Cuando terminó el juicio Brigadas, en el que fueron condenados diez represores a cadena perpetua por crímenes contra más de 600 personas, el sobreviviente Pablo Díaz señaló que para él ese no era el final, que todavía quiere saber dónde están Claudia Falcone y sus compañeros de La Noche de los Lápices, quienes permanecen desaparecidos. «Qué lindo sería saber dónde está Claudia para ir a sentarme y leerle los poemas que le escribí», dice en diálogo con Tiempo.
Pablo y Claudia integraron el grupo de jóvenes militantes estudiantiles que fueron secuestrados en La Plata en septiembre de 1976. En su mayoría fueron desaparecidos y sus casos fueron parte del juicio que investigó el accionar represivo en las Brigadas de Banfield, Quilmes, Lanús y San Justo de la Policía Bonaerense, donde funcionaron centros clandestinos de detención, tortura y exterminio.
El Tribunal Oral Federal 1 de La Plata condenó este martes a once de los 12 acusados por esos delitos, entre ellos algunos de los responsables de los secuestros, torturas, violaciones, asesinatos y desaparición de las y los estudiantes, como Juan Miguel Wolk, exdirector de Investigaciones Zona Metropolitana de la Policía bonaerense y jefe del Pozo de Banfield; el médico Jorge Antonio Bergés; el exoficial inspector de las brigadas de Investigaciones de Banfield y de Lanús, Luis Horacio Castillo y el exministro de Gobierno bonaerense Jaime Lamont Smart.
A Pablo lo secuestraron el 21 de septiembre de 1976 en su casa de La Plata, unos días después que al resto. Fueron llevados al Destacamento de Arana y luego a la Brigada de Banfield, donde estuvo tres meses cautivo junto a Claudia, Francisco López Muntaner, Claudio de Acha, Horacio Ángel Úngaro, Daniel Racero y María Clara Ciocchini. Otro grupo, integrado por Emilse Moler, Gustavo Calotti y Patricia Miranda, fue llevado al Pozo de Quilmes y logró sobrevivir.
«Sabíamos que los siete que estábamos en el Pozo de Banfield estábamos para la desaparición eterna. ¿Por qué no nos mataron rápidamente? Porque estábamos al cuidado de embarazadas», cuenta Pablo.
Durante el juicio se abordaron los secuestros de 23 jóvenes embarazadas y una madre secuestrada junto a su hijo, y la apropiación de diez nietos y nietas, de los cuales siete ya recuperaron su identidad.
«Dos días antes de que tuviera familia, el médico Bergés, que es uno de los condenados a perpetua, nos ponía con las compañeras embarazadas. Nosotros teníamos que decir cuando ellas entraban en trabajo de parto y golpear las puertas para que las vinieran a buscar. Cuando yo estuve, hubo tres nacimientos y dos pudieron recuperar su identidad”, señala, en referencia a Gabriela Carriquiriborde, Cristina Navajas de Santucho y Stella Maris Montesano de Ogando. El hijo de Cristina es Daniel Santucho Navajas, el último nieto restituido, y el hijo de Stella Maris es Martín Ogando Montesano, quien recuperó la identidad en 2015. “Nos falta Gabriela”, se lamenta.
La despedida
Unos días antes del fin de año de 1977, Pablo fue “legalizado” y pudo salir del Pozo de Banfield. En la despedida, cuando se separaron después de tres meses de cautiverio, sus compañeras y compañeros le gritaron “No me olvides” y él les respondió: “Van a salir”. Algunos días después, fueron desaparecidos tras ser asesinados en el sótano de Banfield.
«A veces se me presenta la fantasía de que cuando la naturaleza me lleve, pueda volverlos a ver y preguntarles si como el que sobrevivió hice todo lo posible para que ellos aparecieran», revela Pablo y añade: «Hace 48 años los mantengo vivos, los hice aparecer simbólicamente con la película La Noche de los lápices, todo el mundo lo reconoce, más que nada los jóvenes, los centros de estudiantes. Ahora me falta saber dónde están».
Ese mandato como sobreviviente lo llevó a declarar en tantos juicios que ya no recuerda. El primero fue el Juicio a las Juntas, cuando todavía no llegaba a los 30 años de edad. Luego en los juicios por la verdad y, con la reapertura del proceso de justicia por crímenes de lesa humanidad, fue testigo y querellante en debates como el del Circuito Camps.
«Últimamente, con la discusión numérica sobre cuántos pudieron haber sido los desaparecidos se naturaliza el horror, pero acá lo bajamos a la realidad. El horror no es numérico, es sobre la víctima y puede ser una, dos, tres, pero la necesidad del juicio y castigo a los culpables está sobre personas individuales por delitos individuales, por violación, por tortura, por asesinato», concluye.
Claudia
Claudia Falcone tenía 16 años cuando fue secuestrada y Pablo, 18. Junto al resto de los jóvenes de la Noche de los Lápices, habían participado de la conformación de los centros de estudiantes y en el reclamo por el boleto estudiantil, y tenían una militancia política activa.
«Con Claudia nos conocíamos de antes, pero yo me enamoré de ella en un campo de concentración, en la convivencia en nuestro calabozo, espalda con espalda, separados por una pared de 10 centímetros, por eso hablábamos en voz baja durante 100 días», rememora y agrega: «Las personas en esas circunstancias buscan el abrigo de buenas personas. Yo busqué el abrigo de Claudia, que era la que tenía al lado, y Claudia buscó el abrigo mío».
«No sé si hoy estaríamos juntos, tal vez sí, creo que sí. Y si no, estaríamos los dos con familias y siendo muy amigos. Mi miedo íntimo es que cuando la naturaleza me lleve, encontrarme con Claudia con sus 16 años y yo en mi vejez. Sé que me agarraría de la mano y me diría que soy un boludo. Esa es la adolescencia, ahí me quedé», admite. «
Poemas para Claudia
Desde que salió del Pozo de Banfield, Pablo Díaz escribió más de 500 poemas, algunos de ellos cuando todavía estaba detenido en la Unidad 9 de La Plata. En su libro Memorias de amor, presentado a fines de 2023, publicó un puñado de ellos vinculados a Claudia Falcone, su amor perdido en el campo de concentración.
TE RECUERDO
Ya no recuerdo el dolor de mi cuerpo golpeado
sino que recuerdo tu recuerdo
un recuerdo que tiene el completo recuerdo de recordarte.
Te recuerdo dormida o
despierta.
Mi memoria te recuerda vestida
de reina
de militante
de hermosa joven
de guerrillera
de inocente niña.
Junto al aroma de leña
encendida
el recuerdo te trae a mi lado
rápida y urgente.
Puedo recordarte como
recordar
una historia salvaje
de un amor desesperado sin haberlo vivido.
Tampoco el recuerdo es un recuerdo de muerte podés estar inmóvil en él
pero estás viva.
Te recuerdo.