Aunque las editoriales, tanto las que pertenecen a grandes grupos como las independientes, tienen una actividad febril y el mundo de los lectores de todo tipo es más amplio de lo que suele suponerse, rara vez los escandaletes del mundillo literario trascienden las fronteras de su universo y saltan a las primeras planas del periodismo gráfico o les dan pasto fresco para las murmuraciones y reacciones violentas de las redes sociales. Ni siquiera el Borges de Adolfo Bioy Casares que se mete con ciertos aspectos privados del autor más emblemático de la Argentina reconocido en todo el mundo, es capaz de equipararse al Wanda Gate. No existe un Borges Gate. Tampoco existen un Aira Gate ni un Coetzee Gate. Por lo menos, no con la misma efervescencia mediática que suelen tener los escándalos del mundo de la farándula.
Sin embargo, de vez en cuando, algún que otro escandalete saca a la literatura del claustro académico o de la solemnidad con que suele identificarse al mundo de la cultura, y la deja salir a la calle por un rato.
En estos días, por ejemplo, está en las librerías argentinas La Bestia, de la supuesta autora española Carmen Mola. El escandalete referido a la novela no es nuevo –en el mundo del escándalo, por módico que este sea, la mercadería enseguida se pone rancia-, pero la aparición de la novela por estas latitudes vuelve a poner el tema sobre el tapete.
Hace exactamente un mes y dos días se anunciaba el ganador del Premio Planeta 2021, dotado con 1 millón de euros, una cifra superior a la que otorga el Premio Nobel. Como en todos los concursos literarios, también en este la firma con seudónimo es un requisito obligatorio. Solo que en este se dio un juego de cajas chinas que se parece mucho, casi demasiado, a una efectiva operación de marketing.
A la hora de la revelación de la obra ganadora, la glamorosa conductora anunció luego de abrir el sobre correspondiente: “La obra que concurre al Premio Planeta 2021 con el título Ciudad de fuego, de Sergio López corresponde a la novela titulada La Bestia, de Carmen Mola. Pero como si el argumento hubiera sido escrito por Les Luthiers para su personaje Mastropiero, Sergio López resultó ser en realidad no un solo escritor, sino tres: Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez. Los tres se levantaron de las diferentes mesas donde se llevaba a cabo la comida que acompañaba a la revelación y, de riguroso barbijo, subieron al escenario para constituirse en público nuevamente en Carmen Mola, una y trina. “Esto es inédito en la historia del Premio Planeta, que haya un seudónimo escondiéndose detrás de otro seudónimo”, dijo la conductora.
Pero nadie parecía demasiado sorprendido. Y con razón. ¿A quién le anunciaron telefónicamente el día anterior, como suele hacerse en estos casos, que debía concurrir obligatoriamente a la gala? ¿A un señor llamado Sergio López que puso la voz finita o a Carmen Mola, a una señora con tono grave de empedernida fumadora o a un trío de voces masculinas bien afinadas que decía al unísono “hola, sí, sí, está hablando con Carmen Mola”.
Por otra parte, el trío ya había publicado con el mismo seudónimo, Carmen Mola, otras tres novelas: La novia gitana, La red púrpura y La nena. ¿Fue una mujer que dijo llamarse Carmen Mola la que acudió al editor de los títulos anteriores o el editor consideró que veía triple por la resaca que le había dejado, en los tres casos, una noche de juerga.
Como era de esperarse, el Premio Planeta 2021 tuvo más prensa de la que ya tiene habitualmente. Y las polémicas no tardaron en desatarse. “¿No es una ventaja a todas luces injusta que tres escritores escriban como si se tratara de una sola persona?” “¿No es cierto que tres cabezas piensan y crean más que una?” “¿No se trata de una deshonestidad?” “¿No es una estafa a los lectores?”
Cabe recordar que bajo el seudónimo Bustos Domecq se ocultaron (¿se ocultaron?) nada menos que Borges y Bioy Casares, que la mayor parte de sus lectores no sabe quién se esconde bajo el seudónimo Elena Ferrante, que El turno del escriba fue escrito de manera conjunta por Graciela Montes y Ema Wolf, que Fernanda García Lao y Guillermo Saccomanno escribieron juntos el magnífico Los que vienen de la noche, que se dice que el nombre de Homero aglutina a una gran cantidad de poetas. En Escribir en colaboración (Beatriz Viterbo) Michel Lafon y Benoit Peeters pasan revista a un nutrido grupo de obras escritas que subvierten el prejuicio impuesto por el Romanticismo del autor único.
El periodista y escritor Federico Kukso, autor del original libro Odorama, señala en un hilo de tuit relacionado precisamente con el premio en cuestión la existencia de “un caso curioso”, el de “Wu Ming Foundation, el seudónimo de un grupo de escritores italianos que trabajan de forma colectiva desde el año 2000.”
Sin embargo, muchos se rasgaron las vestiduras y hablaron de los autores como “timadores” y de la entrega del premio a esos tres mosqueteros como una suerte de “estafa”. El rechazo se tradujo en algunas acciones concretas. Por ejemplo, la librería de Madrid que se especializa en libros de escritoras, retiró los ejemplares de La Bestia como si los tres autores hubieran cometido una afrenta contra la condición femenina.
Uno de ellos en su descargo en nombre de los tres dijo al diario El País: «Decidimos escribir una novela entre los tres como una diversión», explicó Díaz. Y agregó: «Ni siquiera sabíamos si la acabaríamos. Nos quedó bastante bien y decidimos publicarla. Teníamos nuestros contactos en el mundo editorial y pensamos que nadie leería una novela en la que apareciesen tres nombres en la portada. Y buscamos un seudónimo. Un minuto y medio de lanzar nombres de varón, de mujer, extranjeros, alguien dijo «Carmen», así, sencillo, españolito, y nos gustó. Carmen mola, ¿no? Pues Carmen Mola. Y se acabó».
Es curioso que nadie haya priorizado, a la hora de las acusaciones, la calidad de la novela sobre el número de los autores. Tiempo después, ha tenido críticas bastante malas.
Más allá de los méritos o desméritos de la novela, es evidente que los autores obtuvieron lo que buscaban. Seguramente le dieron la razón a Oscar Wilde que dijo que solo hay algo peor que el hecho de que hablen mal de uno y es que no hablen en absoluto.
Es así que los tres escritores tuvieron su modesto Mola Gate y, seguramente, su novela se venderá bien entre los amantes de quienes son atacados o exaltados en las redes sociales y en la prensa.
Los premios escandalosos, las renuncia a ellos y las excentricidades de ciertos escritores suelen ser valiosas armas de promoción, incluso cuando no se usan de forma intencional.
Sartre no necesitó renunciar a la Legión de Honor y al Premio Nobel para ser famoso, pero sus actitudes le agregaron un matiz épico a su figura.
Fogwill no solo fue un gran escritor, también fue una personalidad particular que conocen incluso quienes no lo han leído.
No se sabe quién es Thomas Pinchon y esto le agrega un plus de interés a su lectura aunque no se pueda cuantificar cuánto influye en las ventas.
El escritor Javier Marías renunció al Premio Nacional de Literatura porque tiene como norma no aceptar dinero de ningún gobierno, razón por la cual dijo que renunciaría al Cervantes, aunque estaba seguro de que jamás se lo darían. No es de los escritores más amados de España, pero su fama de hosco y de ético le agrega un plus a su maravillosa prosa. La resistencia hacia su figura también es una forma de la popularidad.
Que César Aira no conceda entrevistas en la Argentina, país en el que nació, contribuye a agrandar su mito, aunque no sea esa su intención.
Y aunque no era escritor, sino artista plástico, a Dalí hacerse el loco le produjo fama de genio, poco importa si lo fue o no, lo importante es que la mayoría lo creyera.
En un mundo en el que lo más importante es ser famoso, no importa por qué ni a qué precio, lamentablemente, es casi seguro que si pusiera una agencia literaria Wanda Nara obtendría escritores más famosos, aunque sea por un día y por razones ajenas a su escritura, que en su momento la mismísima Carmen Balcells.