiende la cuestión actual, no hay que dejar de pensar en cuáles son los temas que nos llevaron a la situación que tiene la Argentina y que dificulta la resolución de una enorme crisis que afecta a una gran parte de los ciudadanos y ciudadanas de este país.