La historia, sostenía Walsh, se nos intenta presentar como si siempre volviera a empezar, una recurrencia de rupturas, discontinuidades, y de tal modo negándonos la experiencia colectiva previa. Sin embargo está preñada de las simientes de una y otra generación de luchadores, militantes y referentes que proyectan el ayer en el hoy. Recuperar ese sentido de la historia, esa cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra, resulta ineludible. Según Benjamin, hay un lugar posible para ese encuentro: la conciencia moral del presente como nuestra responsabilidad por los que nos precedieron.
En esa línea histórica y con esa lógica, el rescate de ciertas referencias del pasado resulta vital para cada nueva encrucijada y cada nueva lucha. Es el caso de Rodolfo Ortega Peña, en este caso en su condición de abogado, entendida ella como un medio para la defensa de los derechos, de los derechos pendientes y de los que aún cabe conquistar. Por supuesto que su personalidad, versatilidad, enjundia y compromiso excede, con creces, aquella profesión, pero de algún modo sintetiza y vertebra su experiencia de vida, a la vez que evidencia el tamiz con que deducía buena parte de su quehacer cotidiano.
¿De qué manera y con qué vectores asumir el precepto que encierra la conducta y la ética de Ortega Peña? ¿Cómo y con qué presupuestos redimir su martirio en concretas expresiones de justicia? Las líneas del tiempo, siempre inclementes, nos devuelven su ejemplo y nos requieren.
En este ejercicio de memoria y reconocimiento, de aprendizaje y ejemplo, las distintas facetas de Ortega Peña, al menos las que vamos a traer aquí, permiten mirar el presente, de una opacidad acuciante, desde una actuación descollante, y a la vez trágica, en un pasado también muy oscuro. En tal sentido, la historia de estas generaciones necesariamente están signadas por esa bisagra inenarrable, que presagiaba el propio destino de Ortega Peña, la dictadura genocida. A un lado y al otro de ese tiempo histórico todo parece relativo, secundario, y sin embargo ese antes y este después permanecen, de algún modo, impregnados y deudores.
La trayectoria de Ortega Peña, para estas líneas entonces, la desciframos a partir de su decisión de acompañar trabajadores y sindicatos y, por ende, defender a unos y a otros, en su natural urdimbre de luchas colectivas. Desde sus orígenes en la Unión Obrera Metalúrgica, pero muy especialmente en la Federación Gráfica y, a partir de ello, en la CGT de los Argentinos, conoció que el lugar de la clase trabajadora se corresponde con sus ataques y sus persecusiones. Así, su primer informe sobre el asesinato de Felipe Vallese y, consiguientemente, su perfil de abogado en defensas penales de militantes sociales, políticos y gremiales.
Esa misma conjunción, en tiempos cada vez más hostiles, llevaron a la gestación de la denominada “Gremial de Abogados”, un agrupamiento por fuera de las asociaciones establecidas y que, justamente por ello, requería de una concepción del ejercicio del derecho del lado de los perseguidos, detenidos políticos, cuadros militantes. La Gremial de Abogados se valió de la inspiración de Ortega Peña, junto con Mario Hernández y Roberto Sinigaglia. Los tres víctimas de la represión.
¿Cómo proyectar aquellas luchas en este tiempo? El pesar que significa, como un claroscuro que enceguece, mirar estos días con el ejemplo de aquellos resulta revelador. Algunos rasgos que sirven entonces para traerlos y hacerlos guía y compromiso serían los siguientes.
En primer lugar la raíz social y política emancipadora que fundió en defensa jurídica y puesta a disposición de tantos. Pero, en especial, el sentido y modo colectivo que ello supuso a partir de la defensa “gremial” y la consustanciación de cuadros jurídicos y estrategias procesales. En este sentido, por ejemplo, la práctica relativa a los denominados juicios “de ruptura”, cuando las garantías mínimas del proceso penal eran ilusorias, en relación a los juicios de “connivencia”, cuando aún dentro del sistema era posible intentar una defensa medianamente exitosa.
En suma, y en la línea del tiempo que imaginábamos al principio de esta nota, un horizonte abierto, con tantísimos peligros, pero en construcción colectiva, un ejercicio de la profesión imbuido de principios sociales y en constante ebullición, creatividad y sentido de la transformación.
En tiempos de meritocracia, individualismo y una prédica “desde arriba” sobre la impertinencia de la justicia social y el rol del Estado, volvemos atrás, recabamos fuerzas y aprendemos de liderazgos como los de Ortega Peña, fundados en la defensa de los más débiles frente a los más fuertes, y en el ejercicio de los derechos según la situación real de quien los requiere contra todo régimen de opresión. «
*Profesor de Derecho
del Trabajo-UBA