Hay personas que modifican los lugares con su presencia. Apenas llegan, cambian el aire, las caras, las paredes, los sabores, los colores: energizan el paisaje. Con Norita Cortiñas pasaba eso. Una fuerza nos invadía al verla y mucho más al escucharla y abrazarla, que era lo primero que queríamos hacer cuando la teníamos enfrente.

Una noche de abril de 2017, en Foetra, durante la celebración del primer aniversario de la cooperativa con la que recuperamos Tiempo, Norita llegó con todas sus ganas de brindar. Le habló a uno, a otro, les habló a otras, nos habló a todos, y levantó el vaso pidiendo que sigamos en la pelea. Un rato después, pidió disculpas pero avisó que tenía que irse. «Yo me quisiera quedar -dijo- pero vivo muy lejos». Nuestra compañera Malena Winer la acompañó hasta el auto pero el paso se hizo difícil, trabado, lleno de postas. Norita se paraba a saludar, se sacaba fotos, charlaba, escuchaba, se reía, hacía un comentario, y se comprometía con alguna causa. Se hacía tarde. Malena la abrazó, empezó a caminar, y el abrazo se convirtió en baile y el baile se convirtió en huida. Las dos llegaron hasta el auto en esa danza. Norita volvió contenta a Castelar.

El vínculo entre Norita y Tiempo es el mismo que construyeron con ella tantos colectivos a los que acompañó como mujer incansable, como una Madre de Plaza de Mayo que abrazó las causas que hubiera abrazado Gustavo, su hijo desaparecido, por quien enfrentó a la dictadura y por quien siguió reclamando en democracia, y a quien veía representado en miles de luchas. Esa red gigantesca a la que le puso su cuerpo pequeño y tan enorme quedó a la vista durante la despedida del viernes con las banderas y remeras que se desplegaron a su alrededor y que se podían ver como un mapa de su solidaridad.

Norita era la madrina del Sipreba, el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, nuestro gremio. Y por eso también estuvo junto a Tiempo desde el primer día, desde que a inicios de 2016 salimos a la calle para pelear contra el vaciamiento del Grupo 23 orquestado por Sergio Szpolski. No había que llamarla, Norita siempre venía. La recuerdo bajo el sol de ese verano en el Obelisco. Íbamos a marchar hacia Plaza de Mayo y Norita se acercó a darnos ánimo, a estar con nosotros, a decirnos que no daba abasto porque allá había una lucha, y allá otra, y allá otra, y ella quería estar en todos lados. A nosotros nos alcanzaba con saber que la teníamos.

Cuando el diario volvió a salir, ahora en nuestras manos, las de sus trabajadores, ella quería recibirlo. Quería pagarlo, que se le cobre la suscripción, pero tenerlo en su casa. Vino a la redacción. Norita fue a partir de ahí socia honoraria. No era sólo Nora Cortiñas, eran las Madres de Plaza de Mayo. Pero Norita era nuestra invitada especial a cada celebración. Jamás pidió nada para ella. Sólo para los demás. Que acompañemos, que visibilicemos, que hablemos de aquello y de lo otro: nunca imperativa, siempre solidaria, hermosa y alegre, con su ternura y también con su picaresca.

En el quinto aniversario de la cooperativa, una noche en el Club Atlético Fernández Fierro, su insistencia era la lucha feminista. El pañuelo blanco era también pañuelo verde. Norita conectaba de un modo natural con lo actual. Su pelea contra la impunidad de los crímenes de ayer era la pelea contra la impunidad de hoy. Entendió su tiempo a cada paso. Nos enseñó a hacer todo con alegría, a no permitirnos el enojo, a no dejarnos desilusionar.

En estas horas, mientras lloramos su muerte, sentimos el desamparo. Lo intentamos mitigar con los abrazos que nos dimos en la Mansión Seré, el lugar de su despedida, ahí en su barrio, ahora espacio de la memoria pero que fue centro clandestino de detención y tortura, el mismo al que ella entró con valentía, en plena dictadura, para buscar a su hijo.

Norita fue su propia historia y fue la inspiración de otros miles. De nuestro diario también. Porque no hubiera habido lucha si antes no hubiera habido una Nora Cortiñas.

Norita no modificó solamente los lugares donde nos acompañó. Nos modificó a nosotros, a nosotras, a nuestras vidas.

Volvemos a ver el documental sobre el diario, De la Resistencia a la existencia, y la vemos a ella en el final desde la ronda de los jueves en la Plaza. “Hay que estar todos los días enamorados de la vida para seguir luchando -dice Norita-. El amor que nos demos entre todos es los que nos va a dar fuerza. Si no tenemos amor, no vamos a tener fuerza”.

Norita, una irremplazable, se encargó de repartir ese amor y transformarlo en fuerza colectiva. La que ahora, en estos tiempos, necesitamos más que nunca. Norita nos queda para siempre.