El ex alcalde de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta descubrió esta terrible verdad en sus recientes recorridas por la ciudad, ahora como opositor.

Seguramente, como manifiestan algunos, es un ocurrente y ganchero slogan para espantar a la clase media. Asustarla un poco más por la terrible ira de Dios que se ha desatado en la ciudad desde que no gobierna él. Gobierna quien nos legó, el otro Macri, el de Vicente López, con quien convivió en su trayecto que muchos creímos triunfal hacia la Casa Rosada.

Como jefe de Gobierno se jactaba de su celo y afán de gestor insomne, incluso como jefe de Gabinete en la gestión anterior a la suya, de Mauricio Macri, con el kirchnerismo gobernando a nivel nacional, un total de dieciséis años con responsabilidades. Años teñidos del oro amarillo en la Ciudad, ejemplo escasamente republicano de gestión pública.

Fue el contexto nacional, mal que le pese al PRO, el que favoreció con creces a la ciudad. Bastaría con exhibir los ingresos que recibió por el aumento de la recaudación, que permitió facilidades para la ejecución de programas y obras públicas.

A partir de la presidencia de Macri, el larretisno incurrió en los peores vicios de la política, cooptando todo lo que tenía a su alcance y loteando la ciudad junto a quien lo apoyara, sin tener en cuenta a la ciudadanía; la misma metodología que llevó a cabo para recorrer el país como candidato a presidente hace un año y medio. En una entrevista reciente, lo escuchamos admitir que ése había sido su error, alejarse de la gente.

Pero, es medio piadoso ese razonamiento, pues si bien las reuniones vecinales a las que convocaba Larreta eran una rutina, estaban muy bien aceitadas por viejos punteros radicales y líderes emergentes del PRO, más algunos peronistas advenedizos y oportunistas socialistas. Una señal clara y contundente del blindaje que lo rodeaba, sin contar la vista gorda que, con escasas excepciones, hacían los medios de comunicación, respecto de los problemas que se denunciaban.

Se dijo y se subraya: cuando mejor le iba al kirchnerismo a nivel nacional, más beneficios obtenía la Ciudad. Se financiaban desde Nación a partir de proyectos sociales y de vivienda que impedían, por ejemplo, que no abundara el olor a pis, ni que las calles se convirtieran en domicilios de vecinos apremiados por la crisis.

Hoy enfrentamos un proceso electoral desdoblado, por hablar solo de la nuestra ciudad, con la excepcionalidad de que es federal, ya que en ella se asientan los tres poderes de la nación, situación que indefectiblemente nacionaliza una elección.

Más allá de la especulación electoral del gobierno local, éste puede ser un momento saludable para que los porteños y porteñas pensemos en un debate que ayude a dotar a la legislatura porteña de nuevos, capaces e innovadores representantes.

Una oportunidad para abolir la escribanía en que se transformó la legislatura y hacer de ella un lugar para discutir y proponer otra ciudad más justa y realmente contemporánea.

Entiendo que la asepsia hacia la que quieren llevar la elección es un razonamiento raquítico. La política es el tema de Buenos aires, siempre lo fue en los ámbitos laborales, en los cafés, los clubes, las cooperadoras, sindicatos y otras formas de asociarse.

Es difícil romper un status quo que no permite innovar con respecto de cómo pensar y hacer en la Reina del Plata. Solo se quiere municipalizar berretamente, es decir despolitizar, pero el discurso y la acción deben ser profundamente políticos. En ello debemos advertir que no es lo mismo la gestión para todas las fuerzas: la movilidad vial del gobierno que más abogó por el automóvil, es político; el no desarrollar una red de subtes es político; la vivienda es un tema político. No es lo mismo lo que plantea la derecha sobre la basura, por ejemplo, una deuda que arrastramos desde la dictadura y que aún las autoridades de turno no supieron resolver. Una gran deuda. Eso es político, porque hace al ambiente, y el ambiente es el futuro donde viviremos mejor o achicharrados, con o sin Río de la Plata y Riachuelo.

Si en Buenos Aires hay olor a pis, hay que subrayar que es porque hay un montón de vecinos y vecinas que deambulan en su espacio público, sin casa y sin lugar para hacer sus necesidades básicas. Gente que se quedó totalmente fuera de todo. Es un tema político, no de gestión de olores.

Rodolfo Kush, uno de nuestros más importantes pensadores, tomó el hedor como una categoría para pensar nuestra América Morena, el hedor indio, el hedor de los transportes públicos, el hedor de las multitudes. El hedor de quienes viven a la intemperie, como lo hacían nuestros hermanos los indios (a decir del Gral. San Martín) que temían la ira de Dios, representada en una plaga, una tormenta, una enfermedad, una inundación. Cinco siglos después de la conquista, hay continuidad de hedores y de temor a la ira de dios, que hoy se les presenta, a quienes viajan acinados y sufren el descarte social: como el desempleo y en él no tener donde vivir, comer e higienizarse, entre otras suertes. La intemperie es la ira de Dios.

Hedor y pulcritud, según Kush, nos presentan dos formas de vivir en esta tierra y dan cuenta de cómo la habitamos. Dos formas de encuentro o desencuentro en torno a lo común. Por eso hay olor a pis.

*presidente de Nuevo Encuentro de la Ciudad de Buenos Aires.