Alguien del Washington Post preguntó por qué no había negros en la Selección Argentina, en un ejercicio de traslado de categorías y métodos propios de un lugar, un tiempo y una sociedad, a otras realidades. Sin mucho éxito que demostrar la propia ignorancia con la cantidad de afrodescendientes que componen nuestra Nación (en particular, según parece, un tal Diego Armando Maradona). Quizás debió recordar que, aunque el racismo fue y es una característica de las clases dominantes locales, que se autoperciben europeas o norteamericanas, tampoco anduvimos de saqueo por el mundo, ni participamos de manera significativa en la trata de esclavos, ni tuvimos colonias.
Esto dispara una reflexión. Las independencias de los países por entonces llamados del «tercer mundo», sobre todo en África y Asia, tienen lugar en los años posteriores de la Segunda Guerra Mundial, a veces alentados por los mismos japoneses, ya en retirada. Es que pronto vencido, Japón apoyó las declaraciones de independencia, como un presente griego a los occidentales. Es de notar que los que combatieron y resistieron al nazismo en Europa fueron enviados a defender el orden colonial amenazado, esto es la opresión de otros pueblos. No es posible salir inmune de tal paradoja.
¿Será por eso que los indonesios, tras tres siglos de ser colonia holandesa, festejan la victoria argentina contra Holanda? Como todo imperialismo, la regla establecida en Indonesia sólo provocó hambrunas y humillaciones, así como una sangrienta guerra de liberación. ¿Será sólo la moda Messi? ¿Será ver a los bajos países derrotados? Digamos que unieron lo útil a lo agradable. Un bilardismo festivo considera que lo importante es festejar cuando se gana.
Por supuesto, un aparte merecen los bengalíes. Será por la relación entre Tagore y Ocampo en los años ’20, será por la embajada que Perón abrió en 1974 –dos años después de una guerra de independencia contra Pakistan– por la ayuda alimentaria enviada en 1975, será porque el primer Mundial que vieron de manera masiva fue el de 1986… Lo cierto es que la «mano de Dios» es considerada como un «cachetazo al imperialismo» según los bengalíes, lo que no es incompatible. Es que tuvieron que librarse de los ingleses, después de una hambruna que dejó tres millones de muertos en 1943. Es un país de mayoría musulmana, laico y politizado. Vimos las procesiones de personas, de motos y hasta de elefantes, que llevaban la bandera de Bangladesh y la de Argentina. Es una historia de amor, donde Diego sembró y Messi cosecha. Buena yunta. Cancillería: es ahora.
Y diremos lo mismo, o algo parecido, de la India, de Rusia, de China… Es interesante que el Mundial de Qatar, tan monetizado desde el mismo inicio, sea el Mundial más oriental hasta ahora, donde vimos gentes que no están en la visión del occidente colectivo. También vimos sorpresas, como Marruecos, un país donde aún hay potreros, entre tantas otras cosas, pero que despachó a un par de potencias coloniales: Portugal, España…
Este Mundial de Qatar también muestra una parte del mundo ignorada, que puede identificar referentes internacionales, no tanto por el color de la piel, sino por los adversarios enfrentados y vencidos. Que Irlanda nos festeje es normal, pero también Haití. ¿Un mundial del sur global? Más allá de los destellos del campeonato, este Mundial deja algunas otras pinceladas, que sin elaborar una teoría política, puede reflejar un cambio en los aires en el mundo. A la Argentina la festejan los pueblos de las excolonias, no tanto las metrópolis.
Albert Camus fue arquero, porque no tenía otro par de zapatillas y así las gastaba menos. Obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1957. «Todo lo que sé de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol», escribió. Está a la altura del Dibu Martínez, sin dudas. «