Plaza completa. Esa es la respuesta del pueblo frente al régimen nostálgico de la dictadura. Otoñal tarde nacarada en el Día de la Memoria, que contradice la nube tenebrosa del negacionismo. Un mar populoso fluye por Avenida de Mayo, por Diagonal Norte y Sur, por las callecitas angostas de San Telmo y más allá. Todos los caminos conducen a la Plaza de Mayo rebalsada.
Son cientos de miles de personas, decenas de columnas que marchan por el tórrido centro porteño. Cuarenta y nueve años del golpe genocida. Un solo grito: “Memoria, Verdad y Justicia”.

Entre gallos y medianoche, el gobierno nacional difundió por las redes sociales un cortometraje para “celebrar” el aniversario del último golpe de Estado. Veinte minutos condimentados con dosis desparejas de golpes bajos a la democracia y declaraciones del joven dinosaurio Agustín Laje. Por la tarde, la respuesta en las calles es contundente, masiva y pacífica, en unidad. “Y al que no le gusta, se jode. Estos fachos, la casta antipueblo, no tienen límites. Desfinancian a los comedores, no entregan los remedios oncológicos, cagan a palos a los jubilados. Hasta niegan a los desaparecidos. Pero acá estamos, todos juntos. No vamos a bajar los brazos. Son 30 mil”, dice Gustavo, combativo docente arrimado al ágape desde la zona norte del Conurbano con sus compañeros del gremio del aula. Ataviado de guardapolvos punta en blanco, el maestro da cátedra de Historia frente al Cabildo: “La libertad no avanza, nos lleva de nuevo al pasado. A la dictadura y el plan para destruir al pueblo y meter a sangre y fuego el neoliberalismo. La historia se repite como tragedia en el presente. No queda otra que luchar, eso también lo dice nuestra historia”.
“Luche como una jubilada”, agita una señora el cartel tatuado en prolija imprenta a pasitos del escenario. “Con mucha tristeza vivo este momento. Nos pegan y nos matan de hambre”, cuenta Elisa Roldán, de 82 pirulos sobre el lomo. La pensionada vive en la miseria con la mísera mínima de 360 mil pesos que le paga el miserable gobierno: “Me ayuda la familia, cuesta seguir. Parecen los años noventa, la época del innombrable, ese presidente que admira Milei. Hay que salir a las calles para frenarlos. Esto no termina bien”. La banda de sonido que cantan las gargantas poderosas cerca de la Pirámide de Mayo advierte como un oráculo: “Qué se vayan todos / que no quede, ni uno solo”.

En la Avenida de Mayo hay grafiteros que pintan un fresco colorido de memoria sobre el gris pavimento. También una bandera kilométrica con las caras en sepia de los 30 mil. “Presentes, ahora y siempre”, gritan los muchachos y muchachas peronistas que se amuchan cerca de Piedras. A unos pasitos caminan los compañeros del Hospital Posadas. Un galeno diagnostica el oscuro presente mileísta. Faltan remedios, sobran pacientes: “Esa es la política libertaria”. La Argentina está en terapia intensiva.

Madres, abuelas, hijos y nietes. Alexis recuerda a su tío, Juan Carlos García Conde, médico chupado por los milicos en 1977: «Ellos hacen lo mismo, esquilman al pueblo, destruyen la economía y reprimen. Nosotros vamos a resistir, en nombre de mi tío, en nombre de los 30 mil».
Combate de tambores en Defensa e Yrigoyen. Duro y parejo les dan los pibes de La Cámpora. No muy lejos, las cocineras de los comedores desfinanciados dicen presente. La Susi mata el hambre en las barriadas siempre olvidadas de Tigre. “La democracia también es que la gente coma. Nunca más dictadura, nunca más pibes con hambre”, dice la señora, mira la Casa Rosada apagada, enjaulada, militarizada. Postal de otros tiempos violentos. Memoria, compañeros.