Una valija, un escritorio y un farol tenue esperan con las luces todavía encendidas del escenario del Teatro Picadero ser activados por Carola Reyna, la actriz que protagoniza Okasan, diario de viaje de una madre, el unipersonal dirigido por Paula Herrera Nóbile. Aunque ordinarios, estos objetos que forman parte de la utilería simple de la obra, junto a un árbol y una pared japonesa, se cargarán de una belleza poética y simbólica y marcarán los ejes temáticos de la representación: el viaje y su relato, los cambios inevitables, las mudanzas interiores, los cambios de lugar y la iluminación de lugares personales que hasta el momento estaban oscuros, desconocidos.
Todavía hablan en el público cuando Reyna aparece en un costado de la escena y con un tono casi periodístico, como si estuviera leyendo, narra las líneas iniciales en primera persona de la crónica de viaje de Mori Ponsowy, el libro de no ficción que fue esta obra de teatro antes de ser obra de teatro y también llevó su mismo nombre. Porque la misma escritura autobiográfica de Okasan se ha mudado, ha cambiado. Ahora también es otra cosa. El punto de partida, sin embargo, es el mismo: un mes antes de cumplir 21 años, el único hijo de la autora se fue a vivir a Japón para estudiar después de ganar una beca. “Lo que sigue es la primera vez que fui a visitarlo. Era, también, la primera vez que yo iba a Japón. Mi intención en estas páginas no es hablar sobre un país. Mi intención es contar lo que viví durante esos 14 días”, anuncia.

Un apagón y Reyna se desdobla en su propia interpretación de Mori, aunque su nombre no se dice nunca durante el unipersonal. Los anteojos y el jogging le dan una apariencia muy natural y muy mamá. Con una mano fuerte sobre la manija de la valija, comienza a narrar la historia al público. La mesa donde escribe su diario -que pasa de ser la mesa en la habitación del hotel a la del restaurante donde comen con su hijo- es el presente desde el que empiezan a salir las escenas de cómo son las cosas ahora y los recuerdos, de cómo fueron. La narradora es íntima y graciosa, capaz de reírse de sí misma, de su hijo, de la situación, pero también de explotar y de llorar de la abrumación que significa estar en ese lugar tan recóndito. Hay muchos yoes dentro de la mamá de Mati, que se arma y desarma según lo que esté contando, viviendo.
Por los anteojos, las palabras y el cuerpo de la actriz empezamos a ver Japón y también a Mati. Se van armando en la mente de los espectadores. Reyna levanta la vista como si allí estuvieran las grandes torres de la ciudad, la espalda de su hijo, las multitudes. Cambia la forma de sus pasos -ahora utilizan zapatos distintos-, hace mímicas para comunicarse y enseñarle al público aquello que también ella desconoce, cambia su vestimenta, su velocidad. Los recursos del teatro y la crónica para crear las imágenes que faltan en la mente de los espectadores se mezclan como si fueran la misma cosa en la actriz y producen el efecto sorprendente de pensar que estamos ahí.

“A quien le enseñé a hablar ahora me enseña a mí”. Narrando, la protagonista asimila que este viaje se trata de un aprendizaje al revés. O más bien, se trata de desaprender lo ya conocido. Ya no es la madre que tanto necesitaba su hijo, Mati no la necesita en su nueva vida. Ya no es haha (como se le dice a la mamá que cría) ahora es okasan, como la llama Mati, un título más bien honorífico. Ahora es ella la que depende de él. La que imita, como un niño, lo que él hace para aprender. La que agarra su mano para no perderse. La que se siente tonta, inútil, ignorante. La actuación de Carola Reyna aprovecha estás instancias para exagerar desde el humor y crear una viajera torpe y patética, una mala turista y una mamá irónica que hacen reír a carcajadas.
En ciertas escenas, la narradora logra acercarse a Mati, aceptar la nueva forma de este vínculo que la distancia ha creado y también se maravilla con la limpieza japonesa, con sus gestos, sus señales, silencios; llega a percibir su belleza y hasta comparte con su hijo el deseo de vivir allí. Pero, en otras oportunidades el pasado le reclama de nuevo lo conocido, las cosas tal como eran antes: la mugre de Buenos Aires, el Mati de pequeño que no podía despegarse de ella. En ese vaivén entre versiones, entre pasado y presente, entre ciudades y géneros literarios la narradora de este unipersonal busca una nueva versión de sí misma.

Ha cambiado de lugar, en todos los sentidos posibles. “Ahora debo cuidar sólo de mí”, descubre y se larga a llorar en una de las escenas más emocionantes. Un baño al estilo japonés entre mujeres desnudas desconocidas se acerca mucho a ese conocimiento de sí, de la nueva mujer en la que se va convirtiendo en este viaje. “Amo a estas mujeres, me siento en paz”, narra. La escena desemboca en una puesta de colores y música donde el público ve a una Reyna más osada, bailando sensualmente y abrazándose a sí misma.
La narradora del final de este unipersonal no es la misma que la del comienzo. Vuelve a manipular la valija pero está vez para irse, y con una enseñanza que también es la del público: todos los vínculos se transforman, es posible que uno mismo cambie las veces que la vida así lo disponga, que todo se mueve. El viaje es el gran aliado para esta búsqueda de (des)conocimiento. «
Okasan. Diario de viaje de una madre
Dirección: Paula Herrera Nóbile. Intérprete: Carola Reyna. Lunes de marzo a las 20, sábados de abril y 3 y 10 de mayo a las 22, en el Teatro Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857.