Los Osvaldo, Bayer y Soriano, toman unos whiskys mientras escuchan milongas de Ignacio Corsini en el departamento del barrio proletario y alternativo de Kreuzberg, Berlín. Exiliados de la dictadura, Soriano le pregunta a Bayer: “Me olvidé de hablar algo con el editor, ¿me permitís de nuevo el teléfono?”. Bayer le dice que sí, que adelante, y por dentro calcula: en Argentina ya terminó el partido de San Lorenzo. Cuando el Gordo vuelve, lo aguijonea: “No sé cómo podés ser hincha de un club que tiene el nombre de un cura”. Soriano se las ingenia: irónico, le apunta que no se llama así por el padre Lorenzo Massa, sino por el combate de San Lorenzo. “¡Peor, militarista!”, contraataca Bayer. “¡Andá a la mierda!”, le responde Soriano, antes de pegar el portazo y salir a caminar. A la mañana siguiente, Soriano permanece en silencio en el desayuno. Aún entredormido, ni lo saludó. Hasta que le habla a Bayer, canalla de Rosario Central: “Yo no sé cómo podés ser hincha de un club que tiene el nombre de esos adminículos con los que rezan las viejas”.

Un monumento en su honor en Santa Cruz destruido el martes por el gobierno de Javier Milei a través de Vialidad revitalizó la figura de Bayer, historiador, periodista, exiliado entre 1976 y 1983, autor de La Patagonia rebelde (1500 peones rurales asesinados durante una huelga por el gobierno de Hipólito Yrigoyen en 1921) y guionista de la película documental Fútbol argentino, dirigida por Víctor Dínenzon y estrenada en 1990 (el guión, retocado y ampliado, se editó luego como libro). Como había hecho en Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, Bayer exploró en los orígenes socialistas y anarquistas de los clubes argentinos. Si al principio rechazaron al fútbol (“Misa y pelota: la peor droga para los pueblos”, era el lema anarquista), con el tiempo se integraron en su popularización. “Los anarquistas que defendían al fútbol tenían una definición muy bien hecha: ‘El fútbol es el juego socialista. Todos jugando en conjunto para al final llegar al gol, que es el triunfo, que es la revolución’. No es una cosa individualista, se consigue colectivamente, ¿no? ‘En el fútbol se aprende a ser solidario’, decían. ‘No se puede jugar solo; cuando el otro está en mejor posición, hay que pasarle la pelota’. La cosa de formar equipo: nadie sobresalir sino sentirse todos iguales”, relató Bayer. Independiente, Argentinos Juniors y Chacarita, así, llevan el rojo en sus camisetas.

Nacido el 18 de febrero de 1927 en Santa Fe, Bayer se hizo hincha de Rosario Central cuando se instaló con su familia en la casa de la calle Arcos, en Belgrano. Una parte fue después “El Tugurio”, su hogar porteño de trabajo y de resistencia hasta su muerte. Bayer simpatizaba por Colón de Santa Fe (a los 12 años le envió una carta al club porque llevaba el nombre de quien “descubrió, explotó y saqueó América”), pero Central y Newell’s fueron los primeros clubes del interior que ingresaron a los torneos de la AFA, en 1939. “Era la misma gente de los barrios pobres. En Buenos Aires siempre éramos minoría, y me encantaba no ser ni de River ni de Boca. Si, en definitiva, siempre en la vida estuve del lado de los de abajo, y eso mismo elegí en el fútbol”. Su padre lo llevaba a ver a Central a la antigua cancha de River, en Alvear y Tagle. “Jugaban caminando, un fútbol especial, rosarino, le decían”. Más tarde disfrutó en el Monumental al Torito Waldino Aguirre, crack de Central, asesinado por la Policía durante la dictadura, en 1977. Y a La Máquina de River. “¿Cómo me iba a perder a ese equipazo de la década del 40?”.

Crítico de la comercialización del fútbol que lo alejó paulatinamente de las canchas, Bayer dijo en 2003: “Los grandes equipos están formados por futbolistas comprados en cualquier parte. Quiere decir que a los países del Tercer Mundo les sacan a sus mejores jugadores. La gente ya no puede verlos como nosotros veíamos a José Manuel Moreno, al Torito Aguirre, a Pedernera; se los hubieran llevado a todos”. Hincha además del Bayern Munich -vivía seis meses en Berlín y seis en Buenos Aires, en 2006 había señalado: “Ahora, en Alemania, que siempre tuvo orgullo por su equipo, si llega del exterior un jugador muy efectivo, a los seis meses le dan la ciudadanía alemana, mientras que un obrero turco tiene que tener por lo menos 20 años de residencia para obtenerla”.

En vida, el 26 de noviembre de 2011, Rosario Central le puso su nombre a la biblioteca popular de la Subsede Pichincha. Allí, su retrato está junto a los del Che Guevara, el Negro Fontanarrosa y el Negro Olmedo, canallas célebres. “Que la biblioteca del club del equipo del que soy hincha tenga mi nombre es como tocar el cielo con las manos. Este reconocimiento es algo hermoso”. A principios de los 80, durante el exilio, Bayer recibió la visita en Berlín de Celia Guevara, arquitecta y hermana del Che. Le había advertido su hartazgo: “Voy si no me preguntás nada de mi hermano”. Hablaron de Cuba, de la realidad política de Europa. Y Bayer la acompañó a tomarse el subte. “Cumplí, pero ahora dejame hacerte una sola pregunta sobre tu hermano”. Aceptó. “¿De qué cuadro era?”. “De Rosario Central”. Y entonces recordaría: “El más grande de todos era canalla. Los de Newell’s son unos atorrantes, decían que el Che era leproso. Desde esa vez siempre aclaro: me lo confirmó la hermana”. Bayer falleció el 24 de diciembre de 2018. Rosario Central fue fundado el 24 de diciembre de 1889. Giros de la historia.

En 1935, cuando por Arcos pasaba “un carro cada media hora”, el equipo de la cuadra se enfrentaba con el de la calle Manuela Pedraza. Faltaba uno, el arquero. Bayer, de ocho años, era malo. Y de Belgrano C, barrio de alemanes, de pica con los criollos. Eduardo Ricagni era el “capitán” de la calle Arcos. El “compadrito”. Bayer, en cambio, era el molesto que se aprendía de memoria la formación de los equipos para que le dieran cabida. Ante la ausencia del arquero, Ricagni lo llamó para que fuera al arco. A los 30 segundos, un disparo del wing derecho de Manuela Pedraza le dobló las manos y lo tiró al piso. Gol. Ricagni lo encaró para darle “la biaba”. Bayer salió corriendo. Y corrió más. “¡Alemán, culo de pan!”, le gritó Ricagni, quien, goleador, debutaría en Platense y jugaría en Boca, Juventus, Milan y hasta en la selección italiana. Cuando Bayer entró a su casa, se bajó los pantalones, se miró en el espejo del ropero y se preguntó: “Soy igual a todos, ¿por qué me llaman así?”. De grande, admitió que aún le dolía aquel insulto. En el libro Fútbol argentino, aclaró sobre el final: “No hemos podido nombrar a todos… Más de un hincha murmurará: ‘Pero ni siquiera lo nombraron a Ricagni’”.

Es en Fútbol argentino en el que, siempre creativo y luminoso, nunca destructivo como topadora fascista, Bayer, un verdadero libertario, define: “El fútbol es un magnífico cuento de magos, volatineros, malabaristas y hasta clowns. El circo de la gente pobre, la misa de campaña de los solitarios que quieren sentirse acompañados por una vez. Es la humanidad en el pequeñísimo cosmos de un cuadrilátero verde. El juego, tan humano como la risa, el llanto, el amor. Jugar. Ver fútbol también es jugarlo”. A pesar del odio, no hay olvido: la obra de Osvaldo Bayer vuelve, y arde de vida.