“Recuerde que cortar una calle, una avenida o una ruta es un delito penado por la ley”. Los parlantes repiten el mensaje en loop hasta el cansancio en la estación Plaza Constitución. El Big Brother mileísta baja línea en la tarde del tórrido miércoles. No muy lejos, en las alturas del Puente Pueyrredón, hay retenes policiales que frenan a los colectivos de línea, piden documentos y cachean el pasaje. Los sabuesos de la ministra Patricia Bullrich buscan manifestantes que quieren llegar al frígido centro porteño para conmemorar un nuevo aniversario del tórrido Argentinazo de 2001. El protocolo antiprotesta anarcocapitalista entra en acción. Sentido homenaje a las dictaduras de América Latina del joven gobierno liberal-libertario. ¿Y a dónde está la libertad?
Sin prisa pero sin pausa, la columnas piqueteras llegadas desde el suburbio del suburbio sur del Conurbano bajan de las formaciones en Consti. Los reciben los bravos cosacos bien alineados sobre Brasil. Cerca de la estatua del liberal Alberdi, los pelotones muestran las afiladas garras del León. Lucen armados como para una guerra.
“Venimos a garantizar que los compañeros y compañeras puedan venir a manifestarse libremente. Hay operativos en todas las estaciones, en todos los accesos. La policía abre las mochilas, pide el DNI, hace bajar a la gente de los colectivos”, denuncia Eduardo Belliboni, referente del Polo Obrero, en la nave central del edificio de aires neoclásicos. Levanta temperatura el grandote “Chiquito”: “Es digno del 1984 de Orwell, con el altoparlante dando órdenes, ‘denuncie a los dirigentes, no se manifieste, vuelva a su casa’. Parece un campo de concentración. La ministra cree que puede decretar el estado de sitio, hacerlo de facto. Es volver a la época de los milicos”.
Unidad de los trabajadores…
En el cruce de Perú y Diagonal Sur se amuchan las columnas piqueteras, de movimientos sociales y orgas de izquierda. Los rodea un pantagruélico operativo policial. Uniformados Federales, de la Ciudad y Gendarmería arman un corralito. Cortan la calle para que la gente no corte. Ensayan la coreografía de la represión. Palos para todes.
Con 85 pirulos sobre el lomo, Juan Carlos se arrimó a la marcha desde La Matanza profunda: “No iba a dejar de venir por las amenazas de Milei. Este es un día para hacer memoria y recordar las luchas del pueblo. Yo estuve en los cortes de Ruta 3 cuando estalló la Alianza. Mucha sangre derramada de compañeros. No me asustan estos anti-pueblo del presente”. El jubilado de arrugas memoriosas, ex obrero metalúrgico, da una clase de historia al despedirse: “Estos tiempos me hacen acordar a los años setenta. Ajuste y palos, endeudamiento, milicos en la calle. Ya sabemos cómo termina la historia.” Doctrina del shock.
Jorge es vendedor ambulante. El muchacho de 49 años se gana el mango a duras penas en las barriadas empobrecidas del Gran Buenos Aires: “No se vende nada y es diciembre, el mejor mes del año, una sequía nunca vista. ‘No hay plata’, dice el cínico de Milei. Sumale el sablazo de la inflación y los aumentos que se vienen en servicios y el pasaje del colectivo. Nos quieren matar de hambre.” A unos metros, el quilmeño Darío comercia generosas bolsitas de chipá: “Estoy rematando a 1200 pesos, no sale nada. Acá hay laburantes que no llegan a fin de mes, mirá si me van a comprar. Ahora está claro, la casta era el pueblo, y encima no te dejan protestar, quieren que marchemos por la vereda. Estos tipos viven en Narnia.”
“Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura liberal”. Rodolfo le da duro y parejo al bombo a pasitos de la muralla policial. El hombre, familiar de desaparecidos, milita en el Polo Obrero Zona Norte: “Vengo porque hay que defender la democracia, el derecho a comer. El plan motosierra nos está matando. No hay más comida en los comedores. Milei, Macri y su banda son antiderechos. Odian al pueblo”. Los policías avanzan, pegan con los escudos cual legionarios romanos, tiran gas pimienta. El aire es espeso como una sopa. Rodolfo no se apichona y calma a sus compañeros y compañeras: “Ya te dije, flaco, hay que defender la democracia, la constitución, la libertad de salir a la calle para protestar. Esa es nuestra lucha, de todos los trabajadores. Los esperamos en las calles.”
La plaza es del pueblo
“Milei, basura, vos sos la dictadura”. Es el grito que da fuerzas a la columna que baja por Diagonal Sur a paso firme rumbo a la Plaza de Mayo. Los gendarmes y policías no pueden frenar a la ola piquetera que fluye rumbo a la Casa Rosada. Los uniformados hacen rugir sus motos. Asustan con sus palos e ithakas. Luego retroceden hacia lavallada Casa Rosada. “La plaza es nuestra”, celebran los marchistas.
Panadero cooperativista, Gabriel pone el pecho frente a los milicos: “Ya lo hice en el 2001, con muchos pibes que ya no están. Hoy vine por ellos, pero también para que Milei entienda que vamos a luchar, que esta es la plaza del pueblo, de nuestras luchas”.
Martina y Rufina son empleadas domésticas. Las hermanas se acercaron en forma independiente desde Glew: “No damos más, no alcanza la plata. Tenemos terror con las medidas que va a anunciar Milei esta noche. No alcanza el sueldo, se vienen tiempos muy jodidos.” A pasitos de la Pirámide de Mayo, las señoras agitan un cartel que reflexiona sobre los ideales del loco de la motosierra: “Qué violenta la calma con la que los empachados dicen que agradezcamos las migajas”. Cuánta razón. Al despedirse, las hermanas dejan un mensaje para esta Nochebuena: “No más hambre, no más ajuste, un poco de justicia para los de abajo”.
Con parsimonia, las columnas dejan la plaza antes de que caiga pesada la noche en Buenos Aires. Fin de la primera marcha de la resistencia contra la motosierra. Los pelotones de la policía custodian fieros a la distancia. Un muchacho les muestra un cartel tatuado a mano. Mensaje directo para el gobierno libertario: “Somos el pueblo y no les tenemos miedo”.