En tiempos de discursos negacionistas bancados y promovidos por el oficialismo, y amplificados en las redes donde se multiplican los influencers de derecha con llegada directa a grupos de jóvenes, la escuela se vuelve el último (o primer) gran refugio para el cuidado y fortalecimiento de la democracia. ¿Cómo enseñar el Nunca Más en las escuelas? ¿Qué hacer con los chicos que rechacen los desaparecidos o lo justifiquen?

La desinformación y sobreinformación hoy es la norma. Vivimos aturdidos y sectorizados. El algoritmo amplifica contenidos y promueve guetos. Lo individual por sobre lo colectivo. La polarización. Solo veo lo que está mi grupo donde pensamos lo mismo, el resto no se ve, no queda lugar para el debate. Eso que justamente es el elemento basal de la escuela.

La capacitadora docente Marisa Massone es profesora y licenciada en Historia, Doctora en Educación (UBA), y una de las autoras del libro Justicia por armar. En diálogo con Tiempo insta a correrse de lo que algunos historiadores han llamado el “show del horror” y preparar a los jóvenes para su lectura, “poder explicar en qué contexto fue escrito Nunca Más y con qué finalidad, no es un libro más, es preciso abordarlo como parte de un largo proceso de reconstrucción de la Verdad sobre los crímenes de la dictadura y comprender que este libro es el producto de una investigación».

Nunca Más, historia y presente

Massone remarca que el Nunca Más es el primer paso oficial para establecer desde el Estado lo que había sucedido, “que la represión fue un plan sistemático desplegado por el Estado dictatorial. Luego, en los años siguientes y hasta hoy ese proceso de investigación lo continúa la Justicia. El Nunca Más construyó una verdad pública sobre los crímenes de la dictadura y contrarrestó el relato de los perpetradores de las desapariciones”.

¿En qué se debería hacer hincapié? Responde Massone: “en cómo se produjo, en las presiones que sufrieron los miembros de la CONADEP en medio de la investigación, en el valor de los testimonios tanto de los familiares de desaparecidos como de los sobrevivientes ante la destrucción de pruebas por parte de los genocidas, tomando algún caso en particular, en las muestras de apoyo popular cuando el informe fue entregado a Alfonsín, en explicitar el proceso de investigación que luego se convierte en evidencia clave para el Juicio a las Juntas de 1985 mostrando las marcas de esa pesquisa en el propio libro».

Foto: Midia Ninja

Además, propone hacer foco en los datos asociados con las profesiones u ocupaciones de los desaparecidos y en los tiempos y modos en que se investigó para comprender que se trata de un registro sobre personas desaparecidas y centros clandestinos de detención inevitablemente abierto, porque muchas desapariciones aún no habían sido denunciadas, ni muchos centros aún identificados.

También agrega el hecho de comprender que fue uno de los libros más leídos de la Argentina, el primero en la escuela que permitió contar estas historias y a su vez traducido a muchísimos idiomas, y sirvió de ejemplo para muchos otros países que sufrieron crímenes de lesa humanidad.

Y siempre el contexto: “entender que la lectura del Nunca Más fue cambiando al ritmo de diversos discursos tanto sobre lo ocurrido durante los años de la dictadura como de los avances y retrocesos del proceso de justicia. Con ese fin puede generarse a partir de un análisis crítico de los distintos prólogos del Nunca Más, el original, el de 2006 que buscaba revisar la teoría de los dos demonios que recorría ese primer prólogo y en 2016, la vuelta al original en tiempos de relativización del terrorismo de Estado”.

Qué recordar y para qué

Para la historiadora Mariana Paganini (que hizo su tesis sobre sitios de memoria), lo que debiéramos desarmar primero es que lo que se debe enseñar es el Nunca Más, “mejor dicho, volver a llenarlo de contenido. En Argentina, como en otros países con pasados traumáticos, ese deber de memoria que se condensa en la expresión ‘recordar para no repetir’ se instaló como una verdad autoevidente. Pero las violaciones a los derechos humanos, la violencia institucional y la intolerancia no dejaron de ocurrir; y en el mundo avanzan derechas radicalizadas que proponen proyectos represivos y socialmente excluyentes”.

Propone preguntarnos qué recordar y para qué. El problema aparece cuando aquello que se recuerda está desvinculado de la agenda de los jóvenes, de sus preocupaciones y urgencias: “Revisar los ‘70, principalmente los proyectos de futuro de la generación de los desaparecidos; o el plan socioeconómico de la dictadura y sus efectos en el presente, puede convocar a una generación desencantada que tiene muchas dificultades para proyectar y construir imaginación política. Salir a buscar con ellos cual fue ese futuro alternativo que quedó truncado en el pasado”.

Habla de invitar a los jóvenes a investigar los efectos del terrorismo de Estado en sus escuelas, en sus barrios, en sus clubes; a encontrar conexiones entre las problemáticas que los atraviesan en el presente y lo que pasó en los 70; “a preguntarse por otros actores involucrados en la represión, además de las víctimas y los victimarios, evidenciar la diversidad de apoyos y responsabilidades civiles, pueden ser también un camino que los acerque a ese pasado que se les presenta lejano y ajeno. En suma, animarnos a corrernos de los relatos cristalizados del pasado reciente y de la idea de una transmisión lineal de adultos a jóvenes. En su lugar, reconocerlos como actores que intervienen en las luchas por la memoria con su propia agenda, incertidumbres y preguntas. El Programa Jóvenes y Memoria de la Comisión de la Memoria de la Provincia de Buenos Aires ha hecho mucho en este sentido”.

Pensamiento crítico

Cristian Gigena es director de una escuela secundaria pública en La Matanza. Sostiene que en este contexto conviene hacerse fuerte en aquellas cuestiones predominantes en los adolescentes, por ejemplo el oponerse y ser críticos.

Enumera: “recurrir fuerte a la incorporación de material audiovisual, documentos históricos, testimonio de sobrevivientes, laburar con organizaciones del barrio, planear actividades interactivas o artísticas donde plasmen lo que hayan trabajado, ir a sitios históricos, que comprueben que existieron los lugares en los que sucedieron efectivamente los hechos aberrantes de la dictadura; que muchas veces ayuda a contextualizar los hechos, que los jóvenes vean de primera mano y entren en contradicción con muchas cuestiones que ellos perciben en medios o redes”.

Trabajar el pensamiento crítico debe ser algo troncal y estructural de la institución educativa, también para contrarrestar el negacionismo. «Nosotros, además, tratamos de trabajar la representatividad entre ellos, y que se acostumbren a reclamar por sus derechos. Y que el tema (en este caso el Nunca Más) esté enmarcado en un proceso pedagógico, y no sea algo aislado», subraya. En ese sentido, destaca el trabajo con el Centro de Estudiantes y materias como teatro, donde pueden encarar desde un lado hasta corporal temáticas profundas.

Cómo responder al negacionismo

¿Qué pasa si algún joven se planta en la clase y rechaza los desaparecidos o los 30.000 o que fue “una guerra”? Gigena, en primer lugar, plantea no enojarse. Y luego contextualizar cada cuestión, para diferenciarlas, proponiendo siempre el diálogo: “después hacer investigación, que los lleva a armar y desarmar discursos en base a fuentes, como contracara del negacionismo que no tiene insumos para demostrar lo que dice”.

Massone coincide: “escuchar esas voces y no acallarlas ni denostarlas, preguntar por los argumentos que las sostienen. Comprender que el negacionismo y el relativismo se afrontan argumentando ideas. Para eso precisamos formarnos como canalizadores de esos discursos, que no significa ser censores. Necesitamos construir herramientas conceptuales que nos permitan desandarlos, desde la voz del docente, de otros estudiantes y a partir de la lectura de fuentes diversas».

Ofrece ejemplos: ante el cuestionamiento al número de 30.000 detenidos-desaparecidos, subrayar la idea de que no existe información precisa que permita definir una cifra exacta, justamente porque la represión fue clandestina y secreta. «Comprender esa cifra como una respuesta ante la falta de información del Estado. En las aulas nuestra responsabilidad resulta fundamental dado que el negacionismo afecta la confianza y la credibilidad en la democracia”.

Paganini, Magíster en Historia y Memoria (FaHCE-UNLP), enfatiza que el desafío está en habilitar el espacio escolar para que ellos puedan preguntar y discutir: “hacer del aula un lugar seguro para conversaciones incómodas. Y esto requiere que los docentes no esquivemos los temas espinosos. Ni denostar ni sacralizar los 70. En lugar de moralizar los hechos, contextualizarlos. Poder explicar la opción por las armas de una parte de la juventud y la violencia desplegada desde el Estado, al menos, desde los años 50. Tratar de entender por qué hicieron lo que hicieron y problematizar la naturalización o consenso de amplios sectores de la población de la violencia durante esos años”.

Sostiene que los discursos negacionistas se pueden desarmar con información precisa, sin dar nada por sentado: cómo se construyó la cifra de los 30.000, por qué los crímenes de la dictadura son de lesa humanidad, “pero también es cierto que si no generamos apertura a la escucha, los datos no sirven para nada”. Como lo definía Eduardo Galeano, “rascan donde no pica”. Acá entra en importancia el cómo: “más que convencer a los jóvenes con información, deberíamos poder pensar propuestas para que ellos mismos salgan a buscar, con nuestro acompañamiento, esas respuestas”.

Las redes y la derecha

Gigena agrega la incidencia del mundo virtual y lo que ve como un fenómeno de despartidización: “empiezan a desaparecer en las redes los partidos políticos tradicional y el no-debate. Cada uno parece un sujeto aislado con su propio pensamiento, lleva a que no compartas y no haya una construcción colectiva. Es otra característica que vemos de las redes en los jóvenes».

Pero al mismo tiempo pueden generar activismo en algunos temas: «ahí debemos trabajar fuertemente en la escuela, con estrategias de comunicación para que haya interacción que los lleve a construir y conectarse. Contrarrestar el individualismo y desinformación que fomentan las redes, para transformarlo en lo contrario”.

Paganini, que también es investigadora del Conicet en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, admite que se debe prestar atención a a los jóvenes militantes de derecha, que difunden en las redes discursos negacionistas o directamente reivindican el terrorismo de Estado. Pero también tener en cuenta que no son la mayoría: «las investigaciones actuales sobre la relación de los jóvenes con la memoria de la última dictadura muestran que la mayoría de ellos repudia en términos morales el terrorismo de Estado, pero tienen ideas vagas y fragmentarias sobre por qué ocurrió, sus causas y sus consecuencias».

«La gran mayoría tiene preguntas genuinas acerca de temas que quizás no fueron suficientemente tratados en los últimos años en las aulas, como la violencia política previa al golpe del 76. Las redes, los canales de streaming, YouTube –de diferentes líneas ideológicas, no solo de derecha- muchas veces se convierten en espacios donde ir a buscar respuestas. En otros casos, es información que ‘les llega’ a través de la lógica del algoritmo», completa.

Hace unos días un docente de una escuela pública de CABA le contó que los pibes están en una conversación en la que la escuela no participa, «no porque no quiera, sino porque el ritmo que proponen las redes es muy vertiginoso, así como la necesidad de inmediatez que generan. La escuela para desarmar los discursos que circulan ahí requiere tiempo. Tiempo con el que muchas veces no se cuenta. Pero hay que hacer el intento».