“Los estamos mirando. No traicionen al pueblo”. El cartel tatuado a mano con puntillosa caligrafía puede leerse en la esquina de Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen. A pasitos, el Parlamento luce su fachada enrejada. La sede del Poder Legislativo es la bulliciosa pajarera donde diputadas y diputados debaten acalorados, pero sin ruborizarse, la pantagruélica ley ómnibus que impulsa el gobierno del libertarianista Javier Milei. La motosierra legislativa que busca cercenar derechos y conquistas de los sectores populares.
Afuera, la tarde porteña se derrite. En el barrio de Congreso el aire es espeso como una sopa. Sobre la plaza, movimientos sociales, sindicatos, organizaciones de izquierda, asambleas barriales y ciudadanos de a pie se hacen escuchar frente al ejército de policías y gendarmes.
Los reventados por las políticas anarcocapitalistas del shock y el hambre le ponen el pecho a los cosacos de la ministra de la Represión Patricia Bullreich. “Quieren que no estemos en la calle, que nos quedemos calladitos mientras saquean el país. Ya sabemos cómo termina esta película: palos y balas contra el pueblo”, explica un muchacho prendido fuego frente a la muralla de robocops de la Gendarmería que se amuchan en el cruce de Rivadavia y Callao.
No muy lejos, un agente envenenado deja ver como cucarda en su pecho un parche con la serpiente cascabel de Gadsden, ícono libertario de los Estados Unidos. Estamos jodidos. El policía repta buscando presas. No me pises.
Las motos azuladas aceleran a fondo y los hidrantes preparan los cañones. Paradojas del protocolo antiprotesta: los federales cortan la avenida Rivadavia para que los manifestantes no la corten. Ensayan la coreografía dura de la represión. Derrame de la derecha: hay palos y gas pimienta para todes.
“Unidad de los trabajadores. Y al que no le gusta…” La frase estalla en las gargantas. Envalentonada, en la primera fila una valiente muchacha agita una bandera celeste y blanca. Les susurra a los policías: “Son culo de patrón”.
Cae pesada la noche frente al Parlamento y siguen llegando columnas desde los 100 barrios porteños y el suburbio del suburbio del Conurbano. “Vine porque no hay una de las 300 leyes que impulsan que ayuden al pueblo. Les entregan el país a los empresarios, a los dueños de la tierra, a los que hacen negocios con nuestro trabajo”, dice Mariana, docente porteña. Da clase la maestra: «Con la inflación y los bajos salarios, vamos a seguir en la calle. En cualquier momento vuelve la Carpa Docente. Ellos quieren un país para los ricos».
Los dueños de la Argentina se afilan los dientes, mientras los diputados rematan la patria y traicionan al pueblo. Llamado a un cuarto intermedio. Afuera hay cacerolazo, más palos y detenidos. Cerca de la maestra Mariana, amarrado a las rejas del monumento de La República hay un cartel. Es claro el mensaje: “Milei, se te ve la casta”.