Martín Rechimuzzi se crió en Caseros, la patria chica que suele mencionar en sus intervenciones en los distintos «métodos», como le gusta llamar a los variados canales virtuales como Instagram, Tik Tok, YouTube o Twitter. De niño padeció el intento de sus padres de amigarlo con el deporte, pero así y todo recuerda con felicidad su infancia. Estudió teatro y Ciencias Políticas, recorrió el país haciendo obras en inglés para escuelas, se enchastró en el barro del under y un día apareció en la televisión como Randall López, el apócrifo notero de una cadena internacional que desde C5N increpaba sobre política a los transeúntes. Desde entonces y entre otros, llevó a escena Proyecto Bisman (junto a Pedro Rosemblat, con quien también comanda desde YouTube el programa Saliendo que es eléctrica), y en el último tiempo estuvo presentando el happening teatral ¿Qué pasa hoy acá?, junto a Érica Rivas, que próximamente llegará a la costa.
–¿Hay algo que le gane al recuerdo de la infancia?
–La foto de la infancia queda, es muy fuerte, pero tampoco creo que sea universal. Yo, por suerte, tuve una linda infancia, pero hay gente que tuvo una infancia de mierda y borró todo. Pero en mi caso, esas imágenes son un lugar al que puedo recurrir siempre. Me acuerdo de memoria donde estaba cada adornito, hay un nivel de detalle que no lo tengo en relación a otros momentos.
–¿Dos palabras que describan cómo eras de adolescente?
–¡Muy travieso!
–¿Las redes son una trampa o hay que relajarse?
–No veo a las redes como algo ajeno a nosotros en tanto especie. Con sus particularidades positivas y negativas, son casi un elemento constitutivo, un espacio de construcción de identidades. Pensar a las redes como una opción no es sostenible.
–La española Marta Peirano habla del «chute de dopamina» que nos genera el intercambio online. ¿Las redes son una droga irresistible o hay mejores?
–¡Eso es muy abierto! Que cada quien consuma lo que necesite, quiera y pueda. Pero sí, es cierto que hay una actitud muy adictiva con las redes sociales.
–De chico eras fan de Lía Crucet. ¿Por qué?
–¡Es que ella es fascinante! Cuando una la ve (aunque ahora ya no hace presentaciones en vivo), descubre unos embrujos escénicos muy interesantes.
–¿Cuáles?
–Tiene como una conexión mística cada vez que se para en escena.
–¿Te gusta la noche?
–Me encanta salir de joda, me gusta, me interesa. Esa división entre trabajo y diversión, en mi caso, no es tajante. Uno tiene grandes conversaciones en la noche, en el medio de un baile se te ocurre una idea, definís cosas del día. No entiendo a la noche como antónimo el trabajo. Me parece que todo es una gran cosa.
–De jovencito ya trabajabas de actor. ¿Nunca te tocó una oficina, una panchería, o laburar de cadete?
–¡Sí, a full! Mi primer trabajo, apenas terminé el colegio, fue con mi viejo en una oficina: aburridísimo. Después vino la compañía de teatro, después se me fueron un rato las ganas de actuar…
–¿Y cómo aparecieron las Ciencias Políticas?
–Fue algo muy intuitivo. No tenía una idea del perfil con el que uno salía de la carrera. Pero en mi caso terminó derivando en formas casi performáticas de intervenciones políticas, algo que no lo tenía ni en pedo en claro de antes, sólo tenía muchas ganas de hacerlo y mucha energía. Estudiaba, trabajaba, hacía funciones en el under…
–Después de todo lo que contaste que padeciste de niño cuando te mandaban a fútbol, venís cubriendo el Mundial con algarabía y firmeza.
–Más allá de la segregación que sentía de chico porque no me gustaba jugar a la pelota, la movilización popular, la gente en la calle de fiesta, siempre es algo que me interesa. Yo disfruto el fulgor de la gente celebrando cosas.
–¿En qué aspecto de amo de casa sos bueno?
–Me encanta lavar los platos. Es algo que heredé, y me sale bien.
–¿Sos obsesivo con la limpieza o te gusta por otra cosa?
–Hay algo en relación con el agua, y algo medio arquitectónico, de cuando uno va secando y armando las torrecitas para que no se caiga todo a la mierda.
-¿Dormís pegado al teléfono?
–Obvio. Para bien o para mal, hoy el celular es una extensión de nuestro cuerpo. Además está siempre disponible, te mantiene informado, y al mismo tiempo, es como un bebé que llevás siempre acarreando.
-¿La última vez que te lo olvidaste?
-¡No sé! Puede ser que por 10 minutos no lo encuentre en mi casa, pero olvidármelo en un lugar, jamás, ¡toco madera! Me da pánico la idea.
-¿Qué pensás que va a pasar con la tele, a vos que te gusta tanto?
–Es un fenómeno que está mutando, y no sólo a nivel del rating, sino en el tipo de producciones que se plantean. Obviamente, yo tengo una mirada romántica, porque crecí mirando la tele: para los que fuimos chicos en los ’90, la tele era el soberano de la casa. No creo que se muera, pero esa hegemonía que tuvo en la construcción de sentido creo que ahora está más disputada.
–¿Te gustó hacer tele o te sentís mejor en las redes?
–No, yo prefiero las redes toda la vida.
–¿Por qué?
–Por la capacidad de interacción que tenés con la gente. En la televisión existe solamente el número del rating, y andá a saber qué pasa con eso. Claro que las personas muy famosas salen a la calle, son queridas y tienen otra devolución: pero cómo impacta la propuesta que vos hacés, para bien o para mal, y cómo aprendes de eso, es una potencialidad propia de las redes que la tele no tiene.
–¿Hay esperanza para el mundo?
–No, para el mundo no, porque no existe tal cosa como el mundo, así que la esperanza, menos todavía. «