Conmocionar y estremecer es el modus operandi del nuevo gobierno de Donald Trump. Es elocuente que el guion que está aplicando a sus primeras acciones de política doméstica y exterior se guíe por la idea de shock and awe, concebida en 2003 para provocar la muerte súbita del régimen de Saddam Hussein tras la invasión a Irak. A nivel doméstico la oposición demócrata queda como alcanzada por una pistola táser en el pecho. En el plano internacional, los gobiernos de otros países se notifican con escalofríos de cuán vulnerables son.

La primera salida al exterior del secretario de Estado Marco Rubio tiene los modos de una fulminante blitzkrieg diplomática. Y como el medio es el mensaje, su viaje a cinco países centroamericanos y caribeños contiene una doctrina. En 1823, el presidente James Monroe advirtió a las potencias europeas que no iba a tolerar que intentaran poner bajo su control o influencia a los países de “los continentes americanos” que habían alcanzado (o casi) su independencia. 202 años después, el actual sucesor de Monroe se dirigió a China en los mismos exactos términos. Trump no trepidó en señalar falsamente que la potencia asiática controla el Canal de Panamá para la botadura de su propia versión de la antigua doctrina.

Como permitía anticiparlo el nombramiento de Rubio, un floridiano que imagina una América Latina con Miami como capital, la diplomacia trumpiana arranca por el patio trasero y más precisamente por el último país de la cuenca caribeña invadido por EE UU hace 35 años. Después de convertirlo retóricamente en el epicentro de la presencia china en el hemisferio occidental, Panamá, primer destino del antaño Little Marco, se vuelve banco de pruebas de una diplomacia transaccional, que está dispuesta a dejar en paz a quien le garantice dos cosas: adecuarse a la pretensión de EE UU de acortar (en términos físicos y de costos) sus cadenas de suministro y colaborar en ponerle un torniquete a los flujos migratorios.

Para conmocionar y estremecer a Panamá, EE UU usó fuego granado y artillería de todos los calibres. Primero, la palabra de Trump, como presidente electo y en su alocución inaugural. Después, el senador MAGA texano Ted Cruz organizando una audiencia en el Senado en Washington sobre la cuestión del canal que incluyó una citación extemporánea a la número dos panameña de la administración de la vía interoceánica. Por último, las voces del Departamento de Estado: una conferencia de prensa del enviado especial de Trump para América Latina Mauricio Claver-Carone explicando la agenda del viaje y una columna de Rubio en The Wall Street Journal fijando la línea.

Uno fijó el tono: Rubio es el primer Secretario de Estado que elige América Latina como primer destino de viaje al exterior desde Philander Chase Knox en 1912, quien viajó a supervisar los trabajos de construcción del Canal de Panamá. No una, sino cuatro veces, calificó Claver-Carone de “histórica” la visita. Control del canal, repatriación de inmigrantes y colaboración panameña en cortar la ruta de la inmigración a través del Darién, los tres únicos temas a conversar con el presidente José Raúl Mulino. También fue el enviado especial el encargado de castigar a Panamá y Costa Rica por romper con Taiwán y establecer relaciones diplomáticas con China.

El secretario de Estado usó a esos dos países y a El Salvador, Guatemala y República Dominicana como ejemplo para el resto del hemisferio: “reubicar nuestras cadenas de suministro abriría un camino para el crecimiento económico de nuestros vecinos” e impediría que China los “convierta en Estados vasallos”. Rubio tuvo la cortesía de usar eufemismos, pero el implícito “my way or the highway” quedó muy claro.