El miércoles arranqué para Congreso como a las 9:30 hs. Salí con mis compañeras de la cooperativa, nos tomamos el 29 hasta el Obelisco y caminamos hasta la 9 de julio y Rivadavia. Fuimos hacia la ranchada disca, un espacio que se organizó en varias asambleas que se hicieron en las últimas semanas con un montón de compañeres de distintos espacios y que armó Orgullo Disca. Nos reunimos las personas con discapacidad que nos vemos afectadas por el DNU y la ley ómnibus.
Éramos un montón. Más de 70 compañeres discas y familiares, profes, prestadores que nos hicimos escuchar y leímos un documento que explicaba por qué rechazamos la ley. Había un cordón de cuidado, compas pintando, charlando. La ranchada estuvo genial porque no sólo pudimos reclamar, sino que también pudimos cuidarnos entre los discas.
Hay cosas que todavía no piensan nuestros sindicatos. Ni la CGT, ni las CTA, ni la UTEP. Las personas con discapacidad en su gran mayoría no teníamos las condiciones de accesibilidad para ir hasta el Congreso. Cuando empezaron los petardos, algunos compas autistas se tuvieron que ir.
Nosotros nos cuidamos entre todes. Pero a mí me picaba el bichito de ir adelante a sentir la lucha, la resistencia, la esperanza de un pueblo que no se deja engañar. Nuestro querido pueblo argentino.
Entonces 12:30 hs arranqué desde la 9 de julio y Avenida de Mayo por Rivadavia hacia el cine Gaumont con Yani, compañera de baja talla, y Suyi, que me acompañan siempre en esta lucha por nuestros derechos discas, así como un grupo de compañeras que íbamos para la bandera del Frente Patria Grande.
Desde la 9 de julio hicimos tres cuadras, me crucé con mis compañeros del FPDS/UTEP, seguimos adelante y cada vez estaba más apretado. Tenía el desafío de hacer tres cuadras por la vereda con personas yendo y viniendo, gente parada, entre los pasillos que se arman en las periferias de las manifestaciones. Unos buscan su bandera, otros el baño, otros un poco de sombra. Personas, chicos, cochecitos. Un caos.
Y yo con mi cabeza dura quería seguir avanzando. En un par de metros pedí permiso 975 veces. Ahí empecé a levantar la voz. «Permiso, estoy en silla, permiso». Y por ahí una de cada diez personas se daba cuenta de que hay una silla de ruedas y se copaba gritando permiso, hay un discapacitado. No alcanza el tiempo para decirle que se dice persona con discapacidad y que somos sujeto de derecho, así que le agradezco y sigo.
Avanzamos un poquito, yo mirando el piso para no romper tobillos. Hay gente que no le importa y quiere pasar por encima tuyo. Empujones, amontonamiento y alguno que te ayuda y te mira como si fueras algo raro, como con caridad. Había adultos mayores que me miraban y me decían no vayas para allá adelante que te van a apretar, pero yo con mi cabeza dura quería ir.
Ahí llegué a la columna de La Cámpora y justo veo al compañero Juan Modarelli. Me da una mano, abre la columna y avanzé un montón. Ahí perdí a Yani y a Suyi, pero seguí adelante. Cada vez más gente se apretaba, casi muero dos veces porque cuando la gente que viene y va no logra ponerse de acuerdo al pasar se hace como un nudo, una pequeña avalancha. Pero gracias a la solidaridad de algunos manifestantes logré llegar a la columna del Frente Patria Grande.
Ahí un compa de seguridad me preguntó si buscaba a Carina López Monja y me abrió paso hasta adelante. Llegué y estaba Naty Zaracho, luego llegaron Juan Grabois, Itai Hagman, Fede Fagioli, Lucía Klug y Paula Abal Medina, que contaron cómo venía el debate de la ley.
Yo estaba como enojado. No enojado, pero cuando se amontona gente como que me sofoca. Me quedó una fobia del 2017 cuando defendimos a los jubilados en el Congreso. Hubo represión, una avalancha de gente y encima un policía me dio un balazo de goma en el brazo. Pero ahí estuvimos.
Los cantos de «La Patria no se vende» eran muy fuertes y de alguna manera sentí la fuerza de todos mis compañeros y compañeras ahí. Como dice Juan, esto solo lo podemos parar con la movilización popular.
Más tarde, antes de que hablaran Moyano y Daer, decidí emprender la vuelta con mis compañeras. No les voy a contar cuántas veces pedimos permiso y lo que costó volver a la 9 de julio. Sólo decirles que un compañero de izquierda con su megáfono quiso ayudar y gritó: Permiso, hay una mujer en silla de ruedas, permiso. Cuando se dio cuenta de que era varón pidió disculpas, yo le agradecí. Un par de horas más tarde, llegué a casa y me sumé después al cacerolazo del barrio de La Boca.
En fin, podría contar más detalles, pero no quiero aburrir. Sólo decirles que deberíamos pensar un poco más en las personas con discapacidad en las movilizaciones y hacerlas más accesibles, no sólo para los que usamos silla, sino para los ciegos, los sordos, los autistas, los neurodivergentes. Para todos y todas.
En cada espacio, con cada compañero que no conocía pero que me crucé, sentí que estábamos en la misma. Luchando por nuestros derechos. Y me fui con un poco más de esperanza. La Patria no se vende. Y esto recién empieza.
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El autor es referente del Frente Patria Grande, militante barrial por los derechos de las personas con discapacidad y por el derecho a la vivienda digna. Nació con osteocondromatosis múltiple, una enfermedad que lo dejó en silla de ruedas a los 14 años.