El apoyo de la opinión pública al gobierno nacional se derrite de modo lento pero persistente. Hace un mes una mayoría consideraba que su situación personal estaba peor y también una mayoría tenía buenas expectativas en el futuro. Esa diferencia de percepción no podía sostenerse eternamente. Es que el futuro deviene presente. Y encima, del segundo semestre sólo llegó la fecha. Además, «el mejor equipo de los últimos 50 años» armó un embrollo de no creer con el tarifazo. Los «republicanos» ejercieron presión para que se hiciera la corte al supuesto «sinceramiento». Pero no pudieron amañarlo y más de uno debió preservarse del exabrupto.
Ya nadie recuerda que la economía iba a despegar de modo asombroso después de abolir el «cepo», bajar y anular retenciones y pagarles a los buitres. Pero no. La actual recesión con inflación ya solicita un nombre nuevo en la teoría económica. «Estanflación» es insuficiente. Y el anunciado 25% para este año se convirtió en una utopía de masas junto a la reducción de la pobreza.
Pobre sería el análisis político que creyera que esta situación económica será capitalizada políticamente por un sector determinado de la oposición. Mientras la realidad se emperra en desmentir una y otra vez todo mecanicismo, el capital político del gobierno no deriva sólo de los medios, sino de su éxito en la estrategia de estigmatización de todos aquellos que realicen una crítica. En ese punto, los trolls se propasaron cuando algún periodista oficialista exploró un «pero» y le tiraron una K por la cabeza. La verdad es que si todos los críticos fueran K, nos guste o no, Macri ya hubiera perdido las elecciones del año próximo. Pero no.
Ahora, su capital político emana también de la fragmentación de la oposición. Cuanto más se acentúa el problema de la identidad partidaria (la cercanía o distancia respecto de la K), más se acentúa la paradoja del momento. La identidad despolitiza el debate y debilita la construcción de una alternativa.
Politizar es desplegar una crítica al neoliberalismo que parta de los efectos más concretos que tiene en las vidas de los ciudadanos, con alternativas viables para el presente y el futuro. Politizar no es exagerar, porque eso incrementa la distancia con la sociedad. Politizar es hacer una crítica sistemática sin devenir apocalípticos. Politizar es dialogar con quienes fueron parte del 49 y del 51%, es promover miradas críticas. Es lo contrario de promover el enojo con la sociedad. La catarsis y el insulto despolitizan. Politizar es pensar. Politizar es diseñar estrategias, es comprender la temporalidad de la lucha social y de la lucha política. Es construir colectivos sin mezquindades, para defender todos los derechos.
El gobierno tiene derecho a ejercer hasta el último día su mandato constitucional. Sólo se cuestiona desde la raíz que tengan derecho a destruir derechos. Porque nadie votó eso, porque prometieron lo contrario y porque también el Congreso Nacional es constitucional.
Ahora, la implantación de un modelo neoliberal sólo está en sus inicios. Porque no llegaron para la libre venta de dólares. Cambiaron con habilidad su estrategia política para transformar las estructuras económicas, sociales y culturales de la Argentina. Y si lo consiguen, podrán hipotecar el futuro. De ahí la asombrosa belicosidad verbal. La «guerra sucia» cultural.
¿Qué sucedería si el gobierno no tuviera contrapesos sociales y políticos? En noviembre hubo una derrota electoral y política, pero todavía no se produjo una derrota social. Si se produce una derrota de la movilización social, se agravará el clima cultural y político. La mayoría de la sociedad terminaría aceptando estas políticas como inevitables y las movilizaciones dejarán de ser masivas para ser escuálidas. Que logren o no esa derrota social no depende sólo de sus estrategias. También de las estrategias sindicales, de los movimientos sociales y de la oposición política. La inteligencia estratégica radica en no desgastar, en articular, en dar batallas simbólicas, cargar energías, preparar para sumar, no caer en provocaciones.
La sociedad que ejerce su derecho a la protesta debe tener capacidad efectiva para defender sus derechos. Sin movilización, las paritarias hubieran sido peores, el tarifazo hubiera pasado en plenitud, la situación de las universidades públicas se habría agravado, no se habrían visibilizado los trabajadores de San Cayetano y así sucesivamente. Debemos valorar la diferencia abismal entre una sociedad dispuesta a luchar por sus derechos y sociedad derrotada.
Ahora bien, si eso se lograse, lo cual no es sencillo, quedan pendientes otros desafíos. Hace poco un dirigente social que trabajó en la Marcha Federal en 1994 y que ahora está trabajando en la Marcha próxima me decía: «tenemos que hacer una gran marcha; pero tenemos que saber que eso también lo hicimos antes y en 1995 Menem ganó por mucho en las elecciones». En este planteo se encuentra un punto crucial. El mayor de todos los desafíos. Una articulación política de diversidades contra el neoliberalismo .