El peronismo está menos complicado de lo que podría esperarse luego de una derrota electoral. La interna en la Provincia de Buenos Aires es por poder. Nadie dice que no sea importante. Puede definir alianzas y rupturas. La esperanza es que el interés nacional y la necesidad de construir una alternativa competitiva a la catástrofe bíblica que implica el gobierno de Javier Milei primen sobre las otras disputas.
Dijo Cristina en un tik tok esta semana que las internas se producen “cuando no se está de acuerdo en qué hacer con le economía”, quizás rememorando sus disputas más fuertes con Alberto Fernández. Fue un mensaje para todas las tribus. Se trató de una señal para bajar los decibeles de la interna que tiene al gobernador Axel Kicillof y una buena camada de intendentes, de un lado, y a Máximo Kirchner y La Cámpora del otro.
Las internas rara vez son atractivas para el electorado. La mayoría de las veces producen rechazo, incluso en los votantes más politizados. En rigor, no le interesan a casi nadie excepto a los protagonistas. Por ahora la disputa del peronismo en la provincia más grande del país no pasa de la pirotecnia.
La experiencia del Frente de Todos en el gobierno nacional estuvo particularmente marcada por las disputas en el seno de la coalición. Alguien puede sostener que fueron inevitables. Las diferencias sobre el manejo de la deuda con el FMI no eran un detalle. De la forma en que se surfeara esa bomba nuclear que había dejado Mauricio Macri dependía el destino del gobierno. Ahora no se está debatiendo algo de esa magnitud. No está en discusión el modelo de Estado ni la visión global de la economía.
Las internas son percibidas por la población como actos de vanidad, que se vuelven aún más graves cuando el país se dirige hacia un precipicio. No es lo mejor que sobreabunden definiciones como “hay que hacer una autocrítica” o “los dirigentes tienen que….”, dichas por dirigentes que hablan como si no lo fueran y vieran la política desde afuera.
El peronismo tiene problemas conceptuales más graves. No tiene un discurso claro sobre la inflación. Es su principal debilidad en el debate público de los últimos 10 años. Pareciera no asumirla como un problema y no tener una propuesta de cómo abordarla. Esto reduce la estrategia a esperar que el deterioro de los ingresos provocado por las políticas de Milei llegue a un punto tan brutal-como está ocurriendo- que active la glándula de la subsistencia básica de la sociedad argentina, que sabe que con el peronismo hay más recursos en el bolsillo de la población, aunque lo llamen “populismo” y sea “malo” para la economía, según el sistema de creencias que la derecha ha logrado imponer.
Entre la dificultad para articular una propuesta contra la inflación y esperar el cataclismo social está la posibilidad-y la necesidad-de volver a “proponer un sueño”, como hizo Néstor Kirchner en su discurso de toma de posesión en 2003.
La consigna “volver mejores” de 2019 fue muy efectiva. El orden de las palabras era clave. Primero volver a los años en que Argentina tenía los salarios en dólares más altos de la región y un desempleo de seis por ciento. Luego mejorar lo que haga falta. El contrato electoral no se cumplió por múltiples causas, que incluyen temas de gestión y cuestiones exógenas como la pandemia.
Ahora la situación es tan dramática que el tiempo de “la autocrítica” ha terminado, aunque sea un debate inconcluso. Es un lujo que pueden darse quienes no padecen en el cuerpo el ajuste brutal de las políticas de Milei. Es hora de volver a proponer un sueño, que mezcle el pasado y el futuro. Pueden ser nuevas canciones o quizás se trate de nuevas versiones de los mismos clásicos que trajeron los años felices. «