Estamos ante un momento histórico que recoge pliegues y legados de luchas históricas y que nos interpela y atraviesa de múltiples maneras. El sábado fue una jornada protagonizada por el movimiento LGTBIQ+ y antirracista, y estuvieron presentes las Madres y Abuelas, lxs piquetrxs, lxs inquilinxs, lxs feministas, todxs y cada uno de los momentos en que nuestro pueblo dijo basta.

Se ensamblaron, también, momentos de desobediencias personales y colectivos que nos dan una oportunidad de relanzar una pedagogía de la insubordinación.
No hay tiempo para miopías políticas que intentan escindir la economía y sus indicadores privilegiados como el déficit fiscal, el riesgo país y la emisión monetaria de los cuerpos que obedecen (o no) a los esfuerzos para reproducir y ensanchar la ganancia financiera y el pago de intereses. Como hemos impulsado desde el movimiento transfeminista invitando a sacar del clóset a la deuda, existe una relación orgánica entre la brecha salarial, la cantidad de trabajo no pago y la ganancia financiera. Pero también hemos dicho que no hay explotación sin una pedagogía de la sumisión, y que ambas están intrínsecamente relacionadas. Es necesario incendiar el punto donde se anuda el ajuste con el disciplinamiento.
La calma financiera está hecha sobre una economía de la obediencia y sobre el sacrificio de la población que, a diferencia de otros momentos como la crisis del 2001, tiene a mano dispositivos de individualización como el endeudamiento privado.
No por casualidad el sacrificio y la libertad financiera son  estratégicas para este gobierno y son un tándem que funcionan juntos.
No hay más tiempo para decir que la violencia sobre mujeres, lesbianas, travestis, trans, maricas y no binaries no es parte de una economía del brutalismo del capital.
No hay más tiempo tampoco para dejar de lado la eficacia política de la exacerbación de pasiones fascistas como forma de gobernabilidad inseparable del ajuste aplicado en velocidad.
Es momento de cambiar las caracterizaciones de la etapa actual, de estar a la altura, de que quienes se quieran promover como opositores a las políticas de Milei entiendan que no es posible sin reivindicar las luchas históricas del movimiento feminista, el movimiento LGTBIQ+, y que también es momento (otra vez) de dejar que esas voces sean escuchadas.
No hay forma de oponerse al experimento libertario (que es experimento de las elites globales) subalternizado el hecho evidente e insoslayable de que el presidente se ponga en el centro del ataque a estas luchas.
Al mismo tiempo necesitamos evitar las trampas identitarias, no porque sean propias de nuestros movimientos (nada más identitaria que la ultraderecha) sino porque confluye con la política de cierto liberalismo que aplaude las políticas económicas de hambre y saqueo y al mismo tiempo se indigna de que la homosexualidad sea homologada a la pedofilia.
Hoy necesitamos recuperar las canciones, la palabra libertad y devolverle a los poderes mundiales, que esperan que finalmente se discipline al gran pueblo argentino, una imagen de desobediencia colectiva.

Esta multitud —inscripta en la saga de manifestaciones contra Milei desde que asumió— muestra la posibilidad de articular frente a la caotización de la vida cotidiana. Si la gobernabilidad de la ultraderecha como fuerza política se construye en la producción de caos propio del aceleracionismo neoliberal fascista, la tarea de la articulación, de la composición y la confluencia de las luchas, se vuelve un permanente dilema entre emergencias y focos de conflictos que se multiplican. «