Las conmemoraciones de batallas constituyen un género aparte que cuenta con reglas propias. Uno de los primeros ejemplos es referido por Tucídides al evocar la oración funebre que Pericles pronuncia a los caídos en la Guerra del Peloponeso en 430 antes de Cristo : “… los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad. Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible…”
En este tipo de ejercicios la dimensión temporal es definitiva. En efecto, cuánto más cerca esté el elogio del acontecimiento, más podrá el orador desplegar talento y convencimiento, que al fin y al cabo es el único homenaje que puede rendirse a los muertos. En estos casos, la brevedad potencia la contundencia. Así leemos que “…en un sentido más amplio, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres vivos y muertos que aquí lucharon, ya lo han consagrado muy por sobre lo que nuestras escasas facultades pueden añadir o restar” es quizás una de las partes más fuertes del Discurso pronunciado por Abraham Lincoln en el campo de batalla de Gettysburg en 1863, meses después de la victoria de la Unión sobre los Confederados. Un detalle para marcar es que las 53 000 bajas sufridas por ambos ejércitos en los tres días de combate al sur de Pennsylvania fueron mayores a las contabilizadas el 6 de junio de 1944, el día del desembarco de los aliados occidentales en Normandía, con un total estimado de 40 000 muertos, heridos o desaparecidos en ambos bandos, cerca de la mitad de ellos civiles franceses (debido a los previos bombardeos “de ablande”).
Ese desembarco marca el principio de la “Campaña de Normandía”, que durará hasta la liberación de París a fin de agosto. Por cierto, no fue un paseo. Desde la planificación necesaria para emprender lo que se conocería como “Overlord”, la preparación y coordinación de las tropas de aire mar y tierra para el asalto al “muro del atlántico” preparado por los alemanes, las dificultades encontradas en la playa (ya vimos bastantes películas que nunca igualan los testimonios). Y las mayores dificultades encontradas tierra adentro, debido al terreno plagado de setos de piedra y a las habilidades defensivas desplegadas por los nazis. Será a fines de julio que los aliados occidentales romperán el frente y podrán lanzar, por fin, los tanques de Patton a través de Francia.
La campaña de Normandía duro poco menos de dos meses. Según las fuentes, los aliados sufrieron 230 000 muertos, heridos y desaparecidos, mientras que los alemanes sufrieron 400 000 bajas. Estas cifras que dan cuenta de la ferocidad de los combates, empalidecen sin embargo cuando se las compara con las batallas del frente ruso. La batalla de Stalingrado (1942-1943) duró más de seis meses, con un millón y medio de caídos rusos contra casi 900.000 soldados del Eje. La Alemania nazi no avanzaría más. Kursk duró dos meses, fue la batalla más grande de la historia, con dos millones de soldados en combate y el mayor combate de tanques -unos ocho mil. Gracias al éxito de la “defensa activa”, los soviéticos consiguieron tomar la iniciativa estratégica hasta el fin de la guerra. En enero de 1942, los rusos rompieron el sitio de Leningrado, el más largo después de Troya: dos años y medio. Allí sufrieron dos millones de muertos, soldados y civiles por mitades. También fue el ejército rojo quien liberó la gran mayoría de los campos de concentración, tomó Berlín y terminó con el III Reich mediante la operación Bagration. Sin desmerecer el enorme esfuerzo logístico que los Estados Unidos aportaron a la Unión Soviética en los años de “la Gran Guerra Patria”, fue la Unión Soviética, al precio de 27 millones de muertos, que destruyó el 75% de las fuerzas armadas alemanas durante toda la guerra mundial.
De allí que en materia de homenajes, la ausencia de la Federación de Rusia en las ceremonias realizadas a ochenta años del desembarco en Normandía hable más de los organizadores del evento que de la participación decisiva de los rusos en la contienda. Nada se reescribe más que la historia, dicen por ahí, y lo pudimos ver con la presencia de Zelenski, cuyo régimen en Kiev sostiene a Stephan Bandera como héroe nacional. Bandera fue un militante fascista, promotor de la 14ª División Waffen-SS “Galitzia” compuesta por colaboracionistas ucranianos, que además participaron en masacres de judíos, gitanos y comunistas. ¿En qué estaban pensando los líderes de occidente? Ah, cierto que la OTAN entrena y arma a un ejército de Ucrania cada vez más desgastado por la “defensa activa” que practica Rusia. Macron habló de un “apoyo sin falta” para Ucrania frente a la “agresión rusa”, cuyo eje es la OTAN, que debe velar por “el orden mundial que está amenazado de nuevo”. Quizás buscaba blanquear la presencia de “asesores militares” que ya están en el frente, ¿en espera de una intervención de los ejercito regulares en Ucrania? Más que una elegía para los caídos, las palabras del Presidente francés parecieron apropiarse de los sacrificios pasados para resignificarlos en clave de los intereses actuales propios. Dado que la Unión Europea carece de proyecto político ¿servirá una aventura militar? En todo caso, nada que le quite el sueño a los héroes que pelearon desde la Casa Pavlov en Stalingrado hasta el campanario de St. Mère Eglise. Remember Ernest Hemingway: “cualquiera que ame la libertad tiene una deuda contraída con el Ejército Rojo que jamás podrá pagar”.