Primero, me aumentaron la prepaga y si bien protesté, dije mucho menos de lo que tendría que haber dicho. La prueba es que al mes siguiente la cuota volvió a subir. Quise borrarme, pero no era fácil que con más de 70 años me admitieran en otra. Hasta que un mes la cuenta superó con creces el monto de mi jubilación. Igual me quedé.

Luego los aumentos de valores espeluznantes fueron los de las expensas del dos ambientes sin amenities en el que vivo, pero aún sorprendidos mis vecinos y yo nos callamos porque la alternativa que nos ofrecían era desprendernos del encargado. Como está hace tiempo con nosotros y le tenemos cariño pensamos que si protestábamos demasiado iban a despedirlo. Seguimos pagando en tiempo y forma, pero las últimas se volvieron imposibles y muchos propietarios entramos en mora.

De ahí en adelante lo que despertaron más temor e inseguridad fueron los brutales aumentos de los servicios básicos, de Internet y cable y del transporte. Y ni hablar del precio de la comida. Muchas veces me pregunté qué hacer. Una decisión, bastante ridícula, fue dejar de viajar en subte porque la nueva tarifa era indignante. Entonces, no sé bien cómo, me dí cuenta que la peor de las opciones –la verdad, muchas no había– era seguir mirando para otro lado, como si no pasara nada. Siempre habrá algo más para hacer, para decir, para resistir, pero ya era tarde, porque, al mismo tiempo, haciendo cuentas ví que había caído bastante debajo de la línea de pobreza.

Este lamento clasemediero, no es autobiográfico, pero, para qué fanfarronear, le pasa cerca. Tampoco me avergonzaría que lo fuera. Por ahora me arreglo, pero para qué cantar victoria. Llegué a él a partir de la cariñosa trasliteración de un texto clásico y admirable. Cuento el origen. En 1945, un pastor luterano, el alemán Martín Niemöller escribió un sermón que atravesó corazones y épocas y aún conserva una extraordinaria vigencia. En 1933, en su país, el pastor había consentido acciones de grupos de choque de derecha y de ultraderecha que aspiraban llegar al poder e incluso con su voto facilitó la llegada de Hitler al poder, con las consecuencias que la historia ya nos contó. Mientras los nazis les llenaban la cara de dedos a los judíos, a la izquierda y a todo aquél que pensara diferente, el religioso se mantuvo en silencio. Hasta que un mal día el nacional socialismo se ensañó con los sectores sociales protestantes de raigambre luterana. Apenas se hizo oír, Niemöller fue apresado y paseado durante ocho años por distintos campos de exterminio. Salvó su vida de milagro y, luego del fin de la guerra y ya en libertad, escribió este texto que algunos consideran sermón y otros poema, aunque lo mismo da. Dice así:

Primero vinieron por los socialistas. Y no dije nada porque no era socialista.

Luego vinieron por los sindicalistas y tampoco dije nada porque no era sindicalista.

Después vinieron por los judíos y me callé porque no soy judío.

Ahora vinieron por mí, pero ya era tarde y no queda nadie que hable en mi nombre.

La utilización frecuente a lo largo de años de esta homilía fue variando la identidad de los condenados. Fueron alternativamente comunistas, fieles de distintas religiones, inmigrantes, obreros, estudiantes, homosexuales. Pasó el tiempo, los cambios del mundo son enormes y se contabilizan a diario, pero la nómina de perseguidos sigue siendo muy amplia y variada. Hoy le puede tocar a artistas y gitanos, mañana a pacientes terminales e intelectuales y pasado a negros, pobres y trans. Recuerdo cuando en los finales de los años ’60 y en los ’70 la actriz Cipe Lincovsky incluía el texto con encanto y compromiso en sus espectáculos y la sala se venía abajo de los aplausos. En especial cuando los tiempos argentinos eran difíciles y los espectadores se reconocían en cada palabra.

A veces, en la Argentina da la sensación que el tiempo no pasara y hoy nos hacen convivir con limitaciones y amenazas que no tienen ni pie ni cabeza y que no se sabe hasta dónde pueden llegar. Se nota, lo hacen evidente, que al poder le provoca sarpullido y otros eczemas expresiones como género, referente, soberanía, diversidad, feminismo, territorio, militancia. Les fastidia el llamado lenguaje inclusivo probablemente porque también les choca sobremanera la palabra inclusión. Hasta aborrecen de siglas como DD HH, LGBT, CCK o AA, las iniciales de Aerolíneas Argentinas en estos últimos días en riesgo concreto de volar por los aires en su condición de línea aérea de bandera. Así están las cosas. Dichos agresivos del presidente de la Nación y alusiones despectivas del vocero presidencial (que llegó a la audacia extrema de ningunear a Maradona) ya generaron una lista extensa de damnificados. Entre ellos artistas muy populares y periodistas, contra quienes se practicó el antiguo ejercicio de matar al mensajero. Se prevé que el listado siga en preparación y se ampliará en cualquier momento de necesidad.

Frente a estas temibles ofensivas a la civilidad la peor elección es la indiferencia, la necia actitud de pensar que nunca nos va a tocar. El que piensa de ese modo presume que, en algún momento, el más inesperado, el brazo prepotente del autoritarismo nunca lo alcanzará. Por eso hoy es más importante que nunca entender la lucha de sectores muy precarizados y denostados. Las mujeres que entregan parte de su vida desde merenderos y comedores cada vez más llenos, a científicos, médicos, universitarios, maestros, jubilados y todos aquellos que en cualquier parte del país ven comprometida su existencia. Con su “Pero ya era tarde” aquel pastor luterano representó los riesgos de callar a destiempo.«