Por ahora, el gobierno de Javier Milei preserva cierta “transversalidad” en su base de respaldo. Sin embargo, su política económica y buena parte de la narrativa desplegada por Santiago Caputo no pueden escapar de quedar situadas en alguno de los grandes campos que marcan la política argentina los últimos 80 años. Milei quedará como otro capítulo –uno de los más bizarros– de la saga de gobiernos antiperonistas.
Los guiños y admiración por el menemismo lo hacen un poco menos gorila, es cierto. Y no puso por ahora la energía de la gestión en perseguir y encarcelar adversarios, como hizo Mauricio Macri cuando fue presidente. Son matices importantes, pero no alcanzan para ubicar a Milei como un fenómeno que escapa a las grandes corrientes históricas que disputan el rumbo del país hace décadas.
El peronismo siempre fue, de base, mayoritario. La propia derecha se considera a sí misma minoritaria en la sociedad. Eso explica parcialmente su apuesta permanente por el autoritarismo y su desprecio por la democracia. A pesar de esto, el interrogante es inevitable en el contexto actual: ¿el peronismo sigue siendo mayoritario?
Si se pone el ojo en los poderes provinciales, hay una situación más bien de empate. Axel Kicillof garantizó preservar la provincia más poblada del país, pero los resultados en Mendoza, Santa Fe, Ciudad de Buenos Aires, y provincias como San Luis y Jujuy, dan cuenta de la fortaleza territorial de las fuerzas no peronistas. A esto se suman los peronismos que simpatizan con las ideas de la derecha, como el cordobesismo, que hizo del antikircherismo casi un credo.
La aprobación de la Ley Bases en la Cámara de Diputados es una muestra del triunfo cultural que logró por ahora la derecha. El gobierno nacional partía de una base de 75 diputados; 38 de la Libertad Avanza y 37 del PRO. La aprobación final de las bases de Milei contó con 147 votos. El oficialismo casi duplicó su caudal inicial. Un éxito político para cualquier gobierno. La ley empezó con pretensiones de llevarse puestas décadas de luchas y legislaciones. Terminó transformada en un bonsai del señor Miyagi para conseguir la aprobación. Pero en términos políticos es un triunfo del experimento de extrema derecha que gobierna la Argentina.
El resultado de la votación muestra el triunfo cultural que por ahora consiguió la derecha, luego de ocho años de alta inflación y de un gobierno peronista –el Frente de Todos– que no pudo torcer la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos. La mayoría de las fuerzas políticas argentinas están de acuerdo con que el país necesita una nueva etapa de reformas de corte neoliberal, aunque sean más moderadas que las pretensiones maximalistas de Federico Sturzenegger. Puede ser que una parte del respaldo a las bases de Milei sea pragmatismo para adaptarse a los vientos de época o algún gobernador al que el agua le está llegando al cuello, pero igual cuenta en las alforjas del oficialismo.
¿Qué hacer?
El peronismo –quizás– ya no sea esa mayoría aparentemente imbatible en las urnas. Ya no le alcanza con la unidad de todas sus vertientes, diversas y contradictorias. No dividirse es una condición básica. Funciona como la fuerza de gravedad para atraer a otras vertientes políticas minoritarias al gran frente opositor que se debe construir.
Los problemas en la región central del país, Santa Fe, Mendoza, siguen persistiendo. Ahí parece necesario un trabajo puntual. La campaña de Alberto para las elecciones de 2019 y los candidatos locales mostraron un camino posible para recuperar respaldo en las provincias refractarias.
Otro punto clave es el discurso. Circula la idea de que hay que “adaptarse” a lo que mostró el fenómeno Milei. Eso implicaría, en parte, adoptar algunos de los postulados de la derecha. Y además buscar un liderazgo atípico, medio delirante, una suerte de Milei peronista.
¿Y si es al revés? Todo dependerá de la suerte del gobierno. En las elecciones de 2015, Macri se kirchnerizó para poder ganar. En los últimos cuatro meses de campaña le dio un giro a su discurso porque las encuestas le mostraron que la sociedad quería un cambio de estilo, pero no del rumbo del modelo económico y social. El jefe del PRO se adaptó a la demanda y triunfó. ¿Va a pasar lo mismo con Milei? ¿Hay que parecerse para derrotarlo? Sólo ocurriría si Milei logra algún tipo de resultado económico que mejore la vida de amplios sectores de la población, como consiguió Menem con la convertibilidad. Por ahora nada de eso sucede. Por ende, lo más probable es que sea una absoluta antítesis de Milei lo que funcione. Un liderazgo racional, democrático, que tenga hijos y no sólo perros, y con una pareja estable. Que encarne-en todos los sentidos-lo opuesto a lo que representa Milei, que está conduciendo el país hacia una catástrofe. «