Como era previsible, los Estados Unidos denunciaron fraude antes, durante y después de las elecciones. Como siempre, cuando no existen argumentos políticos apelan a los grandes valores, en confusión de absolutos y relativos.
El caso venezolano adquiere dimensiones filosóficas. En efecto, los principios definidos por el liberalismo clásico en los siglos XVII y XVIII desde John Locke a Montesquieu, establecen los derechos de las personas, las características de la soberanía y fijan la separación de poderes como esencia de las constituciones.
Diremos que es una posición “idealista”, no por que otros no peleen también por ideas, sino porque definen la esencia de la democracia antes que el ejercicio concreto del poder y califican a la acción política según parámetros pre-establecidos. Incluso tiene un dejo de San Agustín, que defendía a la Ciudad de Dios, perfecta por definición, contra la ciudad de los hombres, donde reinan paganismos y pecados. Frente al “idealismo” encontramos al “realismo político”. Maquiavelo fue uno de los precursores -no el único- al considerar el poder tal cual existe en los hechos y no como quisiéramos que sea. En las relaciones internacionales suele hablarse de “realpolitik”, ya que los Estados tienen intereses antes que amigos o enemigos. Es lo que entendió Bismarck –autor del neologismo- y unificó Alemania.
Así, podemos considerar que al discutir ciertos valores contra otros podemos realizar un útil seminario interdisciplinario. Pero cuando hay decisiones de realpolitik abordadas desde el punto de vista de principios anteriores e inmutables a los hechos que analizamos, esa equivocación sólo conducirá al desastre. La ilusión, decía Freud, es el error con deseo.
En lo que hace a la validez de las elecciones venezolanas, no encontramos otra razón que el deseo de errar en el comportamiento observado en la amplia dirigencia política argentina y en todos los medios de comunicación. Pareciera que el comando sur de los Estados Unidos estableció una cadena informativa acerca de las maldades del chavismo, la perversión de Maduro, la presencia de manos chinas, rusas o cubanas en lo que denuncian como “fraude electoral”. Más aún: cualquiera que opine debe reconocer tal supuesto fraude para ser legítimo en los medios y en las redes. Si no, es un “comunista” (otra categoría del idealismo). En esta semana de engaños y engañados -o cómplices- había que exigir el conteo de los resultados electorales mesa por mesa, con total ignorancia de la división de poderes en Venezuela, donde existe el Poder Electoral, único habilitado a brindar los resultados en tiempo y forma
. Quizás no lo sabían los legisladores de Unión por la Patria, en ese comunicado donde ejercieron como sommeliers de elecciones ajenas. El papelón de Mondino agrega al grotesco: duele que la Cancillería, un ámbito de profesionales, esté regida por una amateur. Las almas sensibles quedaron fuera de juego cuando los Estados Unidos decidieron reconocer a González Urrutia, sin importar actas, valores ni principios. Blinken habló de una “evidencia abrumadora” que no presentan. Estados Unidos contestó con Carl Schmitt a los que invocaron a San Agustín (Juan Cruz dixit). Son los nuevos gansos del Capitolio. Quienes sí juegan son México, Colombia, Brasil. AMLO y Petro rechazan que la proclamación del ganador pueda venir de los Estados Unidos; Lula pide calma y respeto a la soberanía. En la actual geopolítica, las reservas naturales venezolanas son esenciales para el esfuerzo bélico de occidente y deben quedar bajo control estadounidense, no importa quién gobierne. Por cierto, Maduro no es Chávez, y los errores de política económica en parte preexisten al bloqueo impuesto por el imperio y amigos, lo que agrava la situación. Sin embargo, no podemos ejercer una moral idealista como excusa o coartada cuando la ecuación es que política más Venezuela es geopolítica. Realpolitik.