Si hay un ranking de libros escritos con un profundo amor pero también con una mirada autocrítica sobre una actividad, «El rugby, historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy«, de los historiadores Andrés Reggiani y Alan Costa (Siglo XXI), debería tener un lugar asegurado en los primeros puestos de la lista. Escrito por ambos historiadores y ex jugadores de rugby, la obra ofrece una atrapante mirada deportiva, política y social de un deporte que no siempre es noticia por lo que ocurre dentro del campo de juego.
-En el prólogo mencionan al asesinato de Fernando Báez Sosa. ¿Forma parte de las controversias actuales de lo que se entiende por el ambiente del rugby?
–AR: En efecto, abordamos desde el inicio la forma en que el rugby es percibido “desde afuera”, pero también desde adentro mismo. Uno de las cosas que nos sorprendió en las entrevistas fue la franqueza con la que nuestros interlocutores admitieron sin rodeos las conductas que perjudican la imagen social del rugby argentino y que no hacen más que reforzar estereotipos y prejuicios de larga data: deporte de machos violentos y racistas/elitistas. Los dos primeros rasgos no son exclusivos del rugby: nuestra sociedad y cultura siguen siendo machistas y violentas, y especialmente hoy cuando la violencia y los discursos de odio están legitimados y banalizados desde los más altos niveles políticos, y ni qué decir de las redes sociales.
-¿Y desde lo específico del rugby?
-AR: Hay algo específico del rugby en lo que hace a las conductas machistas y violentas, porque es un deporte con un nivel de contacto físico y uso del cuerpo en situaciones de alto riesgo como pocos otros, especialmente porque el juego lo asemeja a un combate por la conquista del campo adversario. Pero, además, porque es un deporte históricamente jugado exclusivamente por hombres y porque ideológicamente las élites que lo jugaron y lo controlaron lo legitimaron como una suerte de escuela de “valores” propios de una (híper) masculinidad viril. En el rugby, decía un entrenador francés, “hay que saber sufrir, apretar los dientes y aguantar las nanas”. El problema es cuando esto se traslada fuera de la cancha, léase Villa Gesell en enero 2020, cuando los cuerpos híper entrenados se combinan con las pulsaciones de la manada, el consumo de alcohol (y otras sustancias) y los prejuicios. Recordemos que, mientras patean a Fernando Báez Sosa hasta matarlo, Maximiliano Thomsen y compañía le gritan insultos racistas. En este caso, el rugby exacerba patologías individuales muy extendidas pero que en el caso del rugby pueden tener consecuencias fatales, como también se vio en el caso de los dos jugadores franceses acusados de violación en Mendoza.
-La idea de elite es intrínseca al rugby desde siempre. ¿Responde también al presente?
-AR: La noción del rugby como deporte de elite requiere que se aclare qué se entiende por elite. Hoy el rugby en su conjunto, y no sólo el Top 14 de la URBA, es un fenómeno de clase media. La UAR tiene entre 70.000 y 100.000 afiliados si se suman federados y no federados de todas las categorías, entre ellos unas 2.000 mujeres, más de 500 clubes y colegios que participan en sus diferentes torneos, y una veintena de uniones provinciales. Fue un deporte practicado por los sectores acomodados y medios altos hasta los años 60, pero ya desde antes del peronismo comienza a penetrar lentamente en las capas medias. Donde sí puede verse una actitud abiertamente elitista es en los clubes más tradicionales, aquellos históricamente asociados a la difusión del rugby, los que disputan el TOP 14 de la URBA, y que son los que la gente conoce porque son los que ganan los campeonatos y los que proveen los planteles de Los Pumas. La otra dimensión del elitismo, y aquí sí que hay que incluir a otros clubes, tiene que ver con la actitud del que se siente superior o diferente del resto. El rugby, escribía el periodista Marcelo Guerrero en Tiempo Argentino de 1984, “sigue siendo una isla dentro del deporte argentino”. Se refería a la gira que Los Pumas habían realizado a Sudáfrica pese al boicot contra el apartheid. Y sí, el ambiente de rugby cultivó y sigue cultivando esa conducta, conducta que tiene matices. Una cosa es pavonearte con una cicatriz en la cara para atraer a las pibas y otra mostrar tu hombría cagándote a trompadas.
-Históricamente, la UAR rechazó a varios clubes de fútbol, entre ellos River, Racing y Ferro, porque son instituciones que incluyen deportes profesionales, obviamente fútbol, pero también Obras, con básquet. ¿No pierde más el rugby de lo que gana con ese fundamentalismo del amateurismo?
-AC: La UAR rechazó desde los comienzos cualquier intento o acercamiento al profesionalismo. Clubes como Ferro, Estudiantes y Gimnasia de La Plata, Quilmes y Sportivo Barracas fueron desafiliados porque tenían profesionales dentro de sus instituciones. El caso más emblemático es el Obras Sanitarias, campeón en 1953, que fue desafiliado en 1978. Pero sus dirigentes no se amedrentaron y formaron la Federación Argentina de Rugby (FedAR), una institución que aspiraba a difundir el rugby en clubes donde se practicaban otros deportes de manera profesional, es decir integrar a todos los clubes que la UAR deja afuera. Si bien tenía una premisa innovadora, no pudo evitar un rápido declive. Para mediados de la década de los 80 prácticamente no realizaba actividades. Aquella experiencia nos permite pensar que la inflexible actitud sobre el amateurismo por parte de la UAR limitó su crecimiento y perdió la posibilidad de una mayor apertura del rugby hacia sectores sociales más amplios.
-Uno de los cuatro capítulos del libro tiene una temática sorprendente: «Un deporte inglés en la nueva Argentina peronista». ¿Por qué hasta ahora no se había contado que el rugby, un deporte más vinculado a las élites, también fue beneficiado por la política del Estado del gobierno peronista?
-AR: Una razón es de carácter historiográfico. No se había escrito una historia social y política del rugby argentino, sólo había libros escritos por periodistas y exjugadores relatando las principales hazañas de Los Pumas, más algunos episodios curiosos, como el pasado rugbístico del Che Guevara o los jugadores desaparecidos durante la dictadura del Proceso. Faltaba un trabajo más de historiadores basado en el análisis crítico de fuentes de archivo, además de la igualmente imprescindible literatura periodística, y que además analizara la relación entre el rugby y la sociedad en la cual está inserto. Nuestro interés era más social y político que deportivo. ¿Quiénes jugaban al rugby en tal o cual época, y por qué? ¿Qué relación tenía el rugby con la política? La otra razón es política. Durante el peronismo la mayor parte de los clubes, y por ende la UAR, estaba alineado con la oposición al gobierno. Por puro gorilismo, después de 1955 nunca admitieron toda la ayuda que recibieron del Estado en la forma de subsidios a clubes y préstamos para costear la visita de equipos europeos. Entre 1948 y 1954 llegaron a Argentina dos seleccionados franceses, un equipo universitario inglés y el seleccionado irlandés. Me animo a decir que nunca un gobierno hizo tanto por el rugby como el primer peronismo, aunque hay que decir que todos los deportes se beneficiaron.
-Según datos del libro, en 1945, comienzo del primer peronismo, había 123 equipos entre las 8 categorías, desde Primera hasta Sexta División. Y diez años después, ese número había crecido a 205. ¿Hay una relación directa de esa política de Estado que incluyó al rugby en los torneos Evita?
-AR: Sí, pero indirectamente. Ese crecimiento viene desde antes, de hecho, el primer salto cuantitativo del rugby comienza en los años 20. La diferencia durante el peronismo está en el involucramiento directo del Estado en la vida deportiva, tanto para mejorar la aptitud física de la población, como para exportar la imagen de una Argentina saludable y moderna. El rugby se beneficia de esa coyuntura como otros deportes. Hay algunos frentes de conflicto, pero no afectan al rugby como deporte sino a algunos clubes en razón de la postura ideológica de sus dirigentes.
–Una de las perlas del libro es un dato desconocido: grupos revolucionarios impidieron la visita del seleccionado inglés en 1973 por imperialistas. ¿Qué pasó?
-AR: Años antes, la UAR y la Rugby Football Union (RFU) de Inglaterra habían acordado que el seleccionado inglés realizaría una gira de seis partidos en Buenos Aires y Rosario entre agosto y septiembre de 1973. El 13 de julio (el mismo día en que Héctor Cámpora renunció a la presidencia), la UAR recibió un telegrama de la RFU diciendo que cancelaban la gira porque varios jugadores y directivos ingleses habían recibido cartas con amenazas provenientes de la organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Los dirigentes ingleses consultaron con el Foreign Office y éste recomendó no realizar la gira ya que, meses antes, varios empresarios ingleses y norteamericanos habían sido secuestrados por grupos armados peronistas y marxistas. La decisión de cancelar la gira provocó un conflicto bastante serio entre ambas uniones ya que dejaba a la UAR sin temporada internacional, principal fuente de recaudación de la entidad argentina. Como represalia, la UAR (es decir, los clubes) impuso un embargo que impedía a todo equipo argentino de viajar a Inglaterra. El conflicto tuvo su lago “positivo” ya que el vacío dejado por los ingleses lo ocuparon los rumanos. Fue el comienzo del vínculo deportivo con el rugby “comunista”, técnicamente muy inferior al argentino, pero políticamente alineado con la apertura del tercer peronismo hacia el bloque socialista.
-Entre los años 70 y 80, el rugby mostró dos caras, una de compromiso político y otra de lejanía absoluta, casi de espaldas, a la sociedad. Primero, la militancia de muchos de sus jugadores o ex jugadores, al punto que fue el deporte que sufrió más desaparecidos en la dictadura.
-AR: Esta historia, que sorprendió y sorprende a muchos, es parte de un fenómeno social más amplio como fue la politización y radicalización de jóvenes de los sectores medios en las décadas del 60 y 70, a tono con lo que ocurría en Europa y los EEUU: Guerra de Vietnam, Cuba, Mayo francés, Golpe del 66, Cordobazo, etc. Las corrientes revolucionarias a las que se volcaron muchos rugbiers y exrugbiers demuestra que la práctica del rugby en los sectores medios y medios altos no conllevaba necesariamente una opción política determinada de antemano. Los testimonios de compañeros de jugadores desaparecidos subrayan con insistencia el tema de la amistad y solidaridad aprendidas y cultivadas a través del deporte. Lo que importaba, recordaba uno de ellos, no era si jugabas o no al rugby, sino dónde y con quiénes lo jugabas. Como contó un exjugador de La Plata Rugby Club, la entidad con mayor cantidad de desaparecidos: “Los clubes de Buenos Aires nos decían que los de La Plata no ganábamos campeonatos porque éramos todos zurdos”. La clave en este caso pasa por la relación entre rugby y educación pública. Todos los rugbiers desaparecidos de los cuatro clubes de la Plata (La Plata Rugby Club, Universitario, Los Tilos y San Luis) estudiaban o habían estudiado en la universidad antes de pasar a la clandestinidad. La UAR aceptó a regañadientes colocar en su sede una placa de homenaje tras varios pedidos de organizaciones de DDHH y de Taty Almeida en persona, y luego de la visita que los All Blacks hicieron a la ESMA en 2021.
-A la década siguiente, sin embargo, también explotó ese sentimiento de supuesta isla del rugby, de estar por encima del resto de país, incluso de las políticas internacionales del gobierno de Raúl Alfonsin: una selección encubierta y varios clubes hicieron giras por Sudáfrica en épocas de Apartheid. ¿El rugby o sus protagonistas hicieron autocrítica?
-AR: Nunca hubo una autocrítica institucional. Los jugadores sintieron, como me dijo Hugo Porta, que la UAR les “soltó la mano” y dejó que ellos tomaran la decisión de viajar o no. Varios tenían dudas, pero todos querían viajar. No hubo voces que se opusieron, no al menos que trascendieran. Para colmo el secretario de Deportes, Rodolfo O’Reilly, había sido entrenador de Los Pumas cuando en el 82 viajaron a Sudáfrica, también violando el boicot. Cuando Osvaldo Ardiles y Mario Kempes recibieron la invitación de una compañía cervecera sudafricana para jugar un partido con otras estrellas internacionales, la FIFA les recordó que había un boicot contra ese país y no viajaron. Al final, después de muchas idas y vueltas, Los Pumas viajaron disfrazados de Sudamérica XV (en Sudáfrica adoptaron el nombre de «Jaguares”) porque en ese momento Argentina no tenía muchos adversarios de peso con quien jugar. La ruptura de relaciones con Gran Bretaña por la Guerra de Malvinas nos impedía enfrentar a ingleses, galeses, escoceses e irlandeses. El episodio dañó la imagen de Los Pumas y del rugby en general justo cuando recuperábamos la democracia y descubríamos la importancia de los Derechos Humanos. La sensación fue que el rugby daba la espalda a todo eso. Los argentinos iban a jugar a un país que violaba los DDHH más elementales y, al hacerlo, saboteaban los esfuerzos del gobierno por obtener el apoyo de los países africanos en la cuestión de Malvinas. Racistas y antipatriotas.
-Una escisión de Los Pumas, el equipo de seven que es candidato para los Juegos Olímpicos de París 2024, ya forma parte de la nueva etapa: son jugadores profesionales. ¿No tardó demasiado Argentina en entender lo que pasaba en el resto del mundo?
-AC: La llegada del profesionalismo al rugby internacional en 1995 fue muy resistida por la UAR. Durante los primeros años, los jugadores argentinos que buscaban profesionalizarse debían viajar a las ligas extranjeras, especialmente europeas, y eso condujo a una gran migración. Poco antes del Mundial 1999, más de 200 jugadores se habían marchado, lo que hacía del rugby el deporte argentino que más jugadores exportaba después del fútbol. En 2009 la UAR creó el Plan de Alto Rendimiento (PlaDAR) para retener y formar a jugadores con un sistema de becas y academias de rugby, y de esa manera hizo frente a los nuevos torneos internacionales a los cuales habían sido invitados. Esta iniciativa fue resistida en principio por algunos clubes locales pero actualmente tiene más de 250 jugadores becados, a quienes les brinda asistencia técnica, física, médica, nutricional y kinesiológica a en cinco academias distribuidas por el país. En pocas palabras, ante los cambios del escenario internacional, Argentina profesionalizó el rugby local de manera acotada.
-El libro también resalta que no se jugó ningún partido de rugby femenino en Argentina hasta 1985. Y un dato llamativo: sola una de cada cinco jugadoras federadas pertenece a clubes tradicionales. ¿Qué lectura hacen?
-AC: El rugby es un deporte con un alto contenido de violencia y siempre se lo ha considerado un juego de “verdaderos hombres”, de una masculinidad expresada mediante la fortaleza física. Por ello la participación femenina es tardía. Recién en el 2006 los dirigentes del rugby argentino lo reconocieron oficialmente. Estas actitudes y discursos sobre un rugby exclusivamente masculino siguen presentes en muchos clubes tradicionales, en los cuales la oferta deportiva femenina se orientó hacia disciplinas como el hockey sobre césped o el voleibol. No es casual que el primer club que introdujo el rugby femenino y que continúa hasta el presente es Cha Roga, de la ciudad de Santo Tomé (Santa Fe), un espacio alejado de los históricos del rugby, al igual que otros como Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó o SITAS.