En 2008 fui a Nueva York para grabar con Roger Waters y Gustavo Cerati. Fue en el marco de Mundo Alas y laburamos en el estudio de Philip Glass, uno de los compositores más influyentes del siglo XX. Pegué buena onda con el ingeniero y un día le pregunté por unos cuadritos con la imagen de un plomero que tocaba el piano. ¡Eran una referencia a la vida de Glass, que hasta los 30 y pico no se pudo dedicar exclusivamente a la música!, revela Pedro Aznar desde un sillón del living de su departamento en Belgrano. Lo rodean instrumentos musicales varios, una consola de grabación, diversos dispositivos para reproducir música, libros de toda clase y dos gatos adictos a la modorra. Pero aquella charla tuvo un impacto más decisivo: El ingeniero también me contó que Glass todos los días de su vida escribe al menos seis minutos de música. Llueva, truene o salga el sol. ¡Que disciplina!, dije. El ingeniero me respondió: Philip lo ve como una carrera contra el tiempo. Quedé impactado. Esa historia terminó de confirmarme que más que nunca tenía que honrar mi oficio y no detenerme. No sé cuanto tiempo me queda. Pero quiero dejar el mejor legado que pueda.
No existe un músico parecido a Pedro Aznar. Su obra, su recorrido y su estado de obsesión productiva parecen condensar múltiples experiencias vitales. Desde el rock de estadios con Serú Girán y la alta rotación de Tango (el proyecto junto a Charly García) a sus giras completamente solo por salas pequeñas y difusión boca a boca. Del virtuosismo que lo llevó a ser parte de la banda de Pat Metheny al compromiso por la canción. De los Beatles a los diversos ritmos de Latinoamérica. De sus colaboraciones con Mercedes Sosa y Luis Alberto Spinetta a las experiencias con Ramiro Gallo y Ernesto Jodos. Siempre con el mismo compromiso y buscando la misma profundidad. Por todo eso Aznar se convirtió casi en un género en sí mismo. La nueva expresión de esas pulsiones es Contraluz, una galería de géneros que incluye rock, pop, música electrónica, un bolero, una ranchera, un festejo afroperuano y bastante más. Esos climas son el marco para reflexiones vívidas sobre pérdidas amorosas, los espejismos de las relaciones, las percepciones de la vida, las mejores respuestas al paso de los años y hasta el futuro de la humanidad ante las explosiones tecnológicas.
Dicen que a Piazzolla le gustaba componer en su casa de Punta del Este con una salamandra prendida. No importaba si era invierno o había 40º a la sombra. ¿Usaste algún ritual para Contraluz?
Jaja. Muy buena anécdota. Es una de esas que nadie sabe sin son ciertas pero merecen serlas. Todos buscamos algún tipo de liturgia que ayuda. A veces también me impongo formas que me corran del lugar de confort. Por ejemplo, componer una canción sólo con la segunda cuerda de la guitarra. En principio es una restricción. Te genera dificultades, pero al mismo tiempo te empuja a buscar otros caminos y ser más creativo. Para Ahora, mi disco de estudio anterior, me fui a Mar de las Pampas con el plan de escribir un tema por día durante un mes. Esta vez no fui tan estricto. Con Contraluz la estrategia fue más cada vez que pueda y tenga tiempo me voy a escapar a componer. Lo tomé como una propuesta, no tanto como una imposición. Por eso fui a Mar de las Pampas y compuse allá, también en Buenos Aires y en San Francisco, después de un viaje que hice para un curso de Tecnologías Exponenciales que la NASA da en la Singularity University. El resultado de todo eso es un disco no conceptual. Veo a Contraluz casi como un libro de cuentos. Cada canción es una aventura.
¿Cuándo te diste cuenta que el disco iba por ese lado?
¡Cuando lo terminé! (Risas). En el fragor de la batalla uno va siguiendo la intuición y juntando piezas. Pero para terminar de entender necesita ganar perspectiva. Es la única forma de conseguir cierta objetividad. Además, hay que saber editarse. Porque uno puede desplegar una mayor o menor creatividad, pero todo disco necesita cierta dirección o coherencia. Hay que saber archivar algunas cosas o incluso tirar otras.
¿Cómo se concretó la participación de Omara Portuondo en el bolero Última pieza?
Ella me invitó a cantar con el Buena Vista Social Club la última vez que se presentaron en el Luna Park y nos hicimos muy amigos. Cantamos Dos Gardenias, ese tema hermoso que hacía con Ibrahim Ferrer. Ahí ya tenía hecha Última pieza y se lo di para que lo escuchara cuando pudiera. Le comenté que seguramente iba a estar en mi próximo disco. A los meses me mandó a decir que le había encanto el bolero y que le gustaría que lo grabáramos juntos. Imaginate el honor que fue eso para mí. Revisó su agenda y me dijo: Puedo el 11 de marzo en Hong Kong. Le respondí: Perfecto. Al toque me metí en Internet, averigüé cual era el mejor estudio de Hong Kong y lo reservé para ese día. Nos conectamos vía Skype. Yo dirigí la grabación desde mi estudio de Buenos Aires y ella me escuchaba directamente en sus auriculares. Grabamos varias tomas y quedó perfecto. Las maravillas de la telepresencia.
Skynet ya llegó y el discurrir de la vida.
El curso que Aznar tomó en San Francisco sobre Tecnologías Exponenciales no fue el resultado de una casualidad del destino o de una militancia de la excentricidad. Es un tema que sigue desde hace rato, lo apasiona y preocupa. El futuro ya llegó y resultó bastante menos cándido que las fantasías de los 60, en las que soñaban al hombre con autos voladores y colonias en la Luna.
Es un tema apasionante e influyó en más de una canción del disco. Particularmente en Caballo de fuego. Se viene algo muy espeso. Los desafíos de la inteligencia artificial y un horizonte totalmente desconocido. Parece una cosa de ciencia ficción, pero es algo muy real que llegará en más o menos 15 años. Somos una especie tecnológicamente al borde de estar súper avanzada y de pegar un salto cuántico en nuestra evolución. Pero eso no está siendo equiparado por el resto de las variables. Nos falta responsabilidad y criterio ético. Abusamos de la naturaleza de un modo que nos pone al borde de la catástrofe. ¿A dónde iremos a parar si nuestra capacidad se multiplica como en breve pasará? Lo que a nosotros nos falta hoy es que nuestra capacidades de compasión y empatía estén a la altura de los avances técnicos. Ojalá las maquinas lo alcancen. Ojalá la inteligencia artificial sea más humana que nosotros. De lo contrario, estamos todos en el horno. Con papas. Y romero.
Por la vuelta es una reflexión sobre el paso de los años y cómo tomarlo. ¿Hacerla ranchera fue una forma de exorcizar los miedos?
No fue algo consciente. La compuse manejando en una ruta totalmente vacía. Un momento hermoso. Me vino la letra, la melodía y el ritmo de ranchera en ese mismo instante. Y grabé todo en el teléfono para no olvidarme. Hay ciertos puntos de inflexión a determinadas edades. Quizás después de los 20 y después de los 50. Depende de cada uno. Este es el desafío del tercer tramo. ¿Cómo seguir? ¿Cómo me gustaría? La letra está hecha desde un lugar de aceptación y de asumir lo que vendrá de buena gana. Después me cayó la ficha que últimamente en giras a México había coincidido con el Día de los Muertos. Una celebración que se aleja de nuestra cultura judeocristiana. Es un festejo y un recordatorio de los muertos queridos. Así que nada mejor para hablar del tercer tramo de la vida que un tequila en la mano.
Desde muy joven te moviste en un medio donde abundan las tentaciones. ¿Alguna vez te preocupó que algo torciera tu necesidad de hacer?
¿Te referís a las sustancias que cambian la percepción? Experimenté, me pareció interesante lo que vi y aprendí un montón. No hay que ser prejuicioso con las drogas. Pero sí hay que conocerse y ser consecuente. Es un territorio que te puede llevar a arenas movedizas y hay que saber donde pisás. Entonces algunos lo pueden recorrer por sí mismos, otros necesitan alguna compañía que tire de la cuerda para rescatarlos en caso de necesidad y otros directamente no tienen que meterse. Pero en determinado momento de mi vida, antes de los 30 años, dije basta. Sentí que ya no la pasaba tan lindo. Que me podía llegar a sacar demasiada energía o tiempo. Yo siempre la pasé bien con el arte y no quería que nada distrajera eso.
Tenés una lista de colaboraciones muy larga e ilustre. ¿Con quién te quedaste con ganas de hacer algo y con quién te gustaría trabajar próximamente?
Me quedé con las ganas de hacer algo con Virgilio Expósito (compositor y pianista emblemático de tango, responsable de la música de Naranjo en flor y Afiches, entre muchas otras). Lo conocí en una cena muy linda en la casa de Lito Vitale. Pegamos súper buena onda. Era un tipo encantador. Él mismo me propuso hacer algo juntos y yo estaba encantado. Pero no llegamos. Murió a las pocas semanas. De los posibles me gustaría hacer algo más con Gabo Ferro. Colaboré alguna vez para un disco suyo, pero los dos nos quedamos con ganas de más. Está pendiente desde hace años. No pudimos acomodar las agendas. Pero quiero concretarlo. <
Procesión en las letras
Contraluz merece escuchas detenidas. Su discurrir casi lúdico entre múltiples ritmos rock, pop, música electrónica, bolero, ranchera, festejo afroperuano, canción medieval y más podría asociarse a un estado casi celebratorio. Pero la procesión va por las letras.
No es un disco en carne viva como lo fue Quebrado (2008). Hace ocho años en respuesta a movilizantes pérdidas familiares, Aznar cantaba: Miedo de morir antes de saber vivir. En Contraluz asume temas tan escabrosos como ese, pero desde una perspectiva de mayor fortaleza y esperanza: Brindo, por fin, por la vuelta/ La segunda que me toca / Que el camino que me queda/ deje huella alegre y honda (Por la vuelta). Los tonos reflexivos no terminan ahí. El flamante disco da lugar a buena parte de los temas de la vida: el amor, las no correspondencias, el paso de los años y hasta nuestro futuro en el planeta.
Siempre exacto al cantar y tocar, ilustrado y amplio como compositor, y acompañado de una banda sin baches, Aznar confirma que la madurez le dio una dimensión extra como letrista.