La semilla de la discordia se sembró el pasado 23 de diciembre, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU le exigió a Israel que cese con la política de instalación de asentamientos en Jerusalén Este y Cisjordania, la zona en disputa con los palestinos. La indignación israelí fue mayúscula porque EE UU no apeló al veto que venía imponiendo desde 1979 y se abstuvo en la votación, permitiendo la decisión final.
El gobierno de Benjamin Netanyahu redobló la apuesta y aseguró que no iban a frenar los asentamientos. «Abandona a su gran aliado» o «forma parte de un emboscada vergonzosa que da la espalda a Israel» fueron algunas de las acusaciones sin precedentes que salieron de Jerusalén contra Barack Obama por no ejercer su derecho a veto. Se podría decir que el mandatario que deja la Casa Blanca dentro de 20 días se dio un gusto. Según los corrillos que se escucharon durante ocho años de administración demócrata, Obama nunca estuvo muy de acuerdo con permitir la política expansionista de Israel, pero por razones políticas y diplomáticas nunca pudo darle la espalda. Tampoco es un secreto que el gobierno israelí nunca vio a Obama con simpatía, no solo por lo anterior sino por su posición de la solución de los dos estados en el diferendo de Tel Aviv con los palestinos.
El golpe de gracia lo dio el secretario de Estado John Kerry, un funcionario también saliente, cuando el miércoles propuso seis principios para alcanzar un acuerdo de paz definitivo y explicó que este debe «proveer fronteras seguras e internacionalmente reconocidas entre Israel y Palestina, la retirada de Israel de los territorios ocupados y el reconocimiento del Estado de Israel». Además debe «proveer una solución real, estable y duradera para los refugiados palestinos, una solución integral, que reconozca su sufrimiento e incluya una compensación»; y al mismo tiempo «una solución acordada sobre Jerusalén» con «acceso irrestricto» a los lugares sagrados. Por mucho menos que esto, los negociadores israelíes se vienen levantando de la mesa de diálogo durante los últimos años.
Kerry llevó al límite las propuestas que hace EE UU desde los acuerdos de Oslo de los años ’90, pero esta vez fue mucho más lejos. «No es la resolución del Consejo de Seguridad la que pone en peligro a Israel, sino la política de colonización», sentenció el diplomático, y agregó: «Si Israel avanza por el camino de un solo Estado, nunca tendrá paz con el mundo árabe».
Kerry también calificó al gobierno de Netanyahu como el más derechista de la historia de Israel. El discurso no hizo más que avivar el fuego y la reacción no tardó en llegar. Minutos después, un comunicado del gobierno israelí señaló que «durante cerca de una hora, Kerry habló de forma obsesiva sobre los asentamientos y apenas tocó las raíces del conflicto: la oposición palestina a un Estado judío cualquiera que sean sus fronteras. Tal y como lo fue la resolución en el Consejo de Seguridad que Kerry promovió, su discurso ha sido sesgado contra Israel», sentenció la nota. Poco después, el premier israelí habló ante las cámaras y fue aun más duro, al calificar al discurso de Kerry como «un ataque contra Israel».
Hay que admitir que Obama no le está haciendo fácil la entrada a Washington a su sucesor Donald Trump y le deja una brasa caliente en Medio Oriente. Trump le pidió al demócrata que vetara la decisión del Consejo y, con el hecho consumado, el magnate calificó a la ONU como «un club de gente para reunirse, hablar y pasarla bien». Después del disruptivo discurso de Kerry, Trump volvió a salir en defensa del gobierno israelí y a rechazar los inéditos intentos de Obama por encabezar la lucha internacional contra las colonias israelíes en Palestina. «No podemos continuar dejando que traten a Israel con tamaña falta de respeto y desdén. Solían tener un gran amigo en EE UU, pero ya no más. ¡El principio del fin fue el horrible acuerdo con Irán y ahora esto!», sentenció Trump. «¡Mantente fuerte, Israel, el 20 de enero llegará rápido», agregó el presidente electo. «